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Mateo Lester, un magnate de 47 años, es un hombre implacable en los negocios y exigente en su entorno. Durante un viaje a Brasil, vive un efímero romance con una mujer. Josabet, una joven aeromoza de 30 años. se traslada a Nueva York al ser contratada por una empresa para un puesto en las aerolíneas de la empresa Lester. Cuando Josabet es presentada ante Mateo como la nueva aeromoza de su jet privado. Ambos se reconocen de inmediato, pero Josabet fingir no hacerlo y todo por un secreto que oculta. Todo cambia en la celebración del aniversario de la empresa, donde Josabet decide llevar a su hijo, dispuesta a enfrentar las consecuencias. La abuela de Mateo, al verlo, queda impactada por su increíble parecido con los difuntos padres de Mateo. La duda queda sembrada y, a partir de ese momento, Mateo comienza a investigar el pasado de Josabet, descubriendo secretos que podrían cambiar su vida para siempre. Sin embargo, una amenaza inesperada surge cuando Natalie, la exnovia de Mateo, una mujer manipuladora y obsesionada con él, descubre la existencia de josabet y su hijo. Consumida por los celos, decide hacerles la vida imposible, dispuesta a cualquier cosa para sacarlos de su camino.
La brisa tibia de Río de Janeiro se filtraba entre las palmeras, cargada con el aroma a mar y la dulzura de la caipirinha recién servida. Las luces del hotel Copacabana Palace iluminaban el elegante bar al aire libre, donde la música brasileña sonaba en un ritmo cadencioso, envolviendo el ambiente en un halo de sensualidad.
Mateo Lester, con su porte impecable y su mirada afilada, se sentó en la barra de caoba pulida, removiendo distraídamente el whisky ámbar en su vaso de cristal tallado. El hielo tintineaba suavemente, un sonido que se mezclaba con el murmullo de las conversaciones y la música de bossa nova que llenaba el ambiente. Era un hombre acostumbrado a tenerlo todo bajo control, a manejar su vida con la precisión de un relojero, pero esa noche, por alguna razón, sentía una extraña inquietud, una sensación de que podía darse el lujo de disfrutar un poco. El viaje a Brasil era solo una breve pausa entre reuniones y negocios, una distracción momentánea antes de volver al ritmo acelerado de Nueva York, a la rutina de su vida perfectamente estructurada.
Pero su amigo lo había obligado a cambiar un poco su look y así nadie lo reconocia como el empresario más influyente, dándose la oportunidad de ser un hombre común y corriente, deseando disfrutar de una noche.
-Vamos, Mateo, no seas aburrido -le habló su amigo Adrián, con una sonrisa pícara y un brillo en los ojos-. Hay muchas mujeres hermosas aquí, y tú solo quieres volver a tu habitación.
-Soy un hombre muy ocupado, no necesito una mujer que me distraiga -replicó Mateo con su seriedad habitual, su voz grave y segura.
-La distracción de una mujer es lo mejor que pueda haber en este mundo -aseguró Adrián, con una sonrisa que revelaba su experiencia en asuntos del corazón.
Mateo se llevó el vaso de whisky a la boca, sintiendo el líquido quemar su garganta con una sensación placentera. El aroma a malta y roble llenaba sus fosas nasales, recordándole los bares de lujo de Manhattan. Fue entonces cuando la vio.
Una mujer hermosa que estaba de pie cerca de la terraza, la brisa marina jugando entre su cabello dorado, creando un halo de luz a su alrededor. Vestía un vestido color esmeralda que resaltaba el tono cálido de su piel, un diseño que irradiaba elegancia y sensualidad. Sostenía una copa de vino tinto entre sus dedos, observando la vista de la playa con una expresión nostálgica, como si estuviera perdida en sus pensamientos. La luz de la luna reflejaba en sus ojos oscuros, haciéndolos brillar con una intensidad misteriosa.
Mateo sintió un escalofrío recorrer su espalda, una sensación extraña que lo hizo apartar la mirada de su vaso. La imagen de esa hermosura se grabó en su mente, una visión que lo cautivó al instante. Sintió una punzada de curiosidad, un deseo irrefrenable de acercarse y descubrir qué secretos escondía esa mujer enigmática. El sonido de las olas rompiendo contra la orilla, el murmullo de las conversaciones a su alrededor, todo se volvió distante, como si el tiempo se hubiera detenido en ese instante.
Mateo se descubrió observándola sin proponérselo. Había algo en su postura, en la manera en que sus labios se curvaban ligeramente, como si guardara un secreto, que le pareció intrigante.
Su amigo Adrián se dio cuenta de lo embelesado que estaba Mateo y sonrió con picardía, sabiendo que su amigo ya no necesitaría su compañía. Se despidió con un gesto discreto, dejándolo solo con sus pensamientos. Mateo no aguantó la curiosidad que lo carcomía y se acercó a ella, sintiendo la adrenalina correr por sus venas.
-¿Disfrutando la vista? -preguntó Mateo, acercándose con la seguridad que lo caracterizaba, su voz grave y seductora.
Ella giró lentamente el rostro hacia él, sus ojos color miel reflejando la luz dorada del bar, brillando con una intensidad misteriosa. Lo recorrió con la mirada, evaluándolo con una mezcla de curiosidad y cautela, antes de responder.
-Es difícil no hacerlo. Brasil tiene algo... único -dijo ella, su voz suave y melodiosa, con un ligero acento que Mateo no pudo identificar de inmediato, un toque exótico que añadió un velo de misterio a su encanto.
-Sí. Aunque, a veces, la belleza de un lugar no está solo en el paisaje -comentó Mateo, sosteniéndole la mirada con un matiz de desafío en sus palabras, intentando descifrar los secretos que se escondían tras sus ojos.
Ella sonrió, un destello de diversión en sus ojos, como si hubiera aceptado el reto.
-¿Es esa una línea ensayada, señor...? -preguntó la mujer, con una ceja arqueada y una sonrisa juguetona.
-Mateo. -respondió él, extendiendo su mano hacia ella.
-Josabet. Y no, no me convencen las frases ensayadas -dijo ella, ignorando su mano y tomando un sorbo de su vino tinto, el aroma a frutos rojos llenando el aire. Su mirada fija en él, como si lo estuviera midiendo, evaluando su sinceridad.
Mateo rió bajo, un sonido que resonó en el ambiente íntimo del bar.
-No suelo necesitar líneas ensayadas, Josabet -aseguró, con una sonrisa pícara.
-Eso lo imagino -respondió ella, arqueando una ceja, con un tono que denotaba escepticismo-. Se nota que es usted un hombre acostumbrado a conseguir lo que quiere.
-¿Y eso es algo malo? -preguntó Mateo, con una sonrisa desafiante, sintiendo la tensión entre ellos crecer a cada segundo. El sonido de la música de bossa nova, el murmullo de las conversaciones a su alrededor, todo se desvaneció, dejando solo el sonido de sus voces, el intercambio de miradas intensas.
Josabet inclinó levemente la cabeza, como si considerara su respuesta.
-Depende de lo que quiera.
Hubo un instante de silencio cargado de electricidad entre ellos. La música se filtraba entre las risas y conversaciones alrededor, pero en ese momento, solo existían ellos dos.
-Un baile -dijo Mateo de repente-. Quiero un baile contigo.
Josabet lo miró con escepticismo y, tras una pausa calculada, extendió la mano.
-Solo un baile.
Él tomó su mano con firmeza y la guió hacia la pista, donde el ritmo lento de una samba sensual los envolvió. Mateo deslizó una mano a su espalda, sintiendo el calor de su piel bajo la tela delgada del vestido. Josabet apoyó la otra en su hombro, con una sonrisa que parecía un desafío silencioso.
Se movieron con una sincronización sorprendente, como si sus cuerpos se conocieran de antes. La respiración de ella era suave contra su cuello, el aroma a jazmín de su perfume envolviéndolo. Mateo bajó la mirada y encontró los labios de Josabet entreabiertos, tan cerca que casi podía saborearlos.
-Eres una mujer peligrosa -murmuró Mateo, con la voz más baja, más grave.
-¿Por qué dices eso? -susurró ella, sin apartar la mirada de sus ojos.
-Porque haces que quiera olvidar que este es solo un viaje.
El ritmo de la samba disminuyó y el tiempo pareció detenerse en el momento en que los labios de Mateo rozaron los de ella, apenas un roce, pero suficiente para encender un fuego que ninguno de los dos esperaba.
Josabet exhaló suavemente y se separó, aún con su mano en la de él.
-Tal vez sea mejor que recuerdes que es solo un viaje -dijo con una media sonrisa antes de soltarlo y desaparecer entre la multitud.
Mateo la vio alejarse, sintiendo una extraña sensación en el pecho.
Él no solía sentirse así.
Y eso solo lo hacía querer volver a verla.
La noche avanzaba lentamente, pero Mateo no podía apartar su mente de Josabet. De vuelta en su suite, el eco de su risa y el calor de su cercanía seguían grabados en su piel. No era un hombre de distracciones, pero ella... ella representaba algo diferente. ¿Un reto? ¿Un misterio? No estaba seguro, pero lo que sí sabía era que la quería volver a ver.
Josabet, por su parte, se recostó en la cama de su habitación, mirando el techo con una sonrisa enigmática.
No podía dejar de pensar en ese beso tan corto y adictivo, haciéndola caer en un dilema, entre querer verlo y conocer más de él o simplemente huir antes que fuera demasiado tarde.
^^^^^^
A la mañana siguiente, el destino decidió jugar su carta, como un maestro titiritero que movía los hilos de sus vidas. Mientras Josabet caminaba por la playa temprano, disfrutando del sonido de las olas rompiendo contra la orilla, una sinfonía relajante que acariciaba sus oídos, escuchó una voz detrás de ella, una voz grave y familiar que hizo que su corazón se acelerara.
-No esperaba encontrarte aquí tan temprano -dijo Mateo, su voz resonando en el aire matutino.
Se giró y ahí estaba Mateo, con una camisa blanca arremangada, el cuello desabrochado, y los primeros rayos del sol dorando su piel, resaltando sus rasgos afilados y su mirada penetrante. La brisa marina revolvía su cabello oscuro, dándole un aire desenfadado que contrastaba con su elegancia habitual.
-¿Acaso me estás siguiendo, Mateo? -preguntó Josabet, con una ceja arqueada, sintiendo una mezcla de sorpresa y emoción.
-Digamos que el destino parece estar de mi lado -respondió Mateo, sonriendo con esa confianza innata que la había cautivado desde el primer momento-. ¿Te invito a un café?
Josabet miró el horizonte, fingiendo dudar, sintiendo la arena fría bajo sus pies descalzos. El aroma a sal y a café recién hecho flotaba en el aire, creando una atmósfera acogedora. Pero en el fondo, sabía que la atracción entre ellos estaba lejos de apagarse, que la chispa que había nacido no tenía intención de apagarse.
-Solo un café -finalmente aceptó con una sonrisa juguetona, sintiendo la adrenalina correr por sus venas.
Y con esa simple decisión, el juego entre la razón y el deseo estaba oficialmente en marcha, una partida donde el amor y la pasión eran los principales jugadores. Caminaron juntos hacia un pequeño café cercano, el sonido de sus pasos mezclándose con el murmullo de las olas. Josabet sintió la mirada de Mateo sobre ella, una mirada que la hacía sentir especial, deseada. El sol brillaba en lo alto, anunciando un nuevo día, un nuevo comienzo.
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