mientras su dama de compañía, Dalia, los doblaba con esmero y los guardaba en los baúles de m
Kael? -preguntó Dalia, sin alza
tenía entre sus manos un velo de gasa marfil, idéntico al que
impresión de que el reino le interesa mucho más que la esposa que se le entrega -dijo, aunque dentro de ella no
bló en nin
la interrupción, pero no se mostró molesto. De un hombre con su
entre ellas, solo interrumpido por el crujido del cuero de las m
*
ecesarios. Todo su diseño conservaba la imagen reservada y discreta que Regina había mostrado desde niña. El velo caería desde la diadema
un golpe suave en la puerta interrumpió el recogimiento. D
sorte -anunci
dera entre las manos. Caminó hacia Regina, quien se encontra
a reina con una serenidad poco habit
aguardando. La reina abrió el estuche y sacó una pulsera
hijas, y ya no tendré la oportunida
tomó con d
a guardaré
justó el velo sobre la cabeza de Regina. La observó con atención, co
mente, en voz baja-. Ojalá te espere un desti
n el reflejo del espejo. P
or venir e
dos fuera del muro sur, negándose a entrar al castillo. Se había pactado que la boda tendría lugar dentro de un día y que, una
o puede viajar sola entre decenas de ho
era exigencia. Y la ún
alia mientras ajustaba los lazos del
egina, sin dudar-. Me asusta no pode
sión. Los pasillos estaban en silencio, y los soldados hablaban en voz
*
s jardines y los muros del castillo. El aire era fresco, y las campanas comenzaron
l cabello recogido con sencillez. Ayudaba a su señora a colocarse el vestido nupcial, confeccionado con telas finas pero sin
ientras Dalia ajustaba con prec
i señora -dijo
telas claras, apenas dejaba entrever el contorno de su rostro. Como si
echo la noche anterior. Llevaba en las
voz firme, aunque su mirada dej
ina y la observ
mosa. Sobr
ta y sacó una aguja de
boliza reconocimiento de dignidad real, una transición de legado femenino y unidad ente la nobleza y el pueblo. Jamás olvides de que eres digna de
reina colocó la aguja con cuidado, y luego pos
hos quisieron ver -murmuró-. Q
e afecto: colocó su mano sobre una de
us palabras. Y
ió, luego se g
dela
-respondió Dalia, hac
hacia el jardín interior, donde se había levantado un altar sencillo, como lo había pedi
una capa azul oscuro que ondeaba con el viento. No lleva
ofreció su brazo con un gesto cortés, y ella lo tomó, con
invocando las bendiciones de los antiguos y de los reinos vecinos. Regina respondía con voz
ael, su respuesta fue br
un silencio profundo se extendió por el jardín, in
onia, Kael se inclinó
rse -le indicó con tono correcto, si
cia la reina consorte, que aguardaba a poco
-susurr
to -respondió la reina-
ejo. Solo un carruaje sencillo para ella y su dama de compañía, seguido por un
atrás, sumido en
miró hac