na niña. En los albores de mi existencia, la sombra de
rtí en una presencia incómoda en su vida,
mó de su vida, dejándola sola para enfrentar las adversidades que se acumulaban. Con el peso de la responsabilidad y la inc
egazo frío de una casa de acogida, a
ue se entrelazan, y las versiones que me han alcanza
orias que mi madre me abandonó allí, sumergiéndome en un océano de incertidumbre. Si
e amenazaban con cubrirme. Obligó a mi madre a regresar por mí, aunque a día de hoy, las
r a Madrid y todos los recuerdos
re, aunque mis recuerdos sean escasos, pero
acía ahí ella, y d
y me solté de su mano con entusiasmo. Con una sonrisa, le aseguré que la esperaría en la acogedora churrería que se encontraba a tan solo 10 met
nte a la gente, esperando ver el rostro de mi madre. El tiempo pasaba, pero ella no llegaba. Mi optimismo in
uriosidad y nerviosismo, dejando atrás la ch
a amable señora se acercó a mí con una expresión de reconocimiento en sus ojos. Sus palabras fueron tranquilizadoras, me tomó de la mano y, como si llevara consigo un sentido de seguridad, me llevó hacia la estación de policía más cercana. Sentí una mezcla de alivio y gratitud hacia la señora
ra rutina, hacía bastante calor y había un ventilador puesto, mi madre se dispuso a ir a otra habitación y me miró fijamente; dijo con un tono seriue siempre he sido, la intriga ganó la partida. Mis ojos se fijaron en ese punto misterioso, co
s palabras de mi madre, m
cla de emoción y nerviosismo mi
o, como si estuviera desafiando la autoridad de la advertencia. La reacción no se hizo esperar, un escalofrío
mi madre. El dolor en mi dedo y la sangre resbalando por él, era una lección que no olvidaría. También mi m
me comí los pendientes. Yo comía muy bien, incluso las orquídeas que me ponía mi madre en el pelo. Un día me comí los pendientes, que eran de oro hueco, en
a un nuevo capítulo cuando mi madre cruzó caminos
ntrada en escena y auguraba un cambio que
alrededor, mientras mi madre y mi padrastro t
vien sul tebar l
idiano, un mundo donde las risas y los jueg
scurecían los rayos de inocenci
scuros que enfrenté, como la falta de ternilla en mi oreja
cuerdo que mi padrastro se enfrentó a este señor y
as, muabuel s
vad
ierd delas g
nsueño y desafíos, me condujo a
s, pues cada abrazo, cada sonrisa y cada acto de cariño me hacían sentir la niñ
amos a tener un có
iosa de conseguir su tabaco. Me entregaba dinero y me susurraba al Oído: "V
ra que crujiendo contaba historias a una niña de cuatro años. Mi h
aban, y mi abuela se levantaba temprano para regar las tierras. Aprovechando su ausencia
ados". Nos sentíamos en la gloria en esos momentos, hasta que el