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TrilogÃa Destinados. Libro III ¿Es verdad eso que dicen que las experiencias del primer amor no se olvidan nunca? Digo, porque debe existir una razón para que a estas alturas me siga afectando aquello que vivà hace tantos años. Algo que explique, por qué los hechos que me llevaron hasta donde hoy estoy, me persigan sin cansancio. Desde que todo comenzó, o acabó, depende de cómo se mire, no he podido avanzar. No realmente. Siempre hay algo que me hace regresar atrás. Una frase. Un lugar. Una fecha. Todo me lleva hacia él. A mi supuesto "para siempre". La frustración y la rabia me llenan cuando recuerdo cómo sucedió todo. Cómo fue capaz de mirarme a los ojos mientras besaba a otra, mientras tocaba a otra. Cómo fue capaz de culparme de todo cuando lo enfrenté. El dolor de la traición fue horrible. No solo por lastimar mi orgullo, mi dignidad, sino también, por todo lo que provocó en mi posterior vida. Me prometió un para siempre. Y nunca lo cumplió. No, al menos, de la forma que esperaba. Orden de lectura: 1-Solo dos veces al año 2-Solo un: ¡SÃ, acepto! 3-Solo un para siempre
Primera parte.
Andrea Rowe. 21 años.
Mi despertador suena, insistente.
Saco una mano y sin mirar, lo apago con un manotazo.
-Ahhh...no es justo -gimo con malestar, pero en lugar de levantarme solo me volteo para el otro lado de la cama y sigo durmiendo.
Anoche me dormà demasiado tarde, la materia de Derecho Internacional Privado me trae un poco de los pelos y tengo examen en dos dÃas. No sé si es que el profesor no le pone empeño en enseñar algo interesante o soy yo la frustrada que no entiende nada. Como quiera que sea, es el motivo por el que ahora necesito levantarme y no quiero hacerlo.
Los párpados me pesan y me digo que solo necesito cinco minutos más. Se siente tan bien estar todavÃa en la cama, calentita bajo la manta y con la habitación a oscuras.
«Solo serán cinco minutos».
Despierto desorientada y del susto, al imaginar la hora que es, doy un brinco y me caigo de la cama.
-Ahhh... -gruño, indignada, mientras siento mis piernas enredadas con la "calentita" manta. Ruedo los ojos y me tomo un segundo para respirar profundo y relajarme.
Cuando creo que estoy bien despierta, desenrollo la manta y me levanto del suelo. Miro el despertador, los números de color rojo fosforescente indican que me quedan solo diez minutos para atravesar el campus y llegar a la facultad, subir dos pisos y llegar a tiempo a mi primera clase del dÃa.
-Este será un mal dÃa -bufo e intento hacer todo lo más rápido posible.
Parezco una loca con los pelos parados y unas ojeras horribles, pero solo me da tiempo para hacerme una coleta desordenada y nada de maquillaje. Tomo mi bolsa, que por pura casualidad ya tenÃa dentro lo necesario y salgo corriendo como alma que lleva el diablo de la residencia. Atravieso el campus y al pasar por la cafeterÃa, mi estómago ruge resentido; pero ni modo, al salir de la clase podré comer algo. Llego a la facultad y al mirar mi reloj, tomo una respiración profunda, para seguir mi camino. Subo las escaleras y con cada nuevo escalón, siento mis pulmones arder.
-Ay... Andrea...es que...no eres confiable -hablo para mà misma, aprovechando que no hay nadie y jadeo con cada palabra dicha.
Llego al tercer piso y me tomo un segundo para recuperar el aliento. El timbre de entrada a clases suena en ese instante y las pocas personas que quedan en el pasillo entran a sus respectivos salones. Pero definitivamente la suerte hoy no está de mi lado. Toda mi clase ya está dentro y la puerta del salón, está cerrada.
Me quedo parada como tonta frente a la puerta. Pienso si debo llamar o no, para poder entrar; a fin de cuentas, el timbre acaba de sonar. Levanto mi mano para golpear con mi puño, pero algo me detiene.
-Yo, tú, no harÃa eso.
Me giro rápidamente al escuchar una voz masculina y tosca y me quedo en shock al ver al dueño. Un chico alto, moreno y atlético; ojos hermosos de color marrón oscuro y unos labios tan regordetes que al momento acaparan mi mirada; está recostado contra la pared, con una pierna doblada y apoyada en la misma. Me quedo un segundo de más embobada, pero cuando noto que su sexy boca se frunce y luego dibuja una sonrisa ladina, reacciono y me enfoco en sus ojos. Carraspeo y sacudo mi cabeza mentalmente para aclararme.
-Disculpa... -digo, martirizada-. ¿Qué decÃas?
Cierra sus ojos y su sonrisa se acentúa. Los vuelve a abrir y fija esa expresiva mirada en la mÃa. Se separa de la pared y se acerca un poco.
-Te decÃa -comienza, con expresión divertida-, que no te aconsejo que llames a la puerta.
-¿Por qué? -pregunto, frunciendo el ceño y alzo los hombros cuando agrego-: El timbre acaba de sonar.
El chico rÃe, bajo y profundo, me mira y sus ojos brillan.
-El señor Lewis no pudo venir hoy, la decana de la facultad está cubriendo su clase el dÃa de hoy.
Su explicación me hace entender las razones de sus palabras. Abro los ojos y asiento, agradecida. Suspiro, mortificada, porque después de todo corrà por toda la universidad y fue por gusto.
-Gracias por avisarme, podÃa haber pasado una buena vergüenza.
-Hubiera sido divertido -dice con una sonrisa y yo me indigno. Abro la boca para responderle algo, pero él continúa, sin importarle en lo más mÃnimo lo que tengo que decir-, pero lo hice por una coterránea.
Al principio, no entiendo el significado de sus palabras y lo miro confusa; pero luego lo observo bien y me hago una idea de lo que sucede.
-Eres Andrea Rowe -asegura y yo abro los ojos, sorprendida. Su sonrisa se intensifica un poco más al ver mi estado de confusión-. Yo soy Christian Anderson.
Me quedo mirándolo, tratando de determinar la razón de que él, el chico más sexy y rico de mi pueblo, sepa mi nombre. Pero al parecer, él imagina otra cosa.
-¿No sabes quién soy? -pregunta, con el ceño fruncido.
-¿DeberÃa? -devuelvo, fingiendo que jamás en mi vida he escuchado su nombre o visto su rostro.
Él se pone serio. Se acerca a mà y yo me alejo. Un paso él. Un paso yo. Hasta que mi espalda toca la pared detrás de mÃ. Por suerte, se queda a una distancia prudencial, porque no sé qué serÃa de mà si él insiste en acercarse más.
-¿De verdad no sabes quién soy? -insiste, busca en mi rostro una señal que le diga lo que espera; pero yo soy buena manteniendo mis emociones escondidas-. ¿O solo quieres llamar mi atención?
Su segunda pregunta me ofende, aunque si lo pienso es precisamente eso lo que pasa; pero él no tiene porqué saberlo.
-Imagino que tu ego debe doler, pero en verdad, no tengo idea quién eres -declaro y lo miro a los ojos, con firmeza.
Christian me mira por unos largos segundos, continúa pensando que le estoy mintiendo, pero al darse cuenta que sigo firme en mi convicción, da un paso lejos de mÃ. Por un momento pienso que se irá, que se acaban los cortos minutos de atención del chico más deseado de Santa Marta. Pero otra vez, me equivoco.
-Voy a aventurarme y suponer que no has comido nada hoy -dice y no comprendo la razón de que hable de comida. En ese instante, mis tripas deciden que es buen momento para confirmar sus sospechas, lo que le provoca una sonrisa hermosa-. Bueno, te invito a desayunar.
-¿Me estás hablando en serio? -farfullo, desconfiada.
Él rueda los ojos y resopla. Vuelve a fijar sus ojos marrones en los mÃos y habla con seguridad.
-No tengo razones para no hablar en serio -afirma y alza sus hombros.
Demoro todo un minuto en decidirme. Miro la puerta del salón cerrado y de nuevo a él. PodrÃa esperar que termine el primer tiempo y entrar a clase en la segunda mitad; pero es muy tentador desayunar en compañÃa de Christian. Aún más, si la invitación viene de él.
-Vamos, no lo dudes más.
Me guiña un ojo y yo sonrÃo.
-Está bien. De todas maneras, ya me perdà lo mejor de la clase.
Suspiro, derrotada y lo sigo por el pasillo. Christian se hace el ofendido y con una mano en su pecho, camina de frente a mÃ, marcha atrás.
-Solo soy una última opción. -Finge que le duele y yo solo rÃo por su actuación.
-No te conozco, ¿recuerdas? -murmuro-. TodavÃa no tengo idea quién eres.
-Quisiera saber cómo es que eso, es posible.
-Ya supéralo, ¿s� -respondo y suelto una carcajada.
El camino a la cafeterÃa lo hacemos a veces en silencio, a veces conversando de temas banales. Su sentido del humor me gusta y en varias ocasiones, más de las que quisiera aceptar, me hace reÃr con ganas. A nuestro paso todos nos miran, lo que me resulta extraño. Es más que común ver a Christian rodeado de mujeres, por lo que no entiendo la atención de todos.
-Nunca tan temprano -dice de repente, cuando una chica me mira de malas formas y yo le devuelvo la expresión irritada.
Giro mi cabeza a un lado para verlo a los ojos, mientras seguimos nuestro camino. Le hago una mueca que significa -no entiendo nada-, y él rÃe.
«¿Es que tanto le divierto?», pienso y comienzo a irritarme.
-No acostumbro a estar acompañado tan temprano en la mañana -repite y yo abro la boca, pero no digo nada-. De hecho, debo confesar que al despertar no me gusta encontrarme a mujeres en mi cama.
-Eso es desagradable. -No puedo evitar mirarlo con una mueca de asco. Pero él lo toma todo con diversión, lo que me irrita más.
-Todas conocen las reglas -afirma, con sus manos metidas en los bolsillos de sus jeans y mirando hacia al frente, con seguridad.
-¿Cuáles son las reglas? -pregunto y al instante, me arrepiento de mi curiosidad. No quiero que él se lleve la impresión equivocada.
Él me mira, ahora con seriedad. La intensidad en su mirada me alerta de que sus siguientes palabras, van dirigidas mucho más allá de explicarme lo que deseo saber. Él pretende que yo entienda todo, desde el inicio.
-Yo no busco nada formal. Me gusta mi alocada vida y la disfruto al máximo. Si te vas conmigo a la cama sabes que, en la mañana, no te trataré como una princesa; serás una más en la lista -habla como si lo que está diciendo, no fuera lo más ofensivo del mundo. Pero, aun asÃ, hay un tono bajo y sexy en su voz que me hace creer que, con solo una noche, me bastarÃa-. Nunca repito. Con ninguna.
Sus ojos se encuentran con los mÃos. Brillan.
-No seré el "para siempre" de nadie. Asà que es mejor, se mentalicen desde el principio.
Él termina de hablar y aunque fija su mirada al frente, algo me dice que él quiere conocer mi reacción; mi opinión. Pero no pretendo darle el gusto. Me gustarÃa preguntarle la razón de que me haya invitado a desayunar, sin embargo, me quedo en silencio el resto del camino.
Llegamos a nuestro destino, la cafeterÃa. Pedimos un café extra grande y un sándwich para cada uno. Cuando voy a buscar en mi bolso la cartera, él pone su mano sobre la mÃa y me detiene. En ese momento, en solo cuestión de un segundo, siento de todo. Una corriente recorre mi piel ahà donde él tiene su mano apoyada; nos miramos a los ojos con intensidad y debo decir, que tal vez sea idea mÃa, pero en los suyos pude ver sorpresa. Trago saliva y al hacerlo, es como si el silencio a nuestro alrededor fuera tan asfixiante, que lo escucho y siento hasta el eco.
-Yo pago -dice, con un tono de voz más grueso. Quita su mano de la mÃa y al fin, puedo respirar correctamente.
-Gracias... -murmuro, extrañada con todo lo que sentà en un dichoso segundo.
Intento no pensar en lo sucedido mientras caminamos hacia una de las mesas en el exterior. También, pretendo obviar las miradas fijas y evidentes en mi nuca; por el bien de mi desayuno.
Mientras desayunamos, la tensión que sentà por un corto lapso de tiempo, desaparece. Hablamos sobre la carrera y las metas profesionales que tenemos. Él insiste en que debo conocerlo o al menos, saber quién es su familia. Para molestarlo, le digo que sé quiénes son los Anderson, pero que solo recuerdo a su hermano. Por algún motivo desconocido, logro comprender que eso no le gusta mucho, pero lo deja pasar y continúa tratando de convencerme de que sà lo he visto.
-No entiendo cómo no recuerdas -insiste, con un puchero que me hace reÃr-. Yo sé quién eres tú.
-Soy mala con los rostros, lo confieso -respondo y le doy un sorbo a mi café-. Y todavÃa no entiendo cómo eso es posible.
Christian rÃe y se acomoda en la silla. Levanta sus brazos y los flexiona, entrelaza sus dedos y los coloca detrás de su cabeza. Mientras lo hace, no puedo evitar mirarlo. Esos músculos definidos de sus brazos, llaman por completo mi atención.
-No creo que alguien en Santa Marta, no sepa quién eres tú.
Sus palabras me sacan del trance en el que estaba y lo miro confundida.
-¿Qué quieres decir? -Frunzo el ceño.
-Ni siquiera eres consciente de eso -continúa él, obviando mi pregunta.
-No soy consciente de...¿qué? -repito.
Él se incorpora, inclina por completo su cuerpo y apoya los codos sobre la mesa que está entre nosotros. Me mira con un sentimiento que hasta el momento no estaba ahà y yo me erizo, solo de sentir la intensidad.
-Eres hermosa, Andrea. Eso lo vemos todos -susurra, me quedo embobada al escuchar sus palabras. No es lo que significan, sino, la forma tan sensual en la que salen de sus labios.
-Umm...bueno...eh... ¿gracias?
La carcajada que suelta Christian ante mi timidez repentina, me hace sonrojar.
-Mejor lo dejamos aquÃ...hablemos de otra cosa.
No entiendo el porqué del cambio de conversación, pero estoy de acuerdo. Ya mis manos están sudando y siento mi pecho apretarse con cada mirada dirigida a mÃ. Es mejor, por el bien de mi cordura, intentar evitar esos temas que solo me ponen incómoda.
Nos quedamos conversando toda la mañana. Resulta que Christian Anderson es más que un niño rico y bonito, como pensaba. Su familia es una de las más poderosas de Santa Marta, generaciones y generaciones de familiares influyentes en todos los ámbitos de la sociedad, por lo que no me extraña nada que él y su hermano hayan escogido la carrera de Derecho. PodrÃa decirse que tiene la mitad del camino recorrido cuando por fin él se gradúe, no como yo, que debo iniciar en este mundo desde cero y por mis propios méritos. Eso no quiere decir que él sea bueno o no en lo que decidió como carrera profesional, por el contrario, tengo entendido que es muy capaz; solo que su posición económica lo llevará aún más lejos.
Estar en su compañÃa me gusta, aunque quisiera negarlo. Nunca pensé que podrÃa identificarme tanto con alguien de quién creÃa lo peor.
Pero bueno, solo el tiempo dirá a donde nos lleva esta extraña relación amistosa que acaba de empezar.
Alessandra Cavani, una actriz que siempre se ha visto rodeada de escándalos, se ve envuelta en una extraña situación de la que no entiende mucho, pero de la que puede beneficiarse, cuando Dylan O' Conell, un play boy millonario de alta alcurnia, le hace una propuesta que no puede rechazar. Un matrimonio fingido los marca a ambos. Para él, es la solución a las constantes presiones de su familia. Para ella, es la tranquilidad que espera su abuelo antes de morir. Un divorcio inminente, que no se completa del todo. Dylan, se reencuentra con un viejo amor. Alessandra, recupera recuerdos que ni sabÃa que portaba. Una relación repleta de resentimientos, secretos, malentendidos y traiciones. En una sociedad donde la imagen lo es todo, encontrarse a sà mismos podrÃa ser la solución. ¿Podrán lograrlo de una vez por todas o serán vÃctimas siempre de esa falsedad que los rodea? Un amor por contrato no era lo que buscaban, pero, ¿será la solución?
TrilogÃa Destinados. Libro II A Leonardo Rowe le han roto el corazón. Después de varios años amando sin lÃmites a la mujer que pensaba era su alma gemela, fue traicionado de la peor forma posible. Ahora se refugia en el sexo y el alcohol, buscando ese momento de nirvana en el que todo se vuelve nada. Sin embargo, cuando la noche acaba y los dÃas pasan, esa piedra continúa molestando en su zapato. Mary Brown era su redención, pero se convirtió en su castigo. Una oportunidad de trabajo lo lleva lejos. Y con ello, la salida que tanto ansiaba. Un encuentro. Un viaje. Una coincidencia. Pero también, el eterno recordatorio de lo que sus ojos no pueden ocultar. Y que otros pueden ver. Jenny Parker puede ser su solución y él, está dispuesto a negar todo aquello que le hace tanto daño; para entregarse de una vez a lo que tanto ansÃa. Ahora Leo siente que la vida le sonrÃe, que comienza a ponerlo todo en su lugar. Y por unos años, está convencido de eso. Hasta que todo vuelve a cambiar y el giro, no puede ser más inesperado. Un compromiso que se siente obligado. Una antigua promesa que sale a la luz. Un trámite que no se completó. ¿Será que podrá al fin, pasar página? ¿O existirá algo más fuerte que lo unirá a eso de lo que tanto huye? Cuando en el pasado quedan cuentas pendientes por resolver, el presente mismo se encarga de ponerlo todo en su lugar. Orden de lectura de la trilogÃa: 1. Solo dos veces al año 2. Solo un: ¡SÃ, acepto! 3. Solo un para siempre
TrilogÃa Destinados. Libro I Maddison Cadwell está de vuelta en el lugar que considera su hogar, después de todo un año evitándolo. Se culpa por su ausencia prolongada, pero era necesario mantener las distancias si querÃa sobreponerse a sus últimas decepciones amorosas. La esperanza de una promesa cumplida, la hace creer que esta vez, todo será diferente. Pero está equivocada. El pasado regresa una y otra vez, para hacerle saber que cuando quedan cuentas pendientes, no es fácil escaparse. Y Aiden Reed, está dispuesto a recordárselo. El chico de oro de Santa Marta quiere redimirse, su insistencia por dar una explicación, no deja que Maddie conserve su fiel objetivo de mantenerse alejada. Una noticia impactante. Una confesión dolorosa. Otra promesa, de tantas. Todos los caminos conducen al otro. Ahora deberán decidir, si seguirá siendo solo dos veces al año. Orden de lectura de la trilogÃa: 1. Solo dos veces al año 2. Solo un: ¡SÃ, acepto! 3. Solo un para siempre SÃgueme en mis redes: Instagram: @clau_perez_escritora Facebook: Historias para soñar/Claudia Pérez Cruz
Para Ashley Moon, el viaje a Italia marca un antes y un después en su relación con William; no solo porque durante su estancia en Roma, abre su corazón y expone sus sentimientos y expectativas de una vez, sino porque al fin se decide a vivir su amor y acepta la petición de William de ser su novia. Pero el regreso, no resulta ser tan glorioso como se piensa. Por motivos profesionales, ella debe regresar sola a la ciudad, mientras William vuela directamente a New York. Pero correspondencia proveniente de la redactora de la columna de chismes de Bright Eternity' s Magazine para confirmar un suceso, pone a Ashley al tanto de los verdaderos motivos que llevaron a su reciente novio hasta la ciudad que nunca duerme. William O' Sullivan no cabe en sà de gozo con su recién adquirido estatus de novio, no quisiera romper sus planes e ir hasta New York, pero debe hacerlo. Su viaje no resulta ser tan tranquilo y mucho menos rápido, los sucesos más increÃbles se desarrollan justo en sus narices y él puede hacer poco o nada para detenerlos. Con su vuelta a la ciudad, espera poder olvidar todas las desgracias y enfocarse en lo verdaderamente importante: Ashley. Pero en su lugar, solo se encuentra con un muro impenetrable de frialdad e indiferencia. ¿Tendrá William explicaciones válidas para todo lo sucedido? ¿Podrá Ashley creer en su palabra? ¿Se podrá reconstruir la confianza perdida? A veces, solo una mentira, por pequeña que sea, puede cambiarlo todo.
Ashley Moon es una chica tranquila. Vive con su madre en un pequeño pueblo, a tan solo treinta kilómetros de distancia de la ciudad. Trabaja a medio tiempo en una cafeterÃa-librerÃa, para pagar sus estudios y la educación de su hermano menor. Su vida no tiene nada de interesante, realiza la misma rutina, dÃa a dÃa, sin una mejora a la vista. Pero todo cambia cuando Steph, su mejor amiga, intenta romper su monotonÃa. Y lo logra. William O' Sullivan no esperaba que la chica tÃmida y trabajadora que se habÃa acostumbrado a visitar, estuviera haciendo tales ofertas. Llevaba más de un mes planeando la mejor forma de acercarse a ella, cuando un cartel con colores llamativos, expuso su verdadero carácter. «Una oportunista». Ahora se encuentra en la disyuntiva de si avanzar o no. Su obsesión por esa chica podrÃa ocasionarle graves consecuencias; pero tampoco logra, por ningún medio, alejarse del todo. Un encuentro casual, no tan casual. Los hilos del destino no se mueven solos. A veces, simplemente hay alguien, que tiene ganas de cambiar el mundo. Todo comenzó con un: ¡Se busca un millonario! Ahora sólo debemos averiguar cómo terminará.
Amaia Leyva es una bailarina exótica en un lujoso club de striptease. Su impresionante cuerpo y su preparación fÃsica, más algunos conocimientos de baile clásico y contemporáneo, fueron sus únicas oportunidades para no terminar en la calle, sin tener qué comer o con qué alimentar a su hija. De nada sirvieron sus estudios en su paÃs natal. De nada sirvieron las palabras que le dijera aquel hombre, que fingÃa amarla, para luego irse sin mirar atrás. No hubo mejoras, entre lo que era su vida en otro paÃs y lo que es ahora. Ni un avistamiento del dichoso "sueño americano". Mucho menos, del "juntos para siempre". Ahora, mientras baila aferrada al tubo que se ha vuelto su sostén, lo hace con ira y con desprecio. Odiándose a sà misma cada noche, cuando debe entregarse a los ojos de todos esos hombres que desean tocarla; aunque ninguno puede. Cuando cierra sus ojos y se imagina lejos; cuando llora lágrimas de rabia que todos malinterpretan. Amaia es la mejor en lo que hace, porque esa es su naturaleza. Todos piensan que lo disfruta; pero nadie conoce, en realidad, su verdadera historia sufrida. ¿Será que alguien podrá ver más allá de su máscara de perfección, alguna vez? ¿Podrá Amaia entregar esa confianza que ha sido arrebatada tantas veces? A veces, solo debemos encontrar el motivo, para decidirnos a crecer. ¿Ella lo hará?
Madisyn se quedó de piedra al descubrir que no era hija biológica de sus padres. Luego la verdadera hija de esa familia le tendió una trampa, haciendo que la echaran de casa y se convirtiera en el hazmerreÃr de todos. Creyendo que era hija de campesinos, Madisyn se sorprendió al descubrir que su verdadero padre era el hombre más rico de la ciudad y que sus hermanos eran figuras de renombre en sus respectivos campos. Todos la colmaron de amor, solo para enterarse de que Madisyn tenÃa un próspero negocio propio. "¡Deja de molestarme!", dijo su exnovio. "Mi corazón solo pertenece a Jenna". "¿Quién te crees que eres? ¿Mi mujer siente algo por ti?", reclamó un misterioso magnate.
La felicidad era como un espejismo para RocÃo Ouyang, cuando más se acercaba a la felicidad, más se alejaba. Ella acababa de casarse con Edward Mu, pero en su noche de boda todo se derrumbó. Dejando a RocÃo embarazada, Edward la abandonó en su noche de boda. Pasados unos años, RocÃo renació por completo, cambiando totalmente su personalidad, convertiéndose en la única coronel del ejército. En este momento RocÃo comenzó a reflexionar varias preguntas que eran misterios para ella: ¿Por qué los padres de Edward estaban actuando de manera tan extraña? ¿Por qué su padre la odiaba? ¿Y quién estaba tratando de dañar su reputación en el ejército que ella habÃa trabajado tan duro para construir? ¿Y por qué sigues leyendo la sinopsis? ¿Por qué no abres el libro y descúbrelo tú mismo?
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