ostoso, o al menos así se ve. Su fachada es inmensa, está a cielo abierto y tiene unos cuantos árboles regados por el ambiente. Hay algunas decoraciones sobre ellos como luces co
son cuadradas y rusticas, las sillas negras tienen un acolchado gris y una tela suave, un poco gruesa, de color rojo. Están decoradas con unas pequeñas luces e
un volumen bajo, agregando
—pregunta Cristian,
a dejado sin palabras —admito, m
omenta, sonriendo—. Llevo cua-tro años viviendo aquí, a veces si
compañe-ros. El brillo en su mirada parece desvanecerse y me cubro la boca—. Perdón, es
que salir de allí. Honestamente, quedé muy traumado c
deplorable del país —me quejo, n
todos los chefs preparando platillos. Me apoyo sobre ella y me alzo de puntitas para ver mejor. La comi
abuelo del señor Díaz y este último ha ido agregando algunas cosas —me explica—. He estudiado los r
n despegar la vista de
ce y yo le miro, sorprendida—
vergonzada—. Pensé que dirías E
n la cabeza
cio y usted —comenta como quien no q
le respondo de inmediato—, pero sí. Tuve u
unta, mirándome co
uiné su súper traje —imito pobremente su voz, rodando los ojos—
saladita, ¿no? —se burla y y
ergonzado—. Además, el señor Díaz acaba de encontrar a quien no se arrodillará jamás ante él —agrego, mirand
rando en mi dirección—. Tiene rat
ia—. Y lo seguirá haciendo por un largo tiempo. No voy a permi
eja—. No vaya a ser que gané
No puedo decirle lo que me dijo, ni a él ni a nadi
ste sea el único restaurante mara
me lo vas a negar? —pregunta y yo concuerdo con
ido de aquel cavernícola, pero seg
nícola, no tenía derecho a alterarse de esa forma
me ha costado una
de mis pensamientos y toma mi mano, tirando de la misma para que me sie
tio a comer y observar cómo manejan todo en los restaurantes importantes —intercede una
a —musito en respu
qué tienen los Díaz pero hasta el menor es un bombón —
y otro Díaz? —inquie
es el mayor, luego le sigue Seba
agada, ¡eh! —se queja Cristian y ella rueda
ué los multiplicas?» pregun
gras, también tienen zonas grises —expresa en voz alta y yo busco con la mirada a
ojos sobre mí con total descaro. Yo alzo una ceja y ruedo los ojo
en cuna de oro es bien
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o el almuerzo. Me siento junto a ellos
s a ver un restaurante en el centro histór
fuera. Es como parte de un ho
estaurante muy bonito, lástima
Gaby. Mira que ya te conozco —me a
quedar callada ante injusticias, así como tampoco aumentaré egos
les y le escribo a mi primo por WhatsApp para saber cómo están mis señoras.
deje llamarlas por aquí
ndo ya he reposado la comida, me doy otro baño y me cambio de ropa. Me visto con una camisa blanca con las mang
do de mis tíos. Abro la puerta y me sorprendo
areces el niño bueno de la historia, pe
un poco—. Los chicos buenos t
mos? —pregunto, trep
erca de la escuela. Así no te me pierd
se coloque su casco. Él acelera y me sostengo bien de su cintura, sintiendo
uela y estaciona su moto,
y le tiendo el casco para qu
a (que es un bar restaurant), una gasolinera y un restaurante belga llamado Le P
mente, mientras me va mostrando los alrede-dores.
estoy enamor
os a nuestro próximo destino—. No es tan lejos, pero com
na gran e imponente fuente. Puedo ver que hay algunos re
—pienso en voz alta—. Todo esto es mara
ndola en su trabajo. Aunque aún falt
arnos un caf
ro gracias —acepto, colgá
mi amigo dentro donde se puede apreciar todo mejor. Hay mesas pequeñas y largas, con luces tenues colgando sobre las mismas y
late caliente y dos golfeado
y nos sentamos en la pri
rece el luga
o, mirando todo a
nar. El vino de aquí es excelente —me dice,
risa—. También me gusta mucho beber, así que di
de la escuela —dice, guiñándome un ojo—. Varios de los m
ara mí —respo