e dolía tanto que tenía que detenerme cada pocos pasos a descan
n el frente de la casa que compartía con su esposa y mis hermanastros. Hab
después vi que el muchacho y mi hermanastra, Lirio, salían apresurados del taller. Se despidieron con un beso apres
del pueblo, y le ganaba a todas en vanidosa. Siempre alardeaba de que sería elegida para ir al castillo, y ya había rechazado va
invierno, en sólo dos meses. Entonces, ¿cómo era que se había liado con el simp
iendo a voz en cuello, una mano en alto para abofetearme. Me encogí, tratando de hurtarle l
llos oscuros aún brillaban como cuando yo era una niña. Me observaba con esa expresión p
! -exclamó, sujetándome un brazo
e al hogar, luego me hizo desvestirme y acostarme. Tuvo que cortar la bota para pode
mismísimo Alfa. No el hombre de cuerpo hermoso en la cascada, sino
mida sin pod
naba lastimada, el recuerdo del rey
o podía tener más de seis años. Intentaba enseñarme a diferenciar la salvia del romero cuando un inmenso lobo n
oí decir con inusua
ía atendido a los ruegos de mi padre, negándose a dejar morir a mi madre en la pradera. Y cuando la llevaran moribunda a lo d
onerla a mi alcance. Reí alborozada al deslizar mis dedos por su espesa pelambre azabache, brillante y sedosa. El Alfa me había permitid
, y soltó un gemido ahogado cuando me puse en
salvarme, rey
cío. Él retrocedió con delicadeza para no hacerme perder el equilibrio. Me estudió con sus ojo
os ojos y descubrí que los tenía vendados. La tira de tela que me cubría los ojos tenía una ún
grave y huraña, cargad
onde,
é muy q
a que no le sentaba en absoluto. Para mi sorpresa, la escuché relatar
e blanqueó antes de entrar en la pubertad, al igual que su piel. Pero eso es todo, mi señor. Jamás ha exhibido ninguna habilidad ni neces
caron a mi jergón. Oí el roce de tela y el leve crujido de sus botas de cuero cuando se inclinó hacia mí. Olió
controlando su asco-. No quiero volver a enc
té con un hilo de voz, s
miento rápido y se alejó
e pociones, mujer -reprend
a, y podía apostar que había
y escuché a Tea soltar el
hita -gruñó, arrastrando los pies hacia mí-.