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Historia

Capítulo 4 4

Palabras:1120    |    Actualizado en: 21/02/2025

e dolía tanto que tenía que detenerme cada pocos pasos a descan

n el frente de la casa que compartía con su esposa y mis hermanastros. Hab

después vi que el muchacho y mi hermanastra, Lirio, salían apresurados del taller. Se despidieron con un beso apres

del pueblo, y le ganaba a todas en vanidosa. Siempre alardeaba de que sería elegida para ir al castillo, y ya había rechazado va

invierno, en sólo dos meses. Entonces, ¿cómo era que se había liado con el simp

iendo a voz en cuello, una mano en alto para abofetearme. Me encogí, tratando de hurtarle l

llos oscuros aún brillaban como cuando yo era una niña. Me observaba con esa expresión p

! -exclamó, sujetándome un brazo

e al hogar, luego me hizo desvestirme y acostarme. Tuvo que cortar la bota para pode

mismísimo Alfa. No el hombre de cuerpo hermoso en la cascada, sino

mida sin pod

naba lastimada, el recuerdo del rey

o podía tener más de seis años. Intentaba enseñarme a diferenciar la salvia del romero cuando un inmenso lobo n

oí decir con inusua

ía atendido a los ruegos de mi padre, negándose a dejar morir a mi madre en la pradera. Y cuando la llevaran moribunda a lo d

onerla a mi alcance. Reí alborozada al deslizar mis dedos por su espesa pelambre azabache, brillante y sedosa. El Alfa me había permitid

, y soltó un gemido ahogado cuando me puse en

salvarme, rey

cío. Él retrocedió con delicadeza para no hacerme perder el equilibrio. Me estudió con sus ojo

os ojos y descubrí que los tenía vendados. La tira de tela que me cubría los ojos tenía una ún

grave y huraña, cargad

onde,

é muy q

a que no le sentaba en absoluto. Para mi sorpresa, la escuché relatar

e blanqueó antes de entrar en la pubertad, al igual que su piel. Pero eso es todo, mi señor. Jamás ha exhibido ninguna habilidad ni neces

caron a mi jergón. Oí el roce de tela y el leve crujido de sus botas de cuero cuando se inclinó hacia mí. Olió

controlando su asco-. No quiero volver a enc

té con un hilo de voz, s

miento rápido y se alejó

e pociones, mujer -reprend

a, y podía apostar que había

y escuché a Tea soltar el

hita -gruñó, arrastrando los pies hacia mí-.

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