as pas
cortesana más, y realmente se había entretenido, hasta que llegó Willis, uno de los socios de su padre y no quería ser reconocida, por ese motivo, sin querer llamar la atención, se marchó antes de que pudiera recaudar más dinero para La Casa de Té que tanto la había acogido en sus momentos de soledad. Se fue a la parte trasera y se dirigió a la oficina de Madame Florinsh, la matriarca y dueña del lugar. La mujer, quien a pesar de su avanzada edad, aún conservaba los delicados rasgos que había tenido en su juventud: sus ojos miel, a
le dijo al fin, una
s de rojo por una de las cortesanas... Debía sacarse esa pintura antes de ir al castillo, no podía present
n tranquilidad-. El antiguo rey de ese reino lejano era un paranoico. Estaba tan infectado y enfermo de poder, que le tenía miedo a sus propios hombres, que quisieran matarlo para obtener lo que él había logrado. Así que un día, de
r ahí, todo lo que se quería ocultar, realmente no quedaba tan oculto: las mujeres cortesanas siempre se enteraban
n cualquiera -susurró, aceptando el
mes al
omo una mujer sumisa -le dijo, ex
ntre dientes, mientras exhalaba una vo
rque sabes lo que temes, y sabes que no vas a dejarte encerrar sin pelear
bién la incertidumbre. Sus labios aún conservaban un poco del rojo brillante que la delataba como cortesana, no como p
-, no olvides esto: ningún rey, por cruel o sabio que sea, puede contra una mujer que conoce su poder.
bía que aprender a tenerlo sería su única vía de escape. La corona
e había llegado, ya sin los colores en las uñas, sin la pintura en los labios, con el ve
llamar esposo? ¿Y si lo elijo... como aliado? ¿O como rival? Porque ahora lo sabía: no todos los reyes eran rea
*
por un pasadillo secreto a su habitación. Su dama de compañía
ia en la Sala de los Menesteres... -le in
aún latía con fuerza por la carrera silenciosa a través de los túneles oculto
n tono tranquilo, aunque ya se
e no sabía dónde estabas -respondió la joven, bajando la voz-. El conse
prestado. Se observó en el espejo: su piel aún olía a perfume de jazmín, y el leve tono rosado en sus
-preguntó sin apartar
ntos, refunfuñando. Pero dejó dicho
ó una risa
enciosa. Que me busque en la Sala de los Menesteres si qui
con los ojos muy abiertos, e
ega mientras él aún e
hacia ella, y por primera
uién ruge más fuerte... el león
stido más formal, de tela pesada y
ante el rey -ordenó-. Que se entere que ya no tiene a una ni
ntió y sali
de los pasos de su dama desapareció por el corredor, dejando a Regina sola con su reflejo. Se contempló una última vez. Sus ojos, aunque oscuros
atrás. Era sencillo, pero tenía un grabado en su interior: "Nada es lo que pare