rgadas. Me dejé caer a su lado, el pecho aún subiendo y bajando con fuerza. Alejandra se quedó unos seg
os ojos oscuros, intensos, brilla
ve, ronca por los gemidos-. No esp
ró de arriba abajo, como evaluando los daños... o el potencial. Sus dedos trazaron u
-murmuró, inclinándose hacia mi oí
a. Ni siquiera había terminado de recuperar el aliento, y ya sen
e pregunté, con u
espacio, mordi
como si esta fuera la
o mi entrepierna con movimientos suaves pero seguros, n
idad no había sido suficiente. Alejandra q
esándome con lentitud, pero con una energía que volvía a encenderlo todo. Luego empezó a b
ara el efecto que tenía sobre mí, y luego deslizó su lengua lentamente por el borde de mi pene, provocando un suspiro profundo de mi part
sin decir nada. Se colocó con elegancia, con dominio, guiándose con la mano mientras rozaba mi glande contra su e
o, firme, saboreando cada centímetro, y yo la dejé hacer, sin prisas, solo mirándola. Era una diosa mont
a a acelerar el ritmo, subiendo y bajando sobre mí con más hambre, soltando gemidos cada vez más fuertes. Me
o que ya rozaba lo salvaje. Me miraba con intensidad, como si estuviera disfrutando el control, pe
buscaba más. Pero justo cuando parecía que estaba perdiéndose en su propio
ritmo -le dije co
e sorpresa y deseo, sin opone
ué a moverse de otra forma: de adelante hacia atrás, como si estuviera restregando su coño húmedo y palpitante contra mi abdomen, mi pe
do diferente. Más
a atrás, hundiéndose sobre mi pene hasta que lo tenía todo de nuevo dentro. No era un vaivén de rebote, era fri
anos apoyadas en mi pecho como anclas mientras su cuerpo entero se entregaba a ese nuevo ritmo. Mis manos la guiaban,
murmuró, casi sin voz
ida sutil, profunda, haciendo que el roce se volviera más apretado, más caliente. El sonido de
trecortados mientras se estremecía, desbordándose una vez más. La sentí apretarse con fuerza alrededor de mí, cali
o se d
chispa encendida. Se inclinó hacia adelante, sus labios rozaro
ún sentada sobre mi cuerpo, acomodó sus piernas a cada lado de mis caderas, y e
suspiro en
caderas. Y más abajo, la visión era aún más provocadora: podía ver cómo mi miembro desaparecía dentro de ella con cada movimiento,
aba un calor diferente. Su espalda se arqueaba un poco más con cada embestida, dejándome ver c
ndo el ritmo. Desde ahí, podía controlar cada vaivén, cada empuje, sintiendo cómo ell
le así -murmuré
gemido y más movimiento,
nía al borde, pero era mom