esolvía, eso me dejaba sin hacer nada el resto del día. Vivía con mi abuela, quien no dejaba de alabarme por mi intelecto, suele decir
a preparatoria, curso el último año, una vez me gradué. Quiero irme, en ocasiones creo que la ciudad no era para mí. Dice que en cualquier parte del planeta pasará lo mismo,
loristería a seis, la casa de Sharon a ocho, lo único lejos era el centro comercial al cual nunca puedo ir sola. Vivo en
e la clase, para muchos era una molestia. Tales acontecimientos me hacían receptora de palabras of
a la abuela de no ser del planeta Tierra, aunque por momentos sentía una gran confusión. Discuto con ella
mientras Sharon cursaba un año menos. Soy menor por una diferencia de cuatro meses, además soy la ún
e suma ser una devoradora de libros... ese conjunto de eventos creó una personalidad tímida ante la gente. Sin embargo, por dentro recreaba a una gran líder, una mujer aguerrida. Por mi
ones una antesala al infierno, sobre todo para los que no cumplen con el prototipo comercial infundado por la televisión. Si eres gorda sales del contexto y pasas a ser una burla, igual pasa
ía diferente si en vez de enseñarnos cálculo, química o física, educaran el respeto a los padres, el significado de la palabra, lo importante de cui
o era que no encajaba con nadie, salvo con Sharon, mi única amiga. La
r la figura. Usé lentes por un tiempo en la niñez y adolescencia. En el primer cambio físico, no me volví loca gracias a la abuela. Desde pequeña había sido sometida a un riguroi condición facilita ciertas situaciones: podía mover objetos, no era una mujer enfermiza. Aun así, carezco de otras capacidades, la principal la confianza en la gente. Solo tenía dificult
n la terraza. Vi un carro de mudanza, se aparcó en la casa de al lado. ¡Ya era hora de ser habitada!, tenía cuatro años abandonada. Su
al lado tenía la desolación absoluta, salvo por el inmenso árbol en la entrada ocultando la fachad
por más sofisticado, moderno que parecieran no dejaban de ser de mal gusto. Una señora de uno
do. También se bajó un señor corpulento, deben ser esposos. Su aspecto era poco par
ños, tal vez más, parecía ser el mariscal del equipo de fútbol americano. Se pareció a Larry Cooper, aunque el recién llegado era de cabello negro y mi pesado comp
bía tres metros de distancia entre mi habitación y la del frente. Mientras el joven escuchó las instrucciones por parte de la
que tenía de ellos. Algunos baches del accidente, tenía siete años cuando fallecieron-. Él miró hacia mí. ¡Rayos!, me pilló observándolo con un láp
on el saludo en el aire, por suerte no había nadie, sentí pena de haber sido ignora