l pequeño pueblo costero de Feredo, enclavado en una bahía tranquila, parecía ajeno a las sombras que comenzaban a cernirse sobre él. Las olas rompiendo contra las rocas eran el único sonido que
las callejuelas, ya no se mostraban tan despreocupados. Los padres hablaban en susurros, intercambiando miradas preocupadas mientras se apresuraban a llevar a sus hijos a casa al caer la tarde
sapareció sin dejar rastro durante la fiesta de verano, mientras corría hacia el bosque cercano. Su madre, aterrada, buscó por horas,
saparición parecía estar relacionada con las mismas circunstancias: niños pequeños, en su mayoría, que jugaban cerca del bosque, o bien cerca de las rocas al fi
te angustia cuando la famil
rotos y las enredaderas que cubrían sus paredes daban la sensación de que había permanecido en un estado de abandono durante siglos.
e podía nombrar con palabras. El padre, Damon Arendal, era un hombre alto, de cabellera oscura y rostro angular, que mantenía una mirada fría y distante, como si su atención estuviera siempre en algún lugar lejano. Su esposa, Evelyn, era
on una fragilidad que podría haber sido interpretada como fragilidad juvenil, pero sus ojos, esos ojos de u
rrado con los Arendal. No fue solo su aspecto, ni la mansión que eligieron, sino la extraña indiferencia que mostraban hacia las costumbres locales. No parecían inte
ortajes oscuros lo habían dejado emocionalmente agotado. El aire fresco del mar, la tranquilidad del pueblo y la promesa de unos días de descanso lo habían llamado
mo cualquier otra noticia de pequeña escala, Alden no lo consideró más que una exageración colectiva. Sin embargo,
olo un rumor", dijo Samuel con una mirada seri
sconcertado. "¿Qu
cerca del acantilado. Nadie los vio llegar, ni se les escuchó. Pero cuando salí a buscarl
go en la historia del joven lo inquietó. Algo en su voz y en su miedo resonó con algo
idadas y viejas historias del mar, algo dentro de él lo empujaba a descubrir la verdad detrás de las desaparicione
calmo y oscuro, una presencia silenciosa que parecía vigilarlo. Las olas rompían con un sonido más gr