asta cuadros caros colgados en las paredes, sobre los cuales los dueños quizás ni siquiera sabían qué significaban. Pero aquí todo era diferente. ¿Era una decis
a maciza con detalles dorados; otra, una pared de vidrio desde la que se podía ver un inmenso vestíbulo con una grandiosa lámpara de araña. Claramente, la gente aquí no tenía reparos en mostrar que tenían dinero. Ellolo brindan una satisfacción temporal, una ilusión de control sobre nuestras vidas. Nos esforzamos por la riqueza, pero, al final, eso no nos salvará. De repente, recordé algo que había leído: "Los sabios dme resultaba agradable, como si la casa tuviera vida propia. Aquí no había brillo ni mármol frío, como al que la gente de
Incluso en ese día gris, la habitación parecía luminosa. El suelo estaba cubierto por una alfombra beige suave, que me recordó a mi infancia, cuando me encanta
la última vez que había visto flores vivas. La cama de plaza y media estaba cuidadosamente cubierta con ropa de cama de flores pequeña
na extraña calma apoderarse de mí. Este lugar era diferente, no como lo había esperado. S
morena, con unos ojos penetrantes que se escondían detrás de gruesas lentes de gafas. Su mi
asimilar sus palabras, todo comenzó. Sin ceremonias, agarró un peine y, con evidente determinación, comenzó a desenredar mi enmarañado cabello. Cada movimiento del peine me hacía sentir que m
aremos todo, - dijo sin prestar at
erzas ni deseos de oponerme. El baño estaba limpio y luminoso, nada que ver con las frías y estériles duchas del hospital, donde el agua caí
aba impregnado de la calidez del hogar. Natasha, sin decir nada, comenzó a quitarme la bata del hospital, como si fuera lo más natural del mundo, y lo hizo con tanta n
o la ducha. De nuevo, no hubo ceremonias, ni las necesitaba. Esto no er