ights estaba decorado con un lujo que solo los más poderosos podían permitirse: candelabros de cristal, mesas de mármol, y una orquesta que tocaba suavemente desde un rincón, marcando el ritmo de
solo un telón de fondo para lo que él consideraba su verdadero objetivo: hacer que Valentina lo viera, lo notara de una manera especial.
s pensamientos. Era René Armand, un influyente inversionista europeo, conocido por su frialdad y su destreza
Su tono de voz era firme, profesional, pero en el fondo de sus ojos se podía ver la ansia por buscar algo má
el cabello recogido en un elegante moño que dejaba ver su cuello delicado. Su porte era el de una mujer que no necesitaba del lujo para brillar; su sola existencia era un espectáculo. Mientras reía s
ra dar un paso hacia ella, la f
dadera cordialidad. Ambos hombres compartían la misma ambición, pero la competencia entre ellos era palpable. Desde que Álex había comenzado a ascender
x era fría y calculada, pero su mente seguía fi
su expresión relajada, casi como s
mundo distinto al mío. - La manera en que Diego hablaba de ella parecía casi posesiva, como si tuviera el
resencia. Él estaba allí para hacer lo que mejor sabía hacer: observar y esperar su momento. Sus ojos se posaron en Valentina, quien ya se había separado del grupo con el que conv
tinos estuvieran inevitables e irremediablemente entrelazados. El aire estaba carg
te en que Sebastián se acercó a ella, u
endió verlo; había aprendido a reconocer su calma y a no subestimarlo, aunque las veces que se habían encontrado fuera
cera. No se apresuró a lanzarse en la conversación; en cambio, disfrutó e
iempo. El salón pareció detenerse por un segundo, como si todos los asistentes esperaran
fue el primero en romper el silencio, su tono
guiño hacia Valentina. - Siempre tan radiante, Vale
poder en el mundo tecnológico, le resultaba intrigante, pero también lo veía como alguien que había tenido siempre todo al alcance de su mano. Diego, por otro lado, tenía un aire sofisticado y una confianza en su propio poder financiero que no podía dejar de n
alentina romp
miraban entre sí. Sabía lo que estaba haciendo. No solo les estaba mostrando que ella controlaba la situación, sino que también los estaba desafiando. La tensión creció, pero
esa elegante gala. Cada paso que daban los tres hombres los acercaba más a un juego peligroso, donde no solo el poder esta