por dentro, pero el
rá ido mi boca
rando a que mi deliciosa
uerta principal se abrió y ella entró co
ser que él haya desapareci
me entero de algo
ormar nada. Hubo un largo silencio y
y ella se puso en cuatro patas c
sofá, con las piernas cruzadas y una mano
rocediendo unos pasos, mientras Dey
una sonrisa forzada, pero lo que má
Me levanté y caminé hacia ella, pasando j
no-. ¿Cómo prefieres que te coma, en sushi o asada? -Ella dio un paso haci
suelo, me subí encima de ella y l
te? -pregunté mientras miraba a su alrededor, como
i y te llevarán de v
pide de l
rías dentro de mí, justo en mi estómago -Ella empezó a gritar sin parar-. Tú
trató de escapar, pero
e mi dulce perra -caminé hacia la cocina, to
de escucharla. Le tapé la boca, algunas lágrimas brotaban de s
lo. Ella empezó a devorarlo mientras la s
hillo se hundía una y otra vez en s
omeré algo
razo y le arrojé otro
la mesa. Estaba tan deliciosa que no podía parar de comer. Devoré la mayor p
fono de su casa. Dejé
és tan concentrada en tu maldito trabajo como para no prestarle algo de atención. ¡MALDITA SEA, R
que leí no decía que tuviera una hija.
cerradura de la puerta comenzab
y ella empezó a mover la co
sgarrada, o a una niña tomada de la mano de su padre, pero nada de e
las paredes de la casa, pero tropezó con algu
iar su hermoso vestido esmeralda, pero mis pies
eguntó mientras l
tu madre -dije, ayudándola a camina
siado fácil de
-¿Por qué esté lugar huele tan mal? -
rás hacerlo mejor que
bía miedo, solo extendió las man
blos está
olo quiero tocarme? Solo quiero saber por
a sonrió, luego una lágr
ue escapó d
puso de pie y empez
convertiré
dí en las innumerables cicatrices en su cuerpo, parecían est
y me quité la gabardina, cub
e desaparecer -dijo mientras su bastó
olté-. Deysi, vámonos -le entregué el vestido y salí de esa casa, no puedo comerme
s des
te y poderosa. Ya no soy un tonto que se come a cualquiera, tengo 25 años y ahora soy psicól
estúpidas que se quejaban de sus maridos
3 ha llegado -dijo mi secre
je mientras mordí
S
erminé de comer mi deliciosa
e a mí que mantenía la cabeza baja. Y como no reconocerla, aunque qui