ismo
ia, P
ia
rtirte en presa. Debes aprender a caminar sobre el filo de la navaja, demostrar que tienes la ferocidad para arrancar gargantas y la frialdad para enterrar a los tuyos si es necesario. Si dudas, si titubeas
os, el rey sin voz que luce la corona mientras manos invisibles mueven los hilos. Pero los títeres no envejecen en sus tronos. Cuando dejan d
na de mis exigencias fue tener el poder absoluto para mandar sobre su gente con su respaldo, también que no cuestionará, ni interviniera en mis decisiones, y por último que se retire. Al fin
do de lo que hago, pero eso no me inquieta sino el motivo de haber dejado su villa en la Toscana. No fue por el negocio con los colombianos, mi i
reparada, que con Franco todo puede cambiar en un abrir y cerrar de ojos. Mis dedos tamborilean en la mesa, impacientes, mi
No es una confirmación. Sabes
endurecen. No hay tiempo para rumores, para pal
ores infundados, como pretendes insinuar para evitar una confrontación. Eso no es lealtad h
La presión es palpable, siento el peso
ar traidor? ¿Cobard
a. Yo no me dejo intimidar. Ya no soy la mujer que era, esa que temía las conf
haciéndote el ofendido. ¡Habla a
anos en la mesa, sus dedos temblando ligeramente. Su rost
vas a meterte con Lorenzo, soy tu sangre, tu hermano... -resp
desafío que lo golpea como una bofe
, como si al decirlo
dar el mercado europeo a través de un pacto. Tendr
rechan. Eso es
e, y no puedo evitar que la rabia hierva en mis venas. Aprieto los puños, conteniendo el impulso de lanzar la
filo cortante, letal-. Eso es lo que hará, entregándole en b
ra. Tengo asuntos más importantes que soportar su pose conciliadora. Agarro mi ropa del suelo
te diga. No actúes impulsivamente -aconseja con su tono apacible, como si hab
ya está tomada. No necesito escuchar a Franco para saber lo
para dudas-. Averigua a quién tiene en mente Franco. Quiero conocer todo sobre es
a suite, me detengo delante de la puerta. Giro la cabez
cia-, ocúpate de mi amante de turno, elimín
resuena en el pasillo como el eco de una sentencia ya dictada, de inme
inutos
descanso, calles atascadas, el murmullo impaciente de la gente que se mueve entre el tráfico como hormigas desesperadas. Mien
an el entorno con la mirada entrenada de quienes saben que un segundo de distracción puede costar caro. Sin embargo, intento darle a Renato una vida lo más normal posible, pero jamás descuido s
eco. Renato no está en el campo, corriendo con su energía inagotable. Está sentado en la banca
spalda. Mis ojos escanean la escena con
a natural. Cabello castaño oscuro, ojos azules con una profundidad inquietante. Su barba y bigote bien arreglados le dan un aire seductor, pero
es un entrenador. ¿E
sonrisa amplia. Se levanta de golpe, pero hace una
ho se
voz firme, clavando la mirada
espreocupado-. Solo un calambre. Ya e
hombre, observándo
tiono con mi voz frí
a calma estudiada en su expresión. Su voz es
sonrisa, su tono es cálido, como si acabara de presenciar una verdadera hazaña-. Es
beza de Renato, revolviéndole el cabello co
una fina línea mientras
rgullosos de él -añade, con una afab
interior, mi mente trabaja con rapidez. ¿Quién es
mis ojos hay una advertencia clara. Lo miro fijamente, dejando q
nta, lo suficiente para que entie
ve carcajada, como si mi
uidadosamente elegida-. Solo estaba viendo el partido. Me llamo Adler -exti
artar la mirada de sus ojos azules, bu
masiado seguro. No me gusta la facilidad con la que ha lo
ono es cortante, dando por finalizada l
mira con esa expresión que siempre logra desarmarme, sus ojo
lar vibra en mi bolso. Frunzo el ceño y lo
ión. Ven lo antes posible, no
a, no sobre Franco, sino sobre este hombre que apenas conozco, ¿Qué busca acercándose a