a. Las imágenes del pasado la envolvían, la hacían sentir el roce de sus caric
los. Y la pregunta que ahora la atormentaba: ¿podría realmente perdonarlo? ¿Sería
so de su propio deseo. ¿Era capaz de perdonarlo, de dejar que lo que fue entre ellos v
lcanzarla aún. Necesitaba tiempo. Pero el tiempo, sabía, no siempre es un lujo que uno puede darse cuando los sentim
entró sin hacer ruido, llevando un plato humeante en las manos. El aroma del café recién hecho llenó el aire, envolviend
entó mantener la calma. Pero en su interior, un torrente de emociones luchaba por salir
d, como si estuviera manejando algo precioso. Sus ojos no se apartaban de los de ella, y en su mirad
si como un susurro. -No quiero que sigas saltándote
stado, y un toque de queso rallado por encima. El aroma del café que acompañaba la comida la envolvió, y de repente, recordó cuántas mañanas se había despertado con ese
a preguntó, su voz temblando ligeramente mientras
un instante. Sus ojos oscuros brillaban con una intensidad que L
o de seguridad. -Sé que lo preferías por la mañana.
nto tiempo, él seguía recordando esos detalles que ella misma había creído que ya no importaban. ¿Cómo podía ser que alguien que le había
en su respuesta, aunque su voz estaba cargada de una vulnerab
evitar la sensación de que algo dentro de ella estaba cediendo. Su corazón latía con fuerza
enderse. En cambio, se acercó lentamente a su escritorio, acercando u
s la misma, Luciana. Y eso me duele. Porque lo que quiero ahora es que me dejes de
lta entre ellos. Luciana lo miró, luchando por contener las lágr
o sea igual," le dijo, aunque en el fondo, un pequeño hilo de esperanza c
que no solía mostrar. -Lo sé, Luciana. Pero estoy dispuesto
fuerza. Todo lo que había querido en ese momento era estar en paz, alejada de la tormenta que Aleja
abriendo los ojos y mirándolo directament
speración. Y en ese silencio, Luciana entendió que lo que él quería no era solo un perdón. Quería algo m
, con una suave sonrisa, le dijo: -Lo único que te pido, Lucian
chara y se acercó al plato. La calidez de la comida en su boca la sorprendió, pero más aún, lo que la sor
omprendía. El sabor de la comida, cálido y familiar, le hacía recordar aquellos momentos en los que Alej
se relajaba con algo tan simple, pero no podía evitar sentirse inquieto. Cada vez que su mirada se enco
pensó que quizá había dicho algo mal. Pero, en lugar de quedarse
i quisiera comprobar algo que ya sabía en el fondo. Sus ojos brillaban con una chispa de picardía
ostura. Aquel momento, esa pregunta, le trajo una olea
u tono firme, casi des
en sus labios. -Sí, Alejandro, de Héctor, -respondió, alza
ncera. -No me molestó - dijo, con voz baja, pero con una tensión evidente en su rostro. -Solo que... bueno, me to
indirecto, le hacía preguntarse si realmente había cambiado tanto como decía. Pero al mirarlo, algo en
ra cómo procesarlo. Se quedó mirando su plato por un momento, reflexionando sobre es