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Después de ser obligada a firmar el divorcio, Amanda es expulsada de su hogar por su esposo Eduardo, quien la reemplaza con su nueva novia embarazada. Sola y desesperada, Amanda encuentra un refugio en Guillermo, el hermano mayor de Eduardo: Un apuesto empresario millonario el hombre que toda mujer desearía. Este último le ofrece su apoyo y una propuesta de matrimonio inesperada. Pero detrás de esta oferta se esconde un secreto oscuro.
Capítulo 1.
-Dime que no es real, Eduardo... -fue lo único que logré susurrar. Justo frente a mí estaba el hombre al que amaba, al que le entregué diez años de mi vida, sosteniendo las manos de otra mujer. Ella, con una vida creciendo en su vientre, se veía triunfante.
-Es real -respondió Eduardo con frialdad-Esta mujer que ves aquí sí pudo darme un hijo, el cual nacerá el próximo mes. Ella hizo lo que tú no pudiste en diez años.
Con el corazón hecho pedazos y la voz temblorosa, intenté levantarme de la cama. Pero mi pierna falló. Me he sentido débil todos estos días, aparté los médicos me dijeron que nunca podría quedar embarazada. Desde entonces, mi autoestima se desplomó. Dejé de arreglarme y, poco a poco, subí más peso del que solía tener.
-Amor, dile a esta patética mujer que se largue de nuestra casa -dijo ella, con una mirada fría que me perforó el alma.
Eduardo, sin dudarlo, se apresuró a complacerla. Fue directo al clóset y comenzó a empacar mi ropa.
-¿Acaso me he perdido de algo? ¿Cómo que "nuestra casa", Eduardo? Esta casa la construimos juntos. No puedes simplemente echarme-dije.
-Amanda, ya basta con tus berrinches infantiles. ¿Acaso no conoces el desprecio? -replicó Eduardo con una sonrisa sarcástica, mientras cubría su boca para disimular la risa. Luego continuó, ahora más cruel-Esta casa me la dejó mi padre. Que tú le hayas hecho unos arreglos no significa que te pertenezca. Además, no hay ningún papel donde figure tu nombre.
-Mujer. ¡Por favor, quiérete un poco más y lárgate! Eduardo ya no es tuyo. Ahora él y yo formaremos una verdadera familia-dijo la mujer mientras lo abrazaba, llevando sus manos al vientre y acariciándolo con evidente satisfacción.
-¡Eduardo ¿No te das cuenta que me estás matando?-dije con las lágrimas afuera. No podía seguir mirando este panorama.
Intenté mantenerme en pie, pero mis piernas temblaban, y la rabia se mezclaba con la impotencia. Fue entonces cuando ella, con una sonrisa cruel, se acercó a mí.
-Ya deja de fingir, ni siquiera puedes mantenerte de pie-espetó con sus labios rojos, mientras con un veloz movimiento me tumba al suelo. Sentí el impacto en cada hueso de mi cuerpo, pero el dolor físico no se comparaba con la humillación que me quemaba por dentro. Me quedé ahí, mirando hacia arriba, a Eduardo y a la mujer que ahora ocupaba mi lugar. Él no se movió para ayudarme. Fui una tonta al pensar que lo haría.
-Levántate, Amanda. No hagas un espectáculo-dijo Eduardo, sin una pizca de compasión en la voz.
Traté de incorporarme por mí misma, pero cuando levanté nuevamente la mirada, él ya estaba a mi lado, no para ofrecerme ayuda. Si no, para tomar mi brazo con brusquedad y arrastrarme hacia la puerta.
-¡Eduardo, suéltame! ¡No puedes hacerme esto!-grité, luchando por librarme, pero su fuerza superó la mía.
-Claro que puedo, Amanda. Ya no tienes nada que hacer aquí. Tú y yo terminamos.
-¡No después de todo lo que di por ti! -exclamé con desesperación.
-¡Cristal, trae los papeles del divorcio! -ordenó Eduardo, refiriéndose a la mujer embarazada.
Me sentí como si me hubieran golpeado en el estómago-¿Papeles de divorcio?-me pregunté a mí misma, intentando procesar la realidad de la situación.
La mujer, Cristal, trajo los papeles y los colocó sobre la mesa con una sonrisa triunfante en su rostro. Eduardo me extendió los papeles, arrojandolos en mi cara con desprecio, y luego me tiró el bolígrafo para que yo firmara.
-Te daré diez segundos para que firmes los papeles -su mirada era inhumana.
-Eduardo, no puedo firmar esto-le supliqué, intentando razonar con él-Tú y yo estamos casados, y me prometiste que seríamos felices. ¿Dónde quedó esa promesa?-Llevé mis manos hacia mi pecho, no podía siquiera respirar.
La mujer me miró con odio y desdén, y cerró sus ojos como si estuviera cansada de verme.
-Eduardo, si esta estúpida mujer no firma estos papeles, te juro que me iré de tu vida y no verás al bebé cuando nazca-amenazo la mujer.
Eduardo al escuchar ese comentario, me tomó la mano y me colocó el bolígrafo. Luego, me puso ambas manos y empezó a obligarme a escribir.
-Te dije que firmaras los papeles a las buenas-me dijo Eduardo, su voz llena de ira y desprecio-Si no quieres, lo harás a las malas.
-No puedo, Eduardo-le supliqué-Por favor, entiende, te amo y no quiero perderte.
Pero eso parecía no importarle. Me obligaba más y más, hasta que ya no pude y firmé el bendito papel.
La cara de satisfacción de la mujer que ahora ocuparía mi lugar me hizo llorar. No podía entender cómo una mujer embarazada podía tener tanto odio en su corazón.
-Por fin seremos la familia feliz que me prometiste -dijo ella-Sin este obstáculo en tu vida, mi querido Eduardo-añade refiriéndose a mí.
-Ahora que firmaste los papeles, te puedes largar de mi casa-me dijo Eduardo-No perteneces más aquí. Ve a buscar trabajo, vagabunda.
Me obligó a caminar de arrastre hasta la puerta y luego me lanzó al suelo, junto con la maleta la cual hizo un ruido bastante extraño.
La puerta se cerró con un golpe seco, dejando claro que ya no había lugar para mí allí. Una lágrima solitaria rodó por mi mejilla mientras el frío de la noche comenzaba a envolverme.
Sin embargo, en medio del dolor. Escuché la voz de Guillermo; hermano mayor de Eduardo. Un hombre alto, mirada arrogante y millonario. El típico hombre que cualquier mujer querría en su vida.
-¿Qué haces allí tirada?-preguntó mientras bajaba rápidamente del auto, se dirigió a mí y me tomó del brazo para ayudarme a levantar, pero pegué un grito de dolor.
-Me duele por favor-exclame haciendo una mueca.
-¿Por qué está tu ropa aquí?-me miró buscando una respuesta. Sus ojos verdes me miraban con intensidad.
-Eduardo me ha echado de la casa. Además trajo a una mujer embarazada.
Guillermo me miró con una expresión de rabia y preocupación al verme en el suelo. Sin decir una palabra, tocó la puerta.
-¡No entiendes que ya no te quiero Amanda!- gritó Eduardo desde lejos.
-¡Soy Guillermo!- respondió él, su perfume fuerte navegaba por mí nariz de una manera especial.
La puerta se abrió rápidamente, dejando ver el rostro de Eduardo totalmente sorprendido.
Guillermo entró a la casa, con total confianza.
-¿Qué te trae por aquí hermano?- preguntó Eduardo descaradamente.Tratando de disimular.
-¿Quién es esta mujer?-preguntó Guillermo mientras señalaba a la mujer embarazada.
-Ella...
Eduardo no tuvo palabras que articular, solo guardó silencio, e intento omitir la pregunta.
-Eres un cobarde, Eduardo-dijo Guillermo, su voz llena de ira.-Embarazas a otra mujer y echas a tu propia esposa de la casa. ¿Acaso estás demente.
Eduardo quedó horrorizado y trago en seco.
-Esta mujer si me dio un hijo, en cambio está inútil-me señala, me sentí tan mal, aún intentaba excusar su infidelidad con mi condición.
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