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Cuando Amy Reeve comenzó la universidad, lo único que quería era jugar al voleyball con todo su ser. Y lo consiguió, junto con una fama arrolladora. Pero un error trajo consigo el desprestigio y se convirtió en la muchacha más odiada de la escuela de la noche a la mañana. Su mala prensa cobró el nombre de monstruo y Amy apenas sobrevivió su primer año. ¿Cómo se enfrentaría al segundo, con esa carga a cuestas? ¿Existiría la posibilidad de remendar sus faltas y volver a empezar?
Déjame contarte mi historia, quizás te sientas identificado, quizás me detestes. No serías el único, ni el primero. Yo misma me detesto, el desprecio que siento hacia mi persona está arraigado y no puedo librarme de él.
¿Cómo comenzó todo? Bueno, aunque no lo creas, lo sé con exactitud.
¿Nunca has sentido que perdiste el camino? ¿Que la persona que solías ser quedó atrás y que ya no tienes el mismo objetivo?
Yo sí. Aunque no siempre.
Para mí todo había estado claro hasta que empecé la universidad.
Ni siquiera con la temprana muerte de mis padres me había desviado. Siempre supe qué iba a hacer y quién iba a ser. Nada más importaba en mi mundo que mis objetivos.
Pero ese año, cambié. Las líneas se desdibujaron y lo que me importaba pasó a un segundo plano.
Empecé la facultad como lo tenía planeado. La nueva rutina, profesores que me admiraban, compañeros que deseaban tenerme en su grupo, los entrenamientos que no representaban ningún desafío. Todo es sucedía tal y como esperaba que fuera. A eso se le sumó la vida en el campus, las fraternidades con sus iniciaciones, las fiestas en las que todo era válido.
Las cosas iban viento en popa, hasta que me crucé con el grupo de chicos populares. Entonces todo se volvió más intenso y confuso y ya no estuve tan segura de mi objetivo. Dejo de interesarme ser una buena deportista. Me concentré más en agradarles que en sacar buenas calificaciones. Yo era parte de ellos y no había mejor sentimiento que el de pertenencia. Hasta su líder fijó su atención en mí.
Jonathan parecía ser un gran chico, agradable, carismático y dedicado al deporte. Era un rompecorazones, el deseado entre las chicas y me incluía en la lista. Me esforcé por llamar su atención y luego de muchos meses, resulté ser de su agrado. No voy a mentir, ese hecho me hizo subir a las nubes, como una ganadora. ¿Qué más quiere una chica, que el chico popular se fije en ella? Es el típico cliché, pero créanme, la historia no se trata de eso.
El amor puede convertirse en obsesión y en toxicidad. Y entonces nos destruye.
Así como averigüé con el pasar del tiempo, no todo es lo que parece, no todo lo que brilla es oro. La fama es una vanidad, es algo que fácil viene y fácil se va. La gente se cansa de ti, aunque hoy seas su juguete nuevo, no tardan es buscarse otro mejor. Jonathan me lo demostró y sin importar qué tanto me esforcé por ser de su preferencia, no dudo en buscarse otro entretenimiento para pasar el tiempo.
No tardé en golpearme con la pared de la realidad, un muro conciso, que además fue sumamente doloroso. Lo sentí como una traición, como algo imperdonable, pero no tendría que haber reaccionado de esa manera. No tendría que haber hecho lo que hice. Mis acciones en respuesta a su traición fueron malas, lo admito y me arrepiento.
¿Por qué tuve que hacer eso? ¿Por qué no pude ser una mejor persona? ¿Por qué no pude aceptar las cosas como eran?
Desearía regresar el tiempo, pero es imposible. Desearía que todo hubiese sido un sueño o una cruel imaginación. Pero no, es algo que sucedió, es algo que hice y no se puede cambiar el pasado. Solo queda reparar el daño a partir de ahora, cambiar nuevamente, pero esta vez, para mejor.
Pero no es tan sencillo enmendar un error. Ni siquiera puedo perdonarme a mí misma por lo que hice, ¿cómo puedo pretender que otros lo hagan?
Ese accidente me costó todo lo que había conseguido. Mi vida social se fue al diablo, al punto de no solo no ser aceptada por ellos, sino de convertirme en una paria. Todo tipo de rumores sobre mí, se expandieron en el campus universitario. Y comenzó el apodo: monstruo. Cuando me miran, solo veo desprecio y asco. Si pudieran devolverme lo que hice, lo harían. No dudo que hasta lo intentarán.
Quisiera redimirme a sus ojos, pero ¿cómo reparar tus errores cuando nadie desea acercarte a ti?
Pero no puedo culparlos por sus hechos, son las consecuencias de mis acciones. Tengo que hacerme cargo y asumir la responsabilidad. No puedo pretender que sea igual que antes. No lo será y es mejor que lo acepte rápido.
Terminé el año a duras penas. Rendí satisfactoriamente casi todas las materias. Recuperé mi relación con las chicas del equipo, aunque tuve que hacer mérito bastante tiempo. Pero mi reputación no se salvó. Sigo siendo el monstruo horrible que te destruirá si te acercas.
Ahora tengo que comenzar mi segundo año con la carga de mis errores en la espalda. Y lo peor de todo, es que siento que perdí el rumbo y ahora nada tiene verdadero sentido.
Dime, ¿es posible volver a encontrarle sentido a las cosas? ¿A la vida? ¿Es posible restaurar la persona que habíamos sido?
No tengo la respuesta a ninguna de estas preguntas, pero créeme que la estoy buscando. Estoy hundida en las profundidades de mi propia miseria, en el mismísmo fondo. Con el orgullo y la autoestima heridos, con un deseo de auto destrucción muy fuerte. Sé que nadie me ayudará a salir de aquí, tengo que hacerlo sola. No sé cómo hacerlo, lo único que puedo hacer es seguir adelante y dar lo mejor de mí. Sin importar cuánto me tome, sin importar el costo que deba pagar.
¿Debería simplemente rendirme? Dejar que la situación tome el curso inevitable y me destruya sería el camino más sencillo. Pero he llegado demasiado lejos como para dejar las cosas como están. Al menos tengo que intentarlo.
Quiero perdonarme. Quiero cambiar. Quiero que las personas que amo no se preocupen por mí. Quiero dejar de ser una carga. Pero más que nada, quiero convertirme en una mejor versión de mí misma y dejar de sentir este asco cuando me veo en el espejo.
Tengo un camino largo por delante.
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