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Ella decide dejar su ciudad natal, para ir a trabajar de cuidadora y enfermera asé un anciano en un pueblo pequeño, para olvidarse de su pasado amargo. Allí se encuentran con uno de los terapeutas, joven, sexy y que le brinda extensas noche de pasión. Pero todo cambia cuando conoce al hijo del hombre que cuida. Un hombre casi de su edad, divorciado y padre de varios niños. Un hombre de pocas pulgas, amargado y vive enojado. Pero a ambos empiezan a cambiar a medida que se conocen. Hay algunos problemas de por medio. Ella no puede ser madre y el no puede volver a amar. ¿Podrán estar juntos al final?
Tenia mis motivos para venirme hasta Bournemouth , y los cuáles que me habían llevado
allí no podían esperar hasta el verano, mucho menos yo, tampoco quería esperar; odio desde siempre esperar, porque yo era de vivir «aquí y ahora».
La ansiedad de la espera no iba conmigo a menos que tuviese entre manos algo que hacer. Por eso bajaba del tren haciendo rodar mi maleta por detrás de mí, porque tenía trabajo, uno nuevo que había aceptado cuando todos los demás lo rechazaron por distancia, por el sitio, por la persona, inconveniencia o tal vez por miedo, porque lo que se leía en el dosier no era precisamente un augurio de una tarea sencilla.
De todos modos, no iba a empezar a temerle a mi trabajo en ese momento cuando nunca lo había temido antes.
Avancé por el andén junto con un grupo de personas que más parecía regresar a casa que necesitar indicaciones para poder moverse por las calles de la ciudad.
Entre esas personas, una mujer con dos cachorros, uno era mayor de tamaño y edad que el otro, iban lloriqueando porque su dueña no les soltaba sus correas para que puedan correr libres, nunca entenderé el sentido de tener a una mascota, si la tendrás siempre encerrada o atada. Me acerque a los cachorros, mientras esperábamos que abriera el semáforo para cruzar, el cachorro más grande y su dueña , ni notaron mí presencia, en cambio el cachorro pequeño, con sus largas orejas, y su cuerpo entero de un color chocolate, se abalanzó sobre mis piernas. Inmediatamente me arrodille al suelo hasta quedar de su altura.
El cachorro jugueteaba feliz, y yo sentía alegría por su gesto inocente y juguetón, el otro cachorro ni siquiera reparó en mi presencia; en cambio, la dueña... No podía tener más de uno o dos años más que yo, ella centró su atención en mí, en mi estatura, mí cabello y mí ropa, recorrió con suma atención, su mirada por mí. Yo era al menos dos cabezas más alta que ella, y eso hacia que ella me mirara con sumo interés.
Le sonreí , deje de acariciar el cachorro y me pare frente suyo, ella me miraba intimidante y nunca devolvió un gesto amoroso de regreso, simplemente jalo la correa y empezó a cruzar la calle. Cuando llegamos del otro lado de las vías del tren, nos agarro otro semáforo, pero estábamos separadas, con una distancia de unos quince metros, sin contar que mirábamos a direcciones opuestas, volteo y la diviso fijarse en mi abrigo, de paño con un vibrante azul plateado, y su sonrisa se ensanchó cuando se encontró con que las zapatillas deportivas que llevaba eran del mismo color.
-Muy linda combinación-me dijo con una dulce voz burlona, todavía más almibarada por un súbito arrebato de vergüenza que tiñó sus mejillas de rosa.
-Gracias, tienes unos cachorros adorables. Sobre todo el más pequeño, es tierno y juguetón. En cambio el más grande, se nota que es idéntico a ti... viejo, sobrador y arrogante. -le dije mientras me giraba sobre los pies para retomar la caminata, ella bajó la vista para echarle un vistazo al cachorro, frunció su seño y su mirada empezó a irradiar irá.
Alzó la cabeza sonriéndome, volteo y la miró de pies a cabeza, le lanzó un beso volador y retomo mi camino en búsqueda del auto de la persona que vino a buscarme.
La mujer, al igual que yo, volvió a recorrer mi altura de arriba abajo con la mirada y, sin emitir ninguna opinión más, giró la cabeza al frente y se llevó a sus dos cachorros lejos de mí.
Para la época del año y de no ser verano, la estación de Bournemouth estaba bastante concurrida. Entre los presentes, un hombre de facciones redondeadas, pecas y ojos color azul claro corría sin camiseta por la acera. No sé si estaba loca, pero podía jurar que el aire olía a agua de mar, a esa mezcla de sal con un fondo de vida marina y lejanos toques del aroma de una buena porción de pastel de queso y te de frutas, que debía de adquirirse junto a la playa.
Eso y también tostados, o panes recién horneados, risas del atardecer en la orilla, pisadas de niños en la arena, olor a libros y al sudor después de un buen rato de ejercicios.
Todo eso y mucho más, olía el aire que me rodeó tan pronto como puse un pie en la acera antes de bajarme del tren al andén.
Luego cruce a un encuentro amoroso de parejas, un señor canoso tira su maleta al suelo y corre hacia a su amada, no pude ver la reacción de ella ante el reencuentro, pero sí la de él. Ni estando ciega habría podido pasar por alto su felicidad. Al señor, se le llenaron los ojos de lágrimas y su boca fue directa a posarse sobre la de ella mientras, el la abrazaba por la cintura.
A mí no iban a recibirme con tanta efusividad en la estación; tampoco la esperaba de nadie.
La señora Gomeri, debía de estar por algún lado, porque habíamos quedado en que pasaría a recogerme para llevarme a la casa; de todas formas, en lo que llevábamos tratándonos, que no era mucho, me había bastado para estimar que no era adepta a los abrazos, a los besos o ni siquiera a que la tutearan. La señora Gomeri era seca y economizaba palabras, y no solamente en los correos electrónicos, si no que también al teléfono.
Y me dije a mí misma que, en la casa aún me recibirían con menos...
Bueno, sabía que mi incorporación allí no iba a resultar nada sencilla, pero estaba acostumbrada a lidiar con los gajes del oficio y estos formaban parte del desafío, sobre todo en ese caso, porque sabía que no era la primera en aceptar el trabajo..., en realidad, era la cuarta; los otros tres cuidadores no habían aguantado más de veinte, diez y siete días, respectivamente, y que abandonaran su labor tan pronto había complicado el hecho de que un cuarto cuidador tomara el relevo.
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