s mesoneros, una familia bulliciosa que acababa de llegar, o
ra cualquier cosa trivial-. Por si... no sé, necesito a
ero mientras ella lo anotab
línea directa con
ción -pensó ell
gro revuelto, pegado al rostro, y con ese aroma a mar que tanto le gustaba. Marina se encontraba en el restaurante de siempre -el de sus ami
de aquel hombre. Inquieta, bajaba la vista y entrecerraba los párpados; sentía su mirada sobre
a, cubierta de tejas rústicas color terracota que resaltaban bajo la luz del sol. No tenía paredes, solo la sombra generosa que ofrecía el techo, y un suelo de cerámica terracota que
dole la piel. Se sentó sola, como tantas veces. Ese lugar era casi una extensión de su casa, un refugio de rutina donde siempre sab
distintas clases y algunos muelles completaban el paisaje. Todo era abierto, natural, envuelto en luz dorada. Solo qu
la rutina
rría agua salada sobre la silla de plástico, una sombra se
a su alrededor. Le calculó unos dos metros de estatura, quizá un poco más. El uniforme le ajustaba perfectamente al cuerpo: marcaba unos ho
clara, y un tono respetuoso que la desarmó de inmedi
staurante, jamás un desconocido -y mucho menos uno como él- le había pedido sentarse a su mesa. Era una
una sonrisa tímida y un nudo cu
de ser firmes. De cerca, Marina pudo notar aún más detalles. Era de piel clara, dorada por el sol, con un vello castaño y espeso que cubría su
s le vio
s gruesas, varoniles, que enmarcaban la mirada con intensidad. Un cuello firme y masculino, y unos labio
aún goteando, sintió por un momento que no podía haber peor aspec
erosidad, reforzada por el azul del uniforme. Un uniforme que en cualquier otro podría haber intimidado, pero q
abía visto -preguntó él, con esa vo
que su sonrisa hablara más que su voz-. Pero
las cejas
en la sede policial de la playa, justo aquí cerca. Me transfirier
irlo en voz alta: algo los había mantenido alejados, como si el uni
por el mar, de lo mucho que disfrutaba trabajar cerca de la costa, aunque a veces el uniforme pesara. Ella l
n de antes. Las miradas se entrelazaban cada vez co
ectivamente, estaba siendo observada. Antonio -quien siempre había estado intere
La presencia de Javier, en la misma mesa de la mujer que amaba
si podía invitarla a desayunar. Los nervios la dejaron muda por
s dijo