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Daphne Ávalos, una escritora en bancarrota, es secuestrada por Gael Devereux, un multimillonario y atractivo CEO con un ego imponente. Él le ofrece un contrato en el que debe escribir su biografía a cambio de su libertad, pero las condiciones son tan absurdas que, a pesar del peligro, Daphne se niega. Sin embargo, pronto descubre que no tiene escape. Atrapada en su mansión, entre lujo, secretos y cámaras ocultas, Daphne luchará por mantener el control sobre su vida, mientras una peligrosa atracción con Gael empieza a desbordar los límites de su voluntad. Pero detrás de esa fachada se esconde un oscuro secreto, un mafioso peligroso que busca venganza y Daphne es la única que sabe lo que realmente sucedió aquella fatídica noche. Él necesita su memoria y su vida y la obtendrá bajo cualquier costo.
Si me pagaran por cada propuesta absurda que he recibido desde que mi carrera de escritora se fue al demonio... probablemente seguiría pobre. Pero al menos tendría una excusa más divertida para explicarlo en terapia.
El edificio era tan elegante que me dolieron los los pies solo de entrar.
La entrevista, para empezar, no tenía sentido desde el principio. El correo era vago, la dirección demasiado elegante, y la recepcionista que me recibió tenía una sonrisa como salida de una serie de culto sobre cultos.
Ella me sonrió como si estuviera viendo algo adorablemente patético. Y bueno... no la culpo. Había usado mi último vestido decente, planchado con la esperanza de que un CEO misterioso me ofreciera algo más que agua y una palmada en la espalda.
Pero no esperaba encontrarme con él.
Gael Devereux. Lo había googleado antes de venir. CEO de Devereux Holdings.
Multimillonario, soltero, con rumores de demandas enterradas y tratos confidenciales. Básicamente, el sueño húmedo de los medios financieros... y la pesadilla de cualquier mujer con instinto de supervivencia.
"
-Daphne Ávalos-dijo, sin siquiera mirar el CV que nunca me pidió.
-Presente,-contesté. El sarcasmo es mi escudo. Él no se inmutó.
Se dio vuelta. Alto. Elegante. Guapo de forma perturbadora. Como si hubieran diseñado a un CEO en el infierno y lo hubieran soltado en Wall Street.
-Usted quiere una historia. Yo también.
Usted escribe bien, aunque últimamente no ha vendido nada.
-Gracias por recordarme que estoy en bancarrota.
-Eso puede cambiar.
Puso un sobre negro sobre la mesa de cristal. Lo abrí y empecé a leer. El contrato tenía mi nombre. Y el suyo. Y muchas cláusulas absurdas. Como mudarme a su residencia mientras escribía. O no poder abandonar el proyecto sin su aprobación.
El contrato era real. Legal. Extenso. Perturbador.
Condiciones:
– Escribir su biografía desde su propia mansión.
– Acceso completo a su vida (y secretos).
– Confidencialidad absoluta.
– Renuncia temporal a mi libertad creativa... y física.
-¿Esto es una broma?- pregunté.
-¿Tú pareces alguien que puede pagar sus cuentas como para rechazar esto?-replicó él, sin pestañear.
Me levanté. Lo miré con todo el desprecio que una mujer endeudada y sarcástica podía reunir.
-Gracias, pero no. No vendo mi alma. Ni por seis ceros.
-Eso dijiste. Hoy.
-¿Perdón?
-Nada. Estás libre de irte. Por ahora.
Pero qué imbécil, osea, ni siquiera me miró a la cara, maldito arrogante infeliz ¿que se cree?
La verdad es que llevaba meses sin poder encontrar un trabajo, como escritora, tenía un maldito bloqueo creativo y sin ideas nuevas no había forma de seguir escribiendo, de eso vivía de mis escritos.
Pero no vendería mi alma de esa forma. Y además ese tío se cree la gran cosa, patán.
Horas después...
Mi apartamento era un horno, mi heladera un desierto, y mi dignidad... un recuerdo borroso.
Encendí la laptop para buscar trabajos mediocres y comer arroz frío.
No supe cuándo me quedé dormida.
Lo siguiente fue el ardor en la nariz. Cloroformo.
Desperté en movimiento. Boca seca. Mano atada.
Luces fuera de foco. Olor a cuero. Un auto. Silencio.
Una nota en el asiento a mi lado:
Lo lamento, eres difícil de convencer, pero te dije que era hoy. Bienvenida a tu verdadero contrato.– G. D.
Me habría reído si no estuviera tan cerca del colapso nervioso.
Mi madre siempre dijo que tenía talento para meterme en problemas.
Pero ni en sus peores pesadillas me imaginó despertando en una cama tamaño imperio, con sábanas de hilo egipcio y cámaras apuntando a cada rincón.
¿El lado bueno? No estaba muerta.
¿El malo? Estaba secuestrada por un CEO sexy con tendencias dictatoriales y demasiado dinero.
Me incorporé de golpe, ignorando el mareo. Todo era... elegante. Frío. Impecable. Como un catálogo de lujo en el infierno.
La puerta se abrió. Por supuesto.
Gael Devereux entró como si acabara de comprar el lugar. Bueno... probablemente lo había hecho.
-Desayuno en veinte minutos. Te conviene comer algo -dijo sin saludar, ni preguntar
cómo me sentía después del secuestro. Pero más idiota seré yo al esperar aquello, es un tipo sin escrúpulos.
-¿Me conviene? ¿Antes o después de denunciarte?--le pregunté con mi sonrisa más genuina
-¿Con qué teléfono? -preguntó con una sonrisa perfectamente criminal.
"Respira, Daphne. No llores frente al enemigo. No demuestres debilidad. Ni hambre. Aunque hueles pan francés."
-Esto es ilegal, ¿sabes? -solté mientras lo seguía, con pasos firmes y una dignidad que colgaba de un hilo.
-Y sin embargo, aquí estás. ¿Te parece una casualidad que no tengas a quién llamar? ¿O que tu contrato, ese que rechazaste con tanto drama, esté ahora firmado digitalmente por ti?
Me detuve en seco.
-¿Me estás diciendo que falsificaste mi firma?- pero si sera cabrón!
-Te estoy diciendo que ahora estás oficialmente trabajando para mí. Durante los próximos seis meses, vivirás aquí. Comerás bien. Escribirás mi historia.
-¿Y si no quiero? Porque fui clara cuando lo dije--. Gael se giró despacio, acercándose hasta quedar a un suspiro de distancia.
-Entonces deja de fingir que te importa tu libertad. La perdiste hace tiempo, Daphne. Yo solo te la recordé.
Lo odié. Lo odié por tener razón.
Y lo odié más porque, contra toda lógica, una parte de mí... estaba intrigada.
La cocina era de revista. El desayuno, de restaurante Michelin. Y yo, una escritora sin rumbo, ahora era la protagonista de mi peor historia.
Mientras él hojeaba su correo con indiferencia, yo lo observaba. Cada movimiento suyo era calculado. Esa maldita mirada cargada de poder.
No era un hombre. Era una maldita estrategia andante.
Y yo... su nuevo proyecto.
Pero si Gael Devereux pensaba que podía domesticarme como a una escritora desesperada más, estaba a punto de descubrir que había secuestrado a la mujer equivocada.
-Quiero que empieces hoy -dijo sin apartar la vista de su tablet-. Te asignarán una oficina en el ala este. Tiene todo lo que puedas necesitar. Y más.
-¿También incluye un abogado y una orden de restricción?
Gael alzó una ceja, divertido. No debería verse sexy con esa expresión, pero lo hacía. Maldita genética infernal.
-Incluye un asistente personal. Y un pase de seguridad con tu nombre. Aunque, sinceramente, dudo que intentes escapar. No llegarías muy lejos.
-¿Me estás amenazando?
-Te estoy recordando tu situación.
Me habría lanzado el café a la cara si no fuera tan caro y tan bueno. En su lugar, me limité a cruzar los brazos y sostenerle la mirada.
-No voy a escribir tu historia -dije con la voz más firme que encontré
-Creeme cuando te digo que lo harás y mientras mas te resistas a hacerlo más tiempo tendras que pasar aquí- dijo con sonriendo con su mirada aun fija en su tablet
-Se empezaran a preguntar por mi, y eso podria desatar el caos ,no te conviene.
-Jajajaja, no me hagas reír. - se acerca a mi desde su silla solo su rostro- no tienes ni una mascota que te ladre, ¿crees que le importas a alguien?- no mentia para mi gran pesar, estaba sola, sin familia, solo una y le importaba una mierda lo que me sucediera.
Gael Devereux lo sabia y estaba segura desde ahora que si no empezaba a escribir su historia, no saldria de esta lujosa prisión.
-Aléjate, quieres?- al darse cuenta se incorporó y observó mi reacción, pero no esta jugando, no me dejara ir asi de fácil
-Esta bien, tu ganas. Voy a escribir tu historia. Pero no porque me lo ordenes. Lo haré para demostrarte que nadie puede controlar lo que sale de mi pluma.
Gael sonrió. De esos gestos peligrosos, como si ya hubiera ganado.
-Entonces empieza con esto: ¿Por qué crees que alguien como yo necesita una biografía?
-Porque tienes un ego tan inflado que no cabe en tu penthouse.
-Incorrecto -respondió sin inmutarse-. Porque hay verdades que solo pueden contarse a través de una escritora quebrada, sin nada que perder... y demasiado curiosa para decir que no.
Me congelé. Maldito, me estaba atacando.
Ese era mi punto débil. La curiosidad. Y él lo sabía.
Gael se levantó, caminó hasta mí, y con esa maldita aura de poder me quitó la taza de café de las manos.
-Nos vemos en tu oficina, Daphne. Sé puntual.
Y se fue.
La puerta se cerró tras él y yo me quedé ahí, rodeada de mármol, lujo y cámaras escondidas, preguntándome en qué momento exacto vendí mi alma. O mejor dicho... cuándo la robaron con un contrato en papel negro y una sonrisa que olía a peligro.
Porque sí, estaba atrapada.
Pero si Gael Devereux creía que iba a ser una escritora obediente, estaba a punto de protagonizar su peor pesadilla editorial.
Yo escribía tragedias.
Y esta historia, la suya, sería la más oscura de todas.
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