res. La cara, las manos, las piernas-todo estaba cubierto de arañazos sangrantes. De repente tropecé, mi pierna cedió, y salí disparada hacia abajo, hacia un barranc
o. Todo mi cuerpo ardía de dolor, y en mi cabeza reinaba una total confusión.
ló uno de ellos, acercándose más y a
tar ni resistirme. Era como si el mundo entero se hubiese rale
, golpeándome la cabeza con tanta fuerza que la
ellas, el aire era húmedo y pegajoso, lo que me hacía estremecer. Una bombilla apenas encendida arrojaba una luz tenue, casi imperceptible en la penumbra. El suelo bajo mis pies estaba sucio, y allí s
o podía ni moverme, me dejaron allí para morir. Esas criaturas, una tras otra, se acercaban lentamente hacia mí, sintiendo mi impotencia. Al principio simplemente merodeaban alrededor, pero luego una de ellas se atrevi
vez soy impotente, otra vez atada, y otra vez - las ratas frente a mí. Su presencia llenó mi mente de recuerd
an gruesas cadenas, y sobre la mesa, en un orden perfecto, ya
do en la habitación y cerrando la puerta tras de sí. - No conozco tus gustos, pero para empezar, propongo calentar
aún más y sentí una
esto con las manos. Me agarraron bruscamente por el cuello, tan fuerte
o, trajeron a otra chica a rastras. Estaba aterrada y apenas podía mover los pies. Miraba a su alrededor, completamente desorientada, co
s brazos con esas mismas cadenas que colgaban del techo. Pronto
a todo aquello. Como si aún no comprendiera del
sta es mi nu
irmemente sujetos por cadenas heladas que colgaban del techo, inmovilizando cualquier intento de movimiento. El metal era tan rí
s me dolían por la tensión constante, por esa
s estuviera diseñado para alargar el momento, creando una atmósfer
e por un instante me pareció escuchar mi propia voz desde fuera. Era imposible contenerse ante aque
rtable. El hierro afilado atravesaba lentamente la piel y los músculos, y el sufrimiento ardía como si una varilla al rojo vivo se clavara en mí certas, como si el dolor viajara en oleadas por mis manos, creciendo, expulsan
se intensificó, como si los radios se clavaran aún más profundo. Parecía que desgarraban l
ecía indiferente a mi sufrimiento. Me ahogaba, buscando en vano fuerza
dico, con una expresión de falsa preo
ríamos subir un
ento con horror, solo con el rabillo del ojo. Se me acercó
tan profundo que una descarga eléctrica de un dolor insoportable y espeluznante atravesó todo mi ser, haciendo que
ían haberse incendiado, y ahora un calor
lados, porque el hombre detrás de mí las empujaba bruscamente, abriéndolas más y má
ue los músculos crujían por la tensión. He vivido muchas
ose los dedos con mi sangre en el proceso, y luego empezó a perforar con ellas la carne de las yemas de m
ba pesadamente junto a mi oído. Su barra de hierro den
a imposible devoraba mi cuerpo. Y por más que lo intentara, no podía moverme ni un milímetro para aliviar aunq
- escuché la voz de Lana. No la veía; ante
ijo el sádico que estaba frente a mí. Hablaba con mi vecina. Ella se sacudió c
tarlo, grité de nuevo. Por alguna razón, eso ayudó, y se volvió un poco más llevadero. Supongo que si no hubi
algo mágico, cuando tus miedos y tu dolor más profundos encuentran salida en un alarido. ¿Y sabes qué? Esto no es más que el calentamiento, una
en sus palabras he