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Sinopsis: Mickaela Frost nunca imaginó que su vida tomaría un giro tan inesperado al mudarse con su madre, empleada de una adinerada familia en cuya mansión también reside. Lo que parecía ser solo una transición hacia una nueva etapa laboral en una galería de arte pronto se convierte en un intrincado juego de emociones, secretos y tentaciones. Kael, el enigmático hijo de los dueños de la mansión y su jefe en la galería, tiene una capacidad innata para desarmarla con su descaro y carisma, aunque sus interacciones estén cargadas de tensión, sarcasmo y momentos de inesperada vulnerabilidad. Sin embargo, lo que comienza como un choque de personalidades revela poco a poco un vínculo que ambos intentan ignorar. Pero no es solo Kael quien complica las cosas. El padre de Kael, un hombre poderoso y encantador, pronto pone su atención en Mickaela. Bajo la apariencia de un mentor interesado en ayudarla, esconde un objetivo mucho más personal: seducirla y convencerla de que Kael es un niño inmaduro incapaz de merecerla. Su fascinación por Mickaela amenaza con romper los límites, enfrentándola a una elección peligrosa. Entre el magnetismo de Kael, los intentos de manipulación de su padre y la creciente presión de los secretos familiares que empiezan a salir a la luz, Mickaela se ve atrapada en una red de sentimientos y decisiones que podrían cambiar su vida para siempre. En un mundo donde el poder y los privilegios dictan las reglas, ¿puede Mickaela mantener su integridad y seguir los dictados de su corazón, o sucumbirá ante las fuerzas que intentan controlarla?
Capítulo 1 -Fiesta en la piscina
Narrador:
Mickaela se despertó al oír la música a todo volumen que atravesaba las paredes finas de la casa de huéspedes. Miró la hora en su celular: 2:34 AM. Apretó los dientes, frustrada. Sabía que su madre estaba con los patrones en su estanci de campo y que no debía haber nadie más en la mansión. Sin embargo, la fiesta en la piscina seguía viva. Molesta, se levantó de la cama y se puso una bata ligera sobre el camisón.
-Solo voy a decirles que bajen el volumen, nada más -se dijo para si misma mientras bajaba las escaleras hacia la puerta principal.
Caminó descalza hacia los jardines, sintiendo la humedad de la hierba en sus pies. A medida que se acercaba a la piscina, la música se hacía más fuerte. Escuchó risas, el sonido de vasos tintineando, y el chapoteo del agua. Cuando cruzó la última hilera de arbustos, la imagen frente a ella la dejó paralizada. Allí estaba él. Kael. Recostado sobre una tumbona, con un vaso de whisky en la mano, sus piernas extendidas con la despreocupación de alguien que siente que el mundo le pertenece. El cabello un poco más largo que antes, la misma sonrisa descarada dibujada en su rostro mientras una chica en bikini le susurraba algo al oído. Mickaela sintió cómo la sangre le hervía.
-¿De todas las personas en el mundo, por qué tenía que ser él? -se surroró para ella misma
Kael alzó la vista por un momento, como si hubiera sentido su presencia. Sus ojos se encontraron, y el tiempo pareció congelarse. Él frunció el ceño al principio, como si estuviera tratando de recordar de dónde la conocía. Se sentó lentamente, dejando el vaso a un lado y apartando a la chica sin prestarle más atención.
-Tú... -murmuró, entre intrigado y sorprendido. Luego su expresión cambió a una mezcla de diversión y confusión -¿Qué haces aquí?
Mickaela sintió cómo le temblaban las manos, pero intentó ocultarlo cruzando los brazos sobre el pecho.
-Podría preguntarte lo mismo.
-Bueno, esta es mi casa -respondió él, todavía analizándola con la mirada, como si intentara encajar las piezas del rompecabezas -¿Y tú? ¿Quién eres?
Ella sintió un nudo en el estómago. Sabía que era cuestión de segundos para que él recordara el baño en la universidad, esa noche que la había dejado marcada. Pero no parecía que aún lo hubiera hecho.
-Eso no importa -contestó ella, intentando sonar firme -Lo que importa es que quiero dormir y tú tienes la música tan alta que es imposible.
Kael entrecerró los ojos, como si quisiera descifrarla. Luego, una sonrisa ladeada apareció en su rostro.
-No puedo creer que haya alguien viviendo en esta propiedad que no conozco. ¿Eres parte del personal?
Mickaela apretó los dientes.
-Vivo con mi madre, pero eso no es asunto tuyo.
Kael se puso de pie, acercándose lentamente a ella, su mirada fija y segura. Ella retrocedió un paso por puro instinto, pero él siguió avanzando, como si estuviera decidido a acortar la distancia que los separaba.
-No tienes pinta de ser hija de una sirvienta -dijo con una voz suave, casi un susurro -¿Estás segura de que no nos conocemos?
Mickaela sintió cómo su corazón se aceleraba. Cada paso de él hacia ella era como una embestida silenciosa, una carga de tensión que se acumulaba con cada segundo.
-No -mintió, bajando la vista para evitar que él pudiera leer la verdad en sus ojos -No nos conocemos.
Kael esbozó una sonrisa lenta, esa sonrisa que ella recordaba perfectamente. Era la misma sonrisa que había visto justo antes de que la besara por primera vez, en el baño de la universidad.
-¿Seguro? Porque tengo la sensación de que tú y yo tenemos algo pendiente... -Ella sintió cómo se le cortaba la respiración. Su mente gritaba que tenía que irse, alejarse de él antes de que todo el pasado volviera a salir a la superficie. Pero su cuerpo no respondía. Estaba atrapada en la red invisible que Kael siempre había sabido tejer alrededor de ella. -Escucha, no sé quién eres ni por qué estás aquí, pero puedo decir que esto es... interesante. -Kael la miró con más intensidad, como si cada palabra fuera un reto que él esperaba que ella aceptara -¿De verdad no vas a decirme aunque sea tu nombre?
Mickaela apretó los labios. La cercanía entre ellos se volvía insoportable. El aire estaba cargado de tensión, como si el pasado y el presente estuvieran a punto de chocar en cualquier momento.
-No importa quién soy -respondió finalmente -Solo apaga la música.
Kael la miró en silencio durante un largo momento, su expresión cada vez más intrigada. Algo en ella despertaba su curiosidad, una chispa que él no terminaba de comprender.
-¿Por qué siento que hay algo que debería recordar? -dijo en voz baja, como si hablara más para sí mismo que para ella.
Mickaela sintió cómo la ira y la frustración crecían dentro de ella. "¿De verdad no se acuerda? ¿Después de todo lo que pasó entre nosotros?"
-Olvídalo -espetó ella, dando un paso hacia atrás, dispuesta a marcharse -Solo baja el volumen.
Cuando giró para irse, sintió la mano de Kael sujetar su muñeca con firmeza, pero sin fuerza. Un toque que la detuvo en seco.
-Espera.
El contacto de su piel contra la de él despertó una avalancha de emociones que había intentado enterrar durante años. Un fuego que nunca se había apagado del todo. Ella lo miró, con los ojos ardiendo de rabia y algo más.
-No tienes derecho a tocarme -susurró, con la voz quebrada por la mezcla de sentimientos que la consumían.
Kael soltó su muñeca de inmediato, como si su toque hubiera sido un error que él no entendía del todo.
-Lo siento -murmuró, dando un paso atrás -No quise...
Mickaela sintió cómo la furia subía rápidamente dentro de ella.
-Eres un imbécil -soltó, sin molestarse en medir sus palabras.
Kael sonrió con una mezcla de soberbia y diversión, lo que solo avivó su enojo. Sin decir nada más, Mickaela se dio media vuelta y comenzó a caminar de regreso hacia la casa de huéspedes, sin importarle que sus pies descalzos chapotearan en el césped mojado. En su prisa por alejarse de él, sintió un tirón brusco. El borde de su salto de cama se había enganchado en una rama baja. Intentó liberarlo rápidamente, pero los dedos torpes por la frustración se lo impidieron. Y entonces, al ver que Kael venía hacia ella con esa calma exasperante, simplemente dejó de luchar. Con un movimiento rápido, se deshizo del salto de cama y lo dejó tirado en la hierba. Ahora solo llevaba su pijama: una fina camisola de verano que se pegaba a su piel con la humedad de la noche. No se molestó en cubrirse ni en mirar hacia atrás; siguió su camino con la cabeza alta, sintiendo el aire fresco acariciar su piel expuesta. Kael, que no había dejado de seguirla, soltó una leve risa detrás de ella, como si disfrutara de su desafío. Mickaela apretó los dientes y aceleró el paso. Pero, justo antes de llegar a la piscina, sintió la necesidad de comprobar si él seguía detrás. Se giró bruscamente. Y ahí estaba él. A solo unos metros, caminando con esa tranquilidad irritante, las manos en los bolsillos, los ojos fijos en ella con esa intensidad que la hacía tambalear. El corazón le dio un vuelco, pero no dejó que él lo notara. Dio un par de pasos hacia atrás, sin apartar la mirada de él. Fue entonces cuando su talón resbaló en el borde mojado. Antes de que pudiera reaccionar, perdió el equilibrio.
-¡Mier*da! -exclamó, justo antes de caer de espaldas al agua con un chapoteo estrepitoso.
La piscina la recibió con un frío que le cortó la respiración. Se hundió unos segundos antes de sacar la cabeza, tosiendo y tratando de apartarse el cabello empapado del rostro. Cuando finalmente pudo ver con claridad, allí estaba Kael, de pie en el borde de la piscina, observándola con una expresión que era mitad diversión, mitad curiosidad.
-¿Estás bien? -preguntó, agachándose un poco, sin perder la sonrisa.
Mickaela lo fulminó con la mirada mientras se sujetaba al borde de la piscina, jadeando.
-Perfectamente -gruñó, escupiendo agua -Ahora lárgate.
Kael soltó una risa baja, como si la situación fuera lo más divertido que le había pasado en mucho tiempo.
-¿Y perderme esto? Ni pensarlo.
Capítulo 1 -Fiesta en la piscina
Narrador:
Mickaela se despertó al oír la música a todo volumen que atravesaba las paredes finas de la casa de huéspedes. Miró la hora en su celular: 2:34 AM. Apretó los dientes, frustrada. Sabía que su madre estaba con los patrones en su estancia de campo y que no debía haber nadie más en la mansión. Sin embargo, la fiesta en la piscina seguía viva. Molesta, se levantó de la cama y se puso una bata ligera sobre el camisón.
-Solo voy a decirles que bajen el volumen, nada más -se dijo para si misma mientras bajaba las escaleras hacia la puerta principal.
Caminó descalza hacia los jardines, sintiendo la humedad de la hierba en sus pies. A medida que se acercaba a la piscina, la música se hacía más fuerte. Escuchó risas, el sonido de vasos tintineando, y el chapoteo del agua. Cuando cruzó la última hilera de arbustos, la imagen frente a ella la dejó paralizada. Allí estaba él. Kael. Recostado sobre una tumbona, con un vaso de whisky en la mano, sus piernas extendidas con la despreocupación de alguien que siente que el mundo le pertenece. El cabello un poco más largo que antes, la misma sonrisa descarada dibujada en su rostro mientras una chica en bikini le susurraba algo al oído. Mickaela sintió cómo la sangre le hervía.
-¿De todas las personas en el mundo, por qué tenía que ser él? -se surroró para ella misma
Kael alzó la vista por un momento, como si hubiera sentido su presencia. Sus ojos se encontraron, y el tiempo pareció congelarse. Él frunció el ceño al principio, como si estuviera tratando de recordar de dónde la conocía. Se sentó lentamente, dejando el vaso a un lado y apartando a la chica sin prestarle más atención.
-Tú... -murmuró, entre intrigado y sorprendido. Luego su expresión cambió a una mezcla de diversión y confusión -¿Qué haces aquí?
Mickaela sintió cómo le temblaban las manos, pero intentó ocultarlo cruzando los brazos sobre el pecho.
-Podría preguntarte lo mismo.
-Bueno, esta es mi casa -respondió él, todavía analizándola con la mirada, como si intentara encajar las piezas del rompecabezas -¿Y tú? ¿Quién eres?
Ella sintió un nudo en el estómago. Sabía que era cuestión de segundos para que él recordara el baño en la universidad, esa noche que la había dejado marcada. Pero no parecía que aún lo hubiera hecho.
-Eso no importa -contestó ella, intentando sonar firme -Lo que importa es que quiero dormir y tú tienes la música tan alta que es imposible.
Kael entrecerró los ojos, como si quisiera descifrarla. Luego, una sonrisa ladeada apareció en su rostro.
-No puedo creer que haya alguien viviendo en esta propiedad que no conozco. ¿Eres parte del personal?
Mickaela apretó los dientes.
-Vivo con mi madre, pero eso no es asunto tuyo.
Kael se puso de pie, acercándose lentamente a ella, su mirada fija y segura. Ella retrocedió un paso por puro instinto, pero él siguió avanzando, como si estuviera decidido a acortar la distancia que los separaba.
-No tienes pinta de ser hija de una sirvienta -dijo con una voz suave, casi un susurro -¿Estás segura de que no nos conocemos?
Mickaela sintió cómo su corazón se aceleraba. Cada paso de él hacia ella era como una embestida silenciosa, una carga de tensión que se acumulaba con cada segundo.
-No -mintió, bajando la vista para evitar que él pudiera leer la verdad en sus ojos -No nos conocemos.
Kael esbozó una sonrisa lenta, esa sonrisa que ella recordaba perfectamente. Era la misma sonrisa que había visto justo antes de que la besara por primera vez, en el baño de la universidad.
-¿Seguro? Porque tengo la sensación de que tú y yo tenemos algo pendiente... -Ella sintió cómo se le cortaba la respiración. Su mente gritaba que tenía que irse, alejarse de él antes de que todo el pasado volviera a salir a la superficie. Pero su cuerpo no respondía. Estaba atrapada en la red invisible que Kael siempre había sabido tejer alrededor de ella. -Escucha, no sé quién eres ni por qué estás aquí, pero puedo decir que esto es... interesante. -Kael la miró con más intensidad, como si cada palabra fuera un reto que él esperaba que ella aceptara -¿De verdad no vas a decirme aunque sea tu nombre?
Mickaela apretó los labios. La cercanía entre ellos se volvía insoportable. El aire estaba cargado de tensión, como si el pasado y el presente estuvieran a punto de chocar en cualquier momento.
-No importa quién soy -respondió finalmente -Solo apaga la música.
Kael la miró en silencio durante un largo momento, su expresión cada vez más intrigada. Algo en ella despertaba su curiosidad, una chispa que él no terminaba de comprender.
-¿Por qué siento que hay algo que debería recordar? -dijo en voz baja, como si hablara más para sí mismo que para ella.
Mickaela sintió cómo la ira y la frustración crecían dentro de ella. "¿De verdad no se acuerda? ¿Después de todo lo que pasó entre nosotros?"
-Olvídalo -espetó ella, dando un paso hacia atrás, dispuesta a marcharse -Solo baja el volumen.
Cuando giró para irse, sintió la mano de Kael sujetar su muñeca con firmeza, pero sin fuerza. Un toque que la detuvo en seco.
-Espera.
El contacto de su piel contra la de él despertó una avalancha de emociones que había intentado enterrar durante años. Un fuego que nunca se había apagado del todo. Ella lo miró, con los ojos ardiendo de rabia y algo más.
-No tienes derecho a tocarme -susurró, con la voz quebrada por la mezcla de sentimientos que la consumían.
Kael soltó su muñeca de inmediato, como si su toque hubiera sido un error que él no entendía del todo.
-Lo siento -murmuró, dando un paso atrás -No quise...
Mickaela sintió cómo la furia subía rápidamente dentro de ella.
-Eres un imbécil -soltó, sin molestarse en medir sus palabras.
Kael sonrió con una mezcla de soberbia y diversión, lo que solo avivó su enojo. Sin decir nada más, Mickaela se dio media vuelta y comenzó a caminar de regreso hacia la casa de huéspedes, sin importarle que sus pies descalzos chapotearan en el césped mojado. En su prisa por alejarse de él, sintió un tirón brusco. El borde de su salto de cama se había enganchado en una rama baja. Intentó liberarlo rápidamente, pero los dedos torpes por la frustración se lo impidieron. Y entonces, al ver que Kael venía hacia ella con esa calma exasperante, simplemente dejó de luchar. Con un movimiento rápido, se deshizo del salto de cama y lo dejó tirado en la hierba. Ahora solo llevaba su pijama: una fina camisola de verano que se pegaba a su piel con la humedad de la noche. No se molestó en cubrirse ni en mirar hacia atrás; siguió su camino con la cabeza alta, sintiendo el aire fresco acariciar su piel expuesta. Kael, que no había dejado de seguirla, soltó una leve risa detrás de ella, como si disfrutara de su desafío. Mickaela apretó los dientes y aceleró el paso. Pero, justo antes de llegar a la piscina, sintió la necesidad de comprobar si él seguía detrás. Se giró bruscamente. Y ahí estaba él. A solo unos metros, caminando con esa tranquilidad irritante, las manos en los bolsillos, los ojos fijos en ella con esa intensidad que la hacía tambalear. El corazón le dio un vuelco, pero no dejó que él lo notara. Dio un par de pasos hacia atrás, sin apartar la mirada de él. Fue entonces cuando su talón resbaló en el borde mojado. Antes de que pudiera reaccionar, perdió el equilibrio.
-¡Mier*da! -exclamó, justo antes de caer de espaldas al agua con un chapoteo estrepitoso.
La piscina la recibió con un frío que le cortó la respiración. Se hundió unos segundos antes de sacar la cabeza, tosiendo y tratando de apartarse el cabello empapado del rostro. Cuando finalmente pudo ver con claridad, allí estaba Kael, de pie en el borde de la piscina, observándola con una expresión que era mitad diversión, mitad curiosidad.
-¿Estás bien? -preguntó, agachándose un poco, sin perder la sonrisa.
Mickaela lo fulminó con la mirada mientras se sujetaba al borde de la piscina, jadeando.
-Perfectamente -gruñó, escupiendo agua -Ahora lárgate.
Kael soltó una risa baja, como si la situación fuera lo más divertido que le había pasado en mucho tiempo.
-¿Y perderme esto? Ni pensarlo.
Janina y Sebastián, se ven obligados a hacer a un lado sus diferencias y afrontar las complejidades de una vida compartida, hasta que logran la libertad tan ansiada. Sin embargo, un acontecimiento inesperado, hace que, poco tiempo después, se vean forzados a enfrentar un pasado no resuelto y, las circunstancias, los obliga a vivir juntos nuevamente, pero ésta vez será por un motivo diferente al cual ninguno de los dos puede negarse. Se odian, deben vivir juntos, se separan y vuelven a vivir juntos, aunque no han dejado de odiarse, ¿qué puede salir mal?
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Amar y ser amada es lo que toda mujer sueña. Sin embargo, lo único que Debbie quería era el divorcio. Llevaba tres años casada con Carlos, un joven multimillonario a quien ni siquiera había visto la cara. Cuando por fin decidió poner fin a su irónico matrimonio e ir en busca de la felicidad verdadera, apareció su supuesto marido y le pidió que lo intentaran de nuevo. A partir de entonces, Carlos se sentía increíblemente atraído por el espíritu libre y salvaje de Debbie y se enamoró de ella. Él comenzaba a mimarla. Poco a poco, lo que había entre ellos se iba a convirtiéndose en una atracción irrefrenable. Esto es una extraordinaria historia de amor donde descubrirá que, a veces, el amor no está muy lejos de cada uno de nosotros.