estaba. Prometió ayudarme a salir del país, darme dinero y documentos.
colta - pregunté con inquietud. El corazón me
Félix no regresará en unos dí
ara la noche y montaría un escándalo. Pero el ol
ñana bajé al garaj
vean los guardias - dijo
sco golpeando mi rostro. Sonreía. No sabía cómo iba a vivir en otro país, pero no importaba.
*
una aldea perdida en la región de Riazán y me encerró en una casa abandonada con las ventanas ta
cumentos en la caja fuerte, así que te irás con uno nuevo -
asé tres días esperándola. Creía que regresaría, que cumpliría su pr
sa al detalle, como si cada rincón se hubiera grabado en mi mente durante esos tres días. Las paredes estaban tan deterioradas que los trozos de yeso dejaban al descubierto los ladrillos suc
las ventanas. Aquellos rayos parecían morirse antes de llegar al suelo. Allí no había luz, ni esperan
tablones viejos sonaba como martillazos en mis nervios. El aire era pesado, viciado, como si también se hubiera r
lo. Las palabras se me atascaban en la garganta, como si ella
o con la locura, apareció frente a mí, con
ngo. Lana se inclinó hacia mí, con expresión seria, como si quisiera atravesar la muralla de mi
ración se volviera errática. Mis pensamientos se arremolinaban en mi mente,
su voz era una orden feroz-. ¡Vamos, pide ay
l sonido del candado que Angelina había cerrado. Ese sonido fue como una sentencia
el miedo me sofocaba. ¿De verd
zonar, el miedo me apretaba con fuerza. Me paralizaba. Lana tenía razón. Esperar a Antonina era inút
un refugio temporal mientras Angelina pre
el teléfono? ¡Qué pedazo de idio
-contesté, aunque sabía que ya entonces podía haberme dado cuenta de sus verdaderas intenciones y haberme asustado.
podría romperlas. Bastó un golpe para entender lo débil que estaba. El dolor recorrió mi pierna, pero seguí golpeando como
to ayuda -susu
os, tú puedes. -Su voz era firme como una roca-. ¡Tienes que seguir
me nublaron la vista. Empecé a
Estoy aquí!
enso y opresivo. Escuché un chasquido en el interior, como si la casa misma, y todo lo que me rodeaba
o con los pies. Cada vez con menos fuerza. Pero seguí. No tenía nada que perder. L
rmeza-. Tienes que luchar. Si te r
rré, sintiendo cómo se m
a guerrera-. Puedes más de lo que crees. Esta es
ecía. Ya no podía mantenerme en pie, pero seguía golpeando, c
de alegría. Empecé a golpear con más fuerza, como si cada movimiento devolviera un poco de esa energía
otra vez-, pero al prestar atención, me di cuenta: eran reales. Y no venían solos. Había voces. V
e me convirtió en un bloque de hielo.
recordándome cómo, en un sótano, cuatro bast
o confío en los h
plena noche, soltando semejantes palabrotas? El terror me inva