onriendo y tomando mi mano es inmedible. Si ya me siento así por dentro, no quiero ni imaginar cómo
bre la palma de mi mano me estremece, dando origen a un extraño cosquilleo en mi es
con mayor atención veo que viste una camisa roja en cuyo cuello y puños se fragmentan delicada
o invade el lugar mientras él me conduce al centro del salón, que ahor
y recorre con sus ojos todo el contorno de mi figura tapada con la tela negra del vestido. Trago saliva y él da un paso hacia mí. Lleva su mano izquierda a la parte trasera de mi espalda hasta bajarla a mi ci
ertenece a la casa en la que vivo. Esos cientos de invitados, en su gran parte familiares y otros desconocidos nos rodean, formando un enorme círculo a nuestro alrededor, dedicándonos miradas fijas de las cuales algunas reflejan ternura y sonrisas
r qué ha
ado, acerca su rostro aún más hasta pegar su mejilla a la mía y obligarme a sentir su respiración sobre mi cuello,
n breve suspiro esperando aliviarme un poco, intentando pensar que quizás me tomo todo demasiado en serio y exagero las cosas cuando en realidad no son tan complicadas como parecen cuando la figura de mi padre se dibuja delante de mí. Permanece de pie a pocos metros, con el brazo apoyado en una de las columnas llegan hasta el hecho, formando un puño irrompible cuya imagen da terror y hace que los extremos de sus dedos