ni por un segundo esa expresión de calma. Un hombre absolutament
grité de nuevo, sin poder so
e dar tanto placer? -sonrió con toda sinceridad-. Tengo plan
azos por la tensión, y por el hecho de que prácticamente estaba colgada tod
del otro mundo. Un poco de dolor, un poco de fuego, una ligera tensión en los músculos estirados. ¿Por qué? ¿Piensas que no me gusta? ¡Para n
golpeaban. Ese cabrón que destrozaba mi cuerpo por
éndome de dolor, me levantó bruscamente la cabeza tirándome del cabello... y luego golpeó. Con
un hilo de voz. Perdía el conocimiento una y otra vez, pero me hacían
ual lo que le estuviera pasando. En ese momento, lo úni
ncé a verlo con mis ojos hinchados y casi cerrados: me sonrió con una mueca cruel, y luego vino
instante, probablemente hasta la
con palabras lo que se siente en esos momentos. Supongo que la muerte, en casos así, te parece
mirando mi cuerpo cubierto de sangre, y en su rostro no había casi ninguna
ñecas se cubrían cada vez más de heridas por la cuerda apretada, cómo sangraban las llagas abi
final... ni el lí
do con una mueca depredadora. En la mamos la diversión? - pregu
abía congelado en mi mirada, y empecé a retorcerme aún
a en el aire. Daba la sensa
trumento de tortura. Grité con todas mis fuerzas, pero eso no lo detuvo. Se arras
me pareció que quizá sentía lástima por mí. Pero fue solo una ilusión. Me dio otro golpe en la cara con toda su fuerza, y con e
e colocaron sobre una especie de mesa, me abrieron las piern
l que me había torturado con las agujas, e
preguntó bruscame
l primero con voz indiferente-. Pero e
ra como si no pudiera despertar del todo. Al par
í, - dijo finalmente
ocía ese maldito olor: en el psiquiátrico solía desmayarme con
riz, porque tenía algo metido
de un lado a otro. En cuanto mi vista comenzó a
que en mis ojos se reflejaba todo mi dolor físico
-sonrió el alto-. ¿Seg
ntras las lágrimas
asi te creo. Pero no
es y se acercó a mí. En cuanto sentí que el hombre se apro
Me vas a dejar sordo - dijo
podía gritar como antes. S
te retuerces, lo único que haces es empeorar las cosas p
as con fuerza. Yo lloraba y me retorcía. Para calmarme un poco, me dio una fuerte bofetada en una de las nalgas. Me quedé uconciencia. Y otra vez, un alarido de sufr
pero no se detuvo. Una vez más, empezó a introducir
fuera. Iba girando el aparato y presionándolo. Sabía que así dolía más, que todo mi recto se convertía e
rte; del shock por el dolor
ría por el mordazo y dejaba un gran charco. Mis ojos estaba
vocaba una oleada de dolor. Mi espalda estaba desgarrada y sangra
ió de nuevo el hombre alto. De ve
entre las brasas. El hombre se quedó de pie, mirando las llamas. Dijo que todavía tenía
y resignación. ¿Qué má
itivo. Lentamente, con deliberación, comenzó a girarla, y los pétalos de aqu
con entusiasmo, lentamente, para que el tormento no terminara demasiado p
acarme aquel instrumento de tortura. Un nuevo alarido rugió en la habitación. Y la s
masiado sucio - dijo. - Pre
ado. El segundo ojo no veía nada, y pensé: ¿y si ya no tengo un segundo ojo? Sentía un frío pegajo
o oí golpes sordos y un aullido largo a través del mordaza. El armario la estaba golpe