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Mi familia era una de las más respetadas y adineradas de México. Mi vida era perfecta hasta que mi padre nos anunció que estábamos en bancarrota. Según él, la única persona que podía ayudar a la familia era yo. En ese momento, no entendía lo que mi padre trataba de decirme. Luego, la cruda realidad golpeó mi vida. Descubrí que me iba a casar. La triste noticia es que mis padres me vendieron al hijo de uno de sus mejores socios para mantener una vida de riquezas y lujos. Aquella mañana, mientras me tomaban las últimas pruebas de mi vestido de novia, mis lágrimas no dejaban de caer por mi mejilla ¿En qué momento acepté esta locura?
No soporto esta vida.
-¿Serás tan estúpida como para atentar contra tu vida, Angelina? No deberías arruinarlo todo por una pataleta -Me acerco a él.
-¡Mi vida se arruinó desde que acepté ser tu esposa! -le grito- ¡Te odio!
-Es la primera vez que estamos de acuerdo en algo -responde con amargura-. Al menos trato de llevar todo con calma cuando se refiere a esta matrimonio -Agarra su maletín y se levanta- Deja de comportarte como una niña y madura de una vez por todas.
Dejándome un sabor amargo, abandona la casa. Mis lágrimas comienzan a salir y tengo la sensación de que mi mundo se desvanecerá y no encontrare una solución a esta tortura.
Odio a Andrew y detesto a mis padres por no liberarme de esta condena. Me levanto y me dirijo a mi habitacion. Entro y me tumbo en la cama, cierro los ojos y me imagino libre de este castigo que es mi matrimonio, siendo feliz y alejada de las personas que hacen de mi vida un infierno.
Mi teléfono suena y observo su nombre en la pantalla, mi estómago se contrae. Mi madre no ha dejado de enviarme mensajes desde esta mañana. Nuestra relación se ha ido deteriorando desde el momento en que me casé, y aunque ha tratado de arreglar nuestra conexión de madre e hija, no lo ha logrado.
Ella destruyó todo. No le importó vender a su propia hija y nunca la perdonaré. Estrello el teléfono contra la pared y escucho unos pasos que se acercan. La puerta se abre y es Denis.
-El cuarto teléfono, Angelina -murmura Denis.
-Debemos estar felices de que tengo un marido millonario que puede comprarme lo que desee -Mi sarcasmo es evidente- Es la única manera de molestarlo, malgastado su dinero.
-No juegues con fuego mi niña. ¿Por qué no intentas mejor...? -No le permito continuar.
-No se te ocurra seguir hablando, Denis -La observo fijamente-. Mejor ve y prepárate, saldremos de compras.
Sin pronunciar una sola palabra. Denis abandona mi habitación.
Me cambio de ropa y optó por un vestido veraniego y unos zapatos color rojo. Agarro mi bolso y salgo de mi habitación.
-Limpia mi cuarto -Le ordeno a la sirvienta.
-Cómo ordene, Señora -Responde antes de marcharse.
Tomo la mano de Denis y abandonamos la casa. El chófer nos abre la puerta y subimos al auto. El centro comercial se encuentra a una hora de donde vivo. Aunque somos sumamente ricos, mi vida siempre ha sido el campo. Mi familia me regaló al cumplir los dieciocho años una haciendo a las fuera de la ciudad.
En aquel momento, me sentía molesto con ellos por comprometerme con un hombre que no amaba, pero no podía rechazar ese regalo, era un sueño. Tras casarme, mi vida cambió y tuve que trasladarme a la capital junto a Andrew. No he regresado a la hacienda, pero dispongo de personas que la cuidan.
Mi nana me saca de mi ensoñación y me indica que ya llegamos, con un suspiro bajamos del auto. Una sonrisa que mi nana sabe diferenciar aparece en mi rostro, compro de todo. Gasto una suma considerable en cosas que sé que jamás usaré, pero se causarán molestias en Andrew.
Las horas trascurren y mis guardaespaldas no pueden con todas las bolsas, ya es tiempo de regresar. Mientras acomodan todo en el vehículo, el chófer nos abre la puerta y nos dirigimos a la casa. Estoy satisfecha conmigo misma, uno de mis trabajos es poner de mal humor a Andrew. El es sumamente cuidadoso con el dinero desperdiciado, según él, no podemos estar gastando dinero en cosas innecesarias. No entiendo esa estupidez. ¡El hombre es sumamente rico! ¿Qué le importa unos dólares menos? Por esta razón, le resulta molesto cuando gasto más de lo necesario, como hoy. A él le gusta querer ser de mí, una esposa digna y yo disfruto siendo todo lo contrario.
El teléfono comienza a sonar. Es Zoe. Nos habíamos conocido en un viaje que hice a Inglaterra junto a Andrew por negocios. Era conciente de lo que deseaba: su primo llegaba hoy y quería que fuera con ella al aeropuerto a darle la bienvenida. No podía. No quería soportar el humor de mi querido esposo si se enteraba de que estuve con Leonardo. Tenía a quince guardaespaldas cuidando de mí, quienes le contaban hasta el más mínimo detalle de lo que hacía. Eso me molestaba. El teléfono había dejado de sonar, así que fui directamente a Mensajería.
Mensaje para Zoe:
Sabes que no puedo. Saludame a Leonardo y que lo lamento mucho.
No espero que me responda, sé que no lo hará. Debe estar molesta, pero no deseo despertar más a la bestia. El auto se detiene y el chófer me abre la puerta. Salgo y camino hasta la casa junto a mi nana, visitar todos los almacenes me dejó agotada, así que me quito los zapatos y camino con ellos en las manos hasta mi habitación.
-No es propio de una dama estar descalza en la casa -Esa voz.
Cuando mis ojos se encuentran con los suyos, veo una pizca de burla en su mirada. ¡Cuánto lo odio!
-El día que acepté ser tu esposa, la Dama que había en mí desapareció -Me acerco- No toleraré más tus juegos, Andrew.
-La niña sacó sus garras -se ríe- Hoy vienen unos amigos socios de la empresa. Aunque te moleste la idea, quiero que te comportes como una señora casada.
-Como ordene su majestad -Me inclino. Verlo enfadado es mi alegría.
Sin esperar una respuesta, subo las escaleras. Abro la puerta de mi habitación y entro. Dejo los zapatos en algún lugar y me acuesto en la cama. Siento la puerta abrirse y es mi nana. Le hago seña de que se acueste a mi lado y ella lo hace, sus delicadas manos tocan mi cabello.
-¿Por qué mis padres permitieron todo esto, Nana?
Siempre es la misma pregunta, siempre lo ha sido durante años.
-Cuando seas madre, entenderás el sacrificio que tenemos que hacer como padres.
Me quedo de esta manera, recibiendo el amor que nunca he recibido de mi madre. Siempre fui un maniquí que ella podía mostrar y decir: ¡Qué hermosa es! Nunca recibí una frase "eres importante" o "te amamos mucho". Creo que eso fue lo que me produjo más dolor, la indiferencia con la que me trataban. Comprendí que para ellos solo fue el premio gordo, no más. Y me inquietó darme cuenta de eso demasiado tarde.
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