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A sus 16 años, Mathias Brown enfrenta la tragedia más grande de su vida: la muerte de su padre, su mayor ejemplo y apoyo. Quedando como el único hombre en su familia, asume la responsabilidad de cuidar a su madre y a sus dos hermanas menores. Con la ayuda de su tío, se trasladan a la ciudad, donde Mathias tiene la oportunidad de continuar con sus estudios en un prestigioso colegio. Sin embargo, su nueva vida está lejos de ser fácil. En el colegio, Mathias conoce a Samantha D'aro, la hija del director, una joven de belleza inigualable, pero con un corazón lleno de prejuicios. Junto con Viviana, la prima de Mathias, y un grupo de amigos, Samantha convierte la vida de Mathias en un constante tormento. Se burlan de su apariencia, llamándolo "gordo" y "nefilim", haciéndolo sentir como un marginado. Lo que nadie sospecha, ni siquiera Samantha, es que detrás de su fachada arrogante se esconde un sentimiento inesperado: el amor que comienza a sentir por Mathias. La humillación alcanza su punto más cruel durante la fiesta de graduación, cuando Samantha y sus amigos planean una broma que deja a Mathias destrozado. Cansado del desprecio y decidido a cambiar su vida, Mathias abandona la ciudad y su país, buscando un nuevo comienzo. En tierras extranjeras, encuentra el apoyo y las oportunidades que siempre soñó. Con esfuerzo, dedicación y un talento nato, se convierte en uno de los arquitectos más destacados y respetados de su nuevo hogar. Años después, convertido en un hombre exitoso, Mathias regresa a su país natal para enfrentar su pasado. Samantha, ahora una mujer madura que ha reconocido sus errores, está dispuesta a hacer todo lo posible por recuperar el corazón del hombre que un día humilló y, sin darse cuenta, amó. ¿Será Mathias capaz de perdonar y abrir su corazón? ¿O las cicatrices del pasado serán demasiado profundas para sanar? Una historia de superación, redención y segundas oportunidades que demuestra que, incluso en los momentos más oscuros, el amor y la perseverancia pueden cambiarlo todo.
El sol bañaba la pista de aterrizaje con su luz dorada mientras Mathias Brown descendía del avión. Su corazón latía con fuerza, no por emoción, sino por la mezcla de sentimientos que lo envolvían. Había vuelto. Después de tantos años de lucha, de noches en vela trabajando y estudiando, de soportar el hambre y el frío en un país desconocido, por fin había logrado lo que tanto soñó.
Era un arquitecto reconocido, con proyectos que deslumbraban en ciudades de todo el mundo. Pero nada de eso llenaba el vacío que aún albergaba en su pecho. El dolor de la humillación seguía vivo, como una herida que nunca cerró del todo. Y ahora, al pisar el suelo de su antigua ciudad, aquel resentimiento que creía controlado despertó con fuerza.
Su mandíbula se tensó al recordar la última vez que vio a Samantha. Aquella noche, en el baile de graduación, ella había destrozado lo poco que quedaba de su dignidad. Mathias había guardado con cariño un dibujo que le hizo en secreto, un retrato donde la había plasmado con la dulzura con la que él la veía. Pero todo se convirtió en una pesadilla cuando su prima Viviana encontró el dibujo y lo expuso frente a toda la escuela.
Las carcajadas aún resonaban en su mente.
-¡Miren esto! ¡Mathias está enamorado de Samantha! -gritó Viviana desde el escenario, sosteniendo la hoja con el dibujo en alto.
Samantha, en lugar de detener la burla, le dio la estocada final.
-¡Ay, qué lindo! ¿Pensaste que me iba a enamorar de ti? -soltó con una risa cruel-. ¡Dios, ni en un millón de años!
El auditorio entero estalló en carcajadas. Mathias sintió el pecho arder, el rostro enrojecer. Quiso desaparecer. Aquella noche lo cambió para siempre.
Ahora estaba de vuelta, pero no como el chico tímido y acomplejado de entonces. No, Mathias Brown había renacido de sus cenizas. Y haría que cada uno de los que lo humillaron pagara por lo que hicieron.
Con el corazón endurecido, apretó los puños y caminó con paso firme hacia su destino.
Los recuerdos lo golpeaban con cada paso que daba en el aeropuerto. El bullicio de los viajeros y el anuncio de los vuelos apenas podían ahogar las voces del pasado que resonaban en su mente.
-¿De verdad crees que alguien como yo saldría con alguien como tú?
Apretó la mandíbula y cerró los ojos por un momento. El dolor seguía ahí, intacto, como si el tiempo no hubiera pasado.
Pero había cambiado.
Ya no era el chico con sobrepeso, cabizbajo y temeroso. Ahora era un hombre de éxito, con porte imponente y mirada determinada. Había trabajado incansablemente para construir su futuro, para demostrarles a todos que no era el perdedor del que se burlaban.
Y ahora estaba de vuelta.
Mathias salió del aeropuerto y abordó un taxi. Mientras el vehículo avanzaba por las calles de la ciudad, observaba por la ventana los lugares que una vez conoció. Todo parecía igual, pero él no lo era.
El taxi se detuvo frente a una casa modesta pero bien cuidada. Mathias bajó con una pequeña maleta en mano y observó la fachada con nostalgia. Había pasado años sin pisar aquel hogar, sin ver a la única persona que siempre creyó en él: su madre.
Golpeó la puerta suavemente. Pasaron unos segundos antes de que se abriera y una mujer de cabello entrecano y ojos llenos de emoción apareciera en el umbral.
-¿Mathias...? -susurró su madre, llevándose una mano a la boca, incapaz de contener las lágrimas.
-Hola, mamá -dijo él con una sonrisa.
Ella no esperó más y lo abrazó con fuerza. Mathias sintió el calor de ese abrazo, un refugio que no había encontrado en ningún otro lugar del mundo.
-¡Mírate! Estás tan cambiado... tan guapo, hijo. -Su madre lo sostuvo del rostro con las manos temblorosas -Sabía que regresarías, pero no imaginé que sería tan pronto.
-Prometí volver, ¿no?
Entraron a la casa, y su madre le preparó una taza de té mientras hablaban de todo lo que había pasado en los últimos años. Sin embargo, Mathias evitó hablar de su verdadero motivo para regresar.
Sacó su teléfono y abrió un mensaje que había recibido días atrás.
"Reencuentro de la generación 2015 del colegio St. Thomas. Te esperamos en la celebración. Será una gran oportunidad para recordar los viejos tiempos"
Sonrió con ironía. Claro, los "viejos tiempos". Tiempos que para él solo significaban humillación y dolor. Pero esta vez sería diferente. Esta vez, él tendría el control.
Cuando cayó la noche, revisó su teléfono. Faltaban apenas dos horas para el evento del reencuentro.
-Mamá, voy a salir un rato -dijo, poniéndose de pie.
-¿A dónde vas?
-A un reencuentro con excompañeros del colegio.
Su madre frunció el ceño.
-¿Estás seguro de que es buena idea? No quiero que revivas cosas que ya deberías haber dejado atrás.
Mathias esbozó una sonrisa ladeada.
-No te preocupes, mamá. Solo quiero ver algunas caras conocidas.
Ella suspiró, pero no insistió.
Mathias se dirigió a su habitación y sacó del armario el traje que había llevado para la ocasión. Un elegante conjunto negro a medida, con una camisa blanca impecable. Se miró en el espejo y apenas reconoció al joven que una vez fue.
-Vamos a ver quién se ríe esta vez -murmuró antes de salir.
-Señor, ¿a qué dirección lo llevo? -preguntó el taxista.
Mathias deslizó la notificación en su pantalla y dio la dirección del hotel donde se celebraría la reunión.
-Vamos a darles un pequeño espectáculo -murmuró para sí mismo, sintiendo cómo la adrenalina comenzaba a recorrer su cuerpo.
El juego apenas comenzaba.
El hotel donde se llevaba a cabo la reunión estaba iluminado con luces cálidas y elegantes. Mathias entró con paso firme, ignorando las miradas curiosas de los asistentes.
Apenas cruzó la puerta del salón, un murmullo comenzó a recorrer la multitud.
-¿Ese es Mathias Brown?
-No puede ser... está irreconocible.
Algunos apenas podían ocultar su sorpresa. Las mismas personas que antes lo llamaban "gigante" o "nefilim" ahora lo observaban con asombro y admiración.
Mathias se dirigió a la barra y pidió un whisky. No tardó mucho en escuchar una voz familiar detrás de él.
-No puedo creerlo... ¿Mathias?
Se giró lentamente y allí estaba ella.
Samantha.
El tiempo había sido amable con ella. Seguía tan hermosa como la recordaba, con su cabello dorado cayendo en suaves ondas sobre sus hombros y sus ojos verdes brillando con la misma intensidad de antes. Pero había algo diferente en su expresión. No era la misma chica altiva y arrogante del colegio.
-Samantha -dijo Mathias con voz tranquila, tomándose su tiempo para observarla.
Ella sonrió, aunque con un ligero nerviosismo.
-¡Dios mío! ¡Has cambiado tanto! Apenas te reconocí.
Mathias esbozó una sonrisa fría.
-Sí, bueno... los años hacen eso.
Ella rio suavemente, pero había un atisbo de incomodidad en sus ojos.
-No esperaba verte aquí. Pensé que... no sé, que no querrías volver después de todo.
Mathias sostuvo su vaso y la miró fijamente.
-¿Después de todo?
Samantha desvió la mirada, incómoda.
-Bueno, ya sabes... el colegio, las cosas que pasaron...
Mathias dejó su vaso sobre la barra y cruzó los brazos.
-¿Las cosas que pasaron? ¿Te refieres a cuando te burlaste de mí frente a toda la escuela?
El rostro de Samantha perdió color.
-Mathias, yo...
Antes de que pudiera responder, otra voz se unió a la conversación.
-¡Mathias! -Era Leo, su antiguo amigo, uno de los pocos que nunca se burló de él-. Hermano, ¡no puedo creerlo!
Mathias sonrió con sinceridad esta vez y estrechó la mano de Leo con fuerza.
-Es bueno verte, Leo.
-¡Mira nada más! El chico que todos subestimaron y ahora parece una maldita estrella de cine.
Varios excompañeros comenzaron a acercarse, algunos con asombro genuino, otros con sonrisas fingidas. Samantha parecía aún más incómoda.
-Disculpa, Mathias, ¿podemos hablar en privado? -preguntó ella.
Él la miró fijamente por un momento y luego asintió.
-Claro.
Salieron al balcón del hotel, donde la brisa nocturna aliviaba el calor del salón. Samantha parecía nerviosa, cosa que a Mathias le resultaba irónico.
-Quería disculparme -dijo finalmente -Sé que lo que hice en el colegio fue horrible. Fui una inmadura y me dejé llevar por la presión de los demás.
Mathias la observó en silencio, sin decir nada.
-No hay excusas para lo que te hice -continuó ella -Y si pudiera retroceder el tiempo, créeme que lo haría.
Mathias respiró hondo. No esperaba una disculpa, y menos de ella.
-Tienes razón, no hay excusas -dijo con frialdad-. Pero no se trata solo de lo que hiciste esa noche en el baile. Se trata de años de humillaciones, de burlas, de sentirme menos solo porque ustedes decidieron que era divertido.
Samantha bajó la mirada.
-Lo sé... y sé que no merezco tu perdón.
Mathias la miró un momento más antes de hablar.
-No sé si puedo perdonarte, Samantha. Pero sí sé que no voy a desperdiciar mi vida en el pasado.
Ella levantó la mirada, sorprendida.
-¿Eso significa que... podemos empezar de nuevo?
Mathias dejó escapar una pequeña risa.
-No, Samantha. Significa que yo ya no soy el chico que dejaste atrás. Y tú tampoco eres parte de mi futuro.
Samantha abrió la boca para decir algo, pero Mathias ya había dado media vuelta.
Entró de nuevo al salón, donde Leo lo esperaba con una sonrisa.
-¿Todo bien? -preguntó su amigo.
Mathias tomó su vaso de whisky y sonrió.
-Sí. Mejor que nunca.
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