a cálida. Automáticamente levanté la mano y me di cuenta de que ya no estaba atada. Mi mirad
taste! - escuché
tado... - gemí apenas au
rás... - dijo Lana. Aunq
rimera vez en mucho tiempo me permit
ogió de hombros-. ¡Y puedes irte! ¡Y
con dificultad la mano para limpia
¡Levántate y corre! ¡M
. Y cómo Lana se había burlado de mí después, diciendo que me acostumbrara, que a nuestro amo solo le gustaba entrar por la puert
Al parecer me estuvieron violando por la puerta trasera
i interior. ¡Hubiera matado a ese desgraciado! ¡Lo habría destrozado
mi lado y me ab
mo resultó, tampoco es virgen - son
ese momento solo podía soñar con que a ese cabrón le cayera encima un meteorito,
ta de Lázarev. Y él a todas sus putas solo se las folla po
mis piernas y acomodándose contra mí con su órgano sexual. Sentí
ajado. Amir se preparó para entrar en mí, p
lgas abiertas, la apoyó contra el agujerito.
hundió en mi interior, provocándome solo una sensación de ardor e incomodidad. Incluso me alegré al no sentir ya dolor, pero esa
se intensificaba más y más, creciendo a cada segundo hasta retorcerme en un nudo insoportable, sin dejar ni la más mínima posi
uños las piernas de mi agresor mientras él me sujetaba fir
eguía embistiéndome sin parar,
s que nada podría ser peor. Pero lue
intentó violar mi boca. Se acostó en la cama y me colocó encima suyo. Amir se acomodó detrás de mí, y ento
se convertía, como una ola, en un dolor sordo. Todo el cuerpo me dolía, y yo me sentía
caderas. Encontrando el ritmo, Amir empezó a moverse aún más rápi
hombres ya estaban al límite. Y entonces, mis violadores comenzaron a derramar d
ándose por las piernas de Vahid. Y cuando Amir salió de mí, un torrente de semen también empe
cia mi oído-. La puerta... Está abierta. ¡
de aquella decisión. El miedo que me atenazaba por dentro y la deses
eclamaba con violencia. Sentí cómo las piernas se doblaban bajo mi peso, pero eso ya no importaba. Tenía que moverme. Con gran esfuerzo logré ponerme de pie; mis p
interno me empujaba adelante, a pesar del sufrimiento. Las piernas apenas me obedecían, como si fueran de plomo. Sentía que la sangre no circulaba correctamente, como si las cuerdas
l, pero era como un sorbo de libertad. Crucé el límite de la propiedad y, durante un segundo, algo en mí tembló: esperan
lo hubiera apretado desde dentro. Todas mis esperanzas de salvación se derrumbaron al instante. El miedo me golpeó con fuerza renovada, consumiéndome por complet
me de la oscuridad, me cegaron, como los reflectores sobre un escenario en el último acto de una tragedia. Me sentí como una presa acorral
de muerte. Tenía que hacer algo, cualquier oportunidad era mejor que rendirme. ¿Correr? ¿Esconderme? Miraba desesperadamente a mi alred
usto, mis piernas apenas se movían, pero tenía que segu
jo ante la certeza de que la frágil esperanza de escapar estaba por desmoronarse. Mi instinto gritaba que huyera, pero el cuerpo no me
camente por el miedo, que ahora se habí