enían telarañas a base de secretos. Su nombre se había colocado en un pedestal de oro y ri
trazado con una daga que, en el fino m
..
do y suavidad desde el otro lado de la puerta cerrada, u
n. Ante la falta de respuesta, un suspiro se escuchó desde el pasillo. Su madre golpeteó sigilo
toda la tarde -siguió diciendo- y las chicas de serv
onces, su madre lo
? ¿Sucedió
e las lágrimas secas. Se le escapó una exhalación baja, temblorosa, y continuó aguardando callada, el nombre repitiéndose varias veces en su cabeza como u
rse después de segu
rde en volver a llamar. Al menos... habla con ella -su voz denotó cansancio-
mejillas y rodaron hasta la seda que envolvía su almohada. Ella cubrió sus labios al momento, callando cualquier tipo de sollozo... como lo había hecho toda la tarde, desde que huyó del instituto y tomó el primer vehículo que vio a su vista, el conductor de un autobús dejándola pasar con una mirada lastimera y el peso de muchos ojos so
y luego deslizándose con cuidado hacia su cuello... y rodeando con asombrosa delicadeza el dije de su collar, la punta de sus dedos delinean
s, mucho antes. Antes de que Aurora vistiera telas finas y prendas de oro, antes de que su cama
empezado mu
e una gran casa y la sacaron de las calles, de los refugios en los que paraba en las noches y de la suciedad de sus mejillas cuando dormía en el
los pisos de la gran casa donde ellos vivían, cocinándoles y acicalándoles como si se trataran de reyes. Y estaba bien, si, porque atrás de aquella gran casa de un lago, jard
ella poder nombrar. Niños de tez pálida y cabellos lacios, cada uno levemente parecido al otro y con ojos negrísimos, cada uno de ellos. Había uno que era un poco mayor que el resto, siempre serio y distante con los cab
a también tenía de esas. Y al final, estaba esa niña de cabellos rubios claros y expresión contenta, parlanchina y curiosa; la niña que siempre se escapaba, rodeando el lago y terminando a su lado, r
ila. Todos y cada uno de ellos; podían tener el cabello distinto y pecas y lunares, pero sus o
pto
lí muchos años atrás. Pero aquel niño y su padre conservaban aquello, el brillo frío en la piel y el acento pesado rodando en sus lenguas, porque acababan de llegar de allí. Aquel chiquillo tenía la tez extremadamente pálida y los cabellos tan negros y lacios que caían sobre su frente como un pequeño flequillo,
grandes celebraciones y galas que la familia celebraba de vez en cuando; ni cuando a veces todos los niños -primos y hermanos- salían afuera, un aire distinto envolviénd
caminaba por la tierra húmeda con sus zapatillas azules sucias, notó aquel chiquillo sentado allí, a lo lejos, solo. Sentado en un banco de madera, con sus piernas colgando por la altura y su figura de nueve años encogida. Aurora lo observó, quieta con un poco de sorpresa e i
ia el lago. Cuando Aurora dio uno, dos, tres pasos, acercándose, sus ojo
ico diferente a tod
oj
sus ojos era del familiar negro, el otro iris estaba cubierto de un gris tan claro que parecía celeste. Dos tonos dist
n curiosidad, terminando de acercarse, sus rodillas chocando con la madera
el niño pestañeando lentamente con los ojos fijos en ella. Cuando el silencio se
ostro. Estuvo a punto de decir algo, impulsada por una curiosidad inocente e infantil. Sin embargo, la voz de su madre llamándola desde la parte delantera la detuvo. Titubeó, sus ojos desviándose
istintos y bicolores. Así que Aurora pensó en ello, distraída por un largo tiempo. Se preguntó cómo se llamaba aquel niño. Se preguntó como era su voz. Luego, cuando regresó a aquella pequeña cabaña, al lago y los grandes jardines que
a viéndolo a lo lejos -desde donde terminaba el lago y comenzaba el límite, porque los del servicio no podían adentrarse a la zona de la gran casa, ni coincidir con los señores- y mientras ello; su
cocina o susurrándole al oído poco antes de irse cuando nadie miraba. Ambos se acercaban cada vez más; él le tendía su man
legante piso en la cima de un edificio, de ascensores metálicos y paredes blancas, de pisos lustrosos y castamente elegantes. Pero, no era eso en su totalidad: junto a su madre y tomando su mano, iría ese hombre alto de faccione
gar. Existió un momento, después, cuando ella llegó a un sitio de finos muebles blancos y estructura trabajada, dónde su cama sería dos veces más grande que la que tenía en l
s se acercaba. Mikahil, su padre, posó la mano sobre el hombro del niño. Ariah impulsó a A
rpresa, sus mejillas pecosas tomando un rojo similar al de su cabello y luego,
l niño tiró su mirada al suelo,
za
ero, allí estaban ellos, los niños de la gran casa Harvet; todos reunidos en una mesa y siendo atendidos por camareros como si se trataran de pequeños príncipes, estaban juntos, sus servi
acentuada por algo distinto. Su madre le contó un día que aquella rareza en los ojos del niño, Azael, era algo que había heredado y era muy extraño: heterocromía. Le contó con un deje fantástico y suave que en aquella gran familia solo había d
gos que uno de los niños de la familia y las pocas veces que Aurora escuchaba su voz era como si no le gustara hablar. Era tan raro, Aurora antes de irse a dormi
por un pasillo repleto de pétalos de rosas con dos anillos en mano. Envueltos en una cinta dorada
junto al lago artificial y sobre el césped cubierto de nieve. Invitados vestidos con abrigos finos y trajes de hi
tida con telas rosas que cubrían hasta sus finas zapatillas nuevas. Con los cabellos acomoda
con la seriedad y dureza de un hombre, observando todo desde los inicios del altar en un tr
era cuando ambos en
se besaron luego de l
se pusieron de pie para
sentada en la primera fila. Él simplemente estuvo en s
nieves, lo encontró en un sitio apartado de todos y cerca de la cabaña de los trabajadores de servicio. Nadie más lo habí
estas si
rora se sentó junto a él en la nieve. Era la primera vez que estaban tan cerca, ni siq
mpoco r
eza con las mejilla
No tiene
o sus mejillas sonrojadas porque al final de todo, le gustaban los ojos de
de hombros con timidez- yo tampoco tengo muchos
les gusta est
n mohín con
que a la mayoría no le agrada qu
n su voz rara- a la
tras la sombra
ampoco t
u voz pesada deslizado las palab
hace
á bien. No importa. ¿No
N
iéndose con la nieve fría, capas y capas de tela resguardándola- ¿Por
un a
ace
licó él, lento y calmado, casi como si no
os comp
mos. Es
os compar
mplios y raros. Aurora le
s amigos
apareció tras él.
ro. Llevaban m
s, a lo lejos donde se desarrollaba la fiesta; bombas que desataron una ola de humo blanco y gas,
a se lanzaba sobre el chiquillo cubriéndolo con su cuerpo con un grito y arrastrándolo por la nieve, una bola de h
niño inconsciente, su cabeza estrellándose contra el suelo. E
ruesa y deformada. Hubo un par de gr
minutas sosteniendo la cabeza del niño y el gas colándose en su nariz. Su cuerpo ca
iente, dormida sobr
de ellos fue una diadema de
ra y deshaciéndose como azúcar: los herederos del gran imperi
a posada con cuidado sobre una almohada. Terminó de regresar a la conciencia sacudiendo
e miedo. Se congeló, temblando y abriendo sus labios para llamar
ur
ndola con cuidado, a su lado en esa cama en medio de una habitación vacía y oscura
de es
siendo el único objeto en la habitación además de la mesa con agua. N
. no
ojos de lágrimas y su labi
amá? ¿Tu
za. Intranquilo y ner
sé. No
mente sus ojos oscureciéndose con una emoción: miedo. Él la acercó a su cuerpo, indeciso y temeroso, sin sa
de la escasa luz del día que comenzaba a colarse por la ventanilla alta. Aur
? ¿Qué
ojos lucía un poco más profundo, al igual que la intranquilidad y el ne
por
no en su
hijo de mi tío Calum. Lo tomaron y lo esc
-di
inero a cambio de que él regresara
... ¿Vamo
urora se apegó a él, su vestido y abrigo su
dinero a cambio
Quiero volver ya
tiempo. Debe s
anto. Se abrazó a él.
con lentitud, la envolvió con ambos brazos. -Po
no tiene diner
tornó dura- desde que
el cuerpo del chiquillo, ambos niños sosteniéndose uno al ot
o estar a
ilencio. -Pronto n
oco a poco, su cabeza cayendo con
sitó él- pronto
rlo? -ella dijo, l
nen que
r a su lado. La puerta cerrada era de metal, se abrió en un quejido ruidoso y ambos niños se apegaron, una silueta dándoles la espalda mientras se ade
a tras ella. Su voz tembló y una mano se sujetó a la suy
n la luz del día que entraba por la rejilla. Hacía frío en la habitación. Dejó la bandej
ilencio hagan t
rora. -Yo no tengo diner
no se
len
ó en llanto.
po pareciendo tenso y entonces, golpeó con su puño en la puerta metálica causando un estruendo
i salvaje- tal vez se vayan. Pero si sigues molestando voy a d
l cubrió su boca; él en silenci
onrió. -As
abrió. Ella salió sin decir nada, el lado izquierdo de
urora humedecían
un susurro- ni hables.
estar aqu
on dureza- pero ellos son malos
imió -Te
a más. La dejó ac
ontra una esquina. El frío los vencía, arrancaron la sábana vieja y fina al colchón de la cama y se envolvieron, ambos temblando con sus cuer
rió de golpe en
rtando en alerta; cuatro cuerpos adentrándose a la habitación. Era la misma mujer, junto a tres hombres más. Eran
on
s, barbudo y ancho- el mayo
Aurora habló bajito, su voz
cia ellos. Le sonr
s quieren un regalito. Un incen
sta mierda -dijo, grueso y desagradable. A Aurora le puso los vellos de pu
e encogió
ecesita
en su garganta y escapó de sus labios cuando el terce
-carcajeó, tan desagradable y repu
-No es nada. No
os labios. La mera idea de lo que sucedería
, su mano cayendo. La mujer sacó la navaja, el sonido filoso y el brillo plateado acercándose. Azael la cubri
vor-! -chilló
n fastidio -Que alguien l
n pensarlo, empujó al débil chiquillo frente a ella, alej
de golpe a
r rasgando la mejilla de Aurora
el sonido de
todo el m
an a los tres hombres vestidos de negro y un policía apun
es y gritos, era todo tan caótico y aterrorizante, entonces, el niño la c
jado. Los policías hablaban a gritos tras ellos, se
guna mujer uniformada comenzó a hablarles, intentado ac
l niño, sin soltarla- está bie
había desat
e autos de policía, de ambulancias y camionetas, de hombres y mujeres uniform
el ni siquiera cuando su m
mundo parec
ón comenzó a fallar y
tar la respiración, sus ojos abriéndose con la desesperación cruda y s
el suelo con una mano cubriéndose el pecho c
grises y una cama desvalida; se encontraba entre sábanas y paredes blancas, con una máquina
on el que su propio cuerpo había nacido y no se dio a descubrir hast
bras desordenadas y bullicio, dentro de la habitación de hospital todo era silencio. Era una niña pequeña a
z casi suave. Aurora pestañeó lentamente y Azael se acercó con calma, los brazos cruzados tras su espalda
niños mirándose a los ojos con
Mikahil tras ella, hubo un grito de -¡Despertó! -y, pronto, toda la habitación s
con desesperación, ni cuando Mikahil llamó con cuidado a su hijo,
soltaron ni
o harían
ada en una silla de ruedas que no sabía manejar, conducida en autos custodiados por seguridad y guardaespaldas siguiéndolos a lo lejos, y acomodada en su habitación nueva de aquel apartamento lujoso; él se acercó cuando ella estuvo sola. No
ra no junto al otro -con el agarre de sus manos juntas recordán
s ojos diciendo mil cosas en sus dos tonalidades. Luego,
erpleja, como si nunca hubiese escuchado la palabra. Negó
cho- Estás enferma. A tu corazón no le interesa si alguien lo permite o no. nadie lo controla. Y él, si ya está ca
voy a
r los brazos y con tres pasos
. Tu c
nua, no lo supo reconocer. ¿Lo había vivido una vez, cierto? Pero nunca así. Nunca pensó que, tal vez, aquellos vill
rir, no debían sufrir por un corazón roto; nadie debía hacerlo. Pero si el mundo se rigiese por aquellas reglas los seres humanos no fueran débiles ni vulnerables, no serían quienes sufren por un corazó
s una p
s singulares orbes brillaban posados sobre ella; Azael se a
-repitió bajito
te, bajó el tono de su voz com
cuidarte sie
Y
ometes q
tomar sus manos y ella podía hacerlo; ella podía sostener su mano siempre y cuando él no la
sonriendo con un
Qu
i mano
oloreó sus ojos. Con cuidado, Az
pro
ve, sus mejillas pintada
no querer sacarla de su vista. Como cuando estuvieron en aquellas sucias paredes grises, pero esta vez Aurora solo buscaba sus ojos, sonriéndole pequeñamente cada vez que recordaba su trato. Era solo el inicio; un día, Azael exigió que su habitación fuese la quedaba frente a la
riosidad infantil. -¿Qué e
u rostro, delicado como la porcelana. Aurora cerraba sus ojos lentamente y Azael cubría con una bandit
e, sus padres durmiendo y la lámpara de mesa iluminan
Si
pequeña. Se alejó un poco para mirarla a los ojos-
endo poco a poco. Su voz fue baja
ra sus hombros. Estuvo ahí, quieto y tranquilo, la cabeza de Aurora caye
voy a
erlo, su voz siendo un murmullo dulce y la atención del niño en ella. Mientras sus padres dormían, él le leía. O en ocasiones solo la miraba. Se aseguraba de que estuviese bien hasta que se quedara dormida. Y a ve
éndose en un sonido alegre. Poco después, Azael también le sonría -pero solo a ella, no a alguien más. Llegó su consulta al doctor, él fue junto a ella. Llegó el reinicio de clases; él la tuvo a su lado, no dejó que se sentara más en una mesa apartad
hora, los
es. Ambos adultos, recién casados y con la preocupación po
es qu
lo espero.
ió en alivio. -Ellos... Dios, Mikah
caricia a su mejilla. La bes
ue ya l
vocados es