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La historia sigue la vida de Ethan Stroud, un joven que, después de morir, se despierta reencarnado en un misterioso calabozo. En este lugar enigmático, Ethan se adapta a su nueva existencia, rodeado de prisioneras y sin comprender completamente su propósito. A medida que explora su entorno, descubre habilidades extraordinarias y enfrenta preguntas desconcertantes sobre su resurrección. Ethan establece una conexión especial con Arlene, otra prisionera, y juntos enfrentan los desafíos de este calabozo aparentemente interconectado con diferentes dimensiones. Sin embargo, la trama toma un giro oscuro con la llegada de Lucius, una figura enigmática con un papel crucial en el destino de Ethan. Lucius presenta a Ethan pruebas difíciles, incluida la tarea de arrebatar una vida para demostrar su valía. El calabozo se convierte en el escenario de dilemas morales, misterios sin resolver y desafíos peligrosos que ponen a prueba la voluntad de Ethan. La historia explora los secretos de este lugar sobrenatural y cómo afectan la vida y las decisiones de sus habitantes, especialmente la conexión entre Ethan, Arlene y Lucius. Mientras Ethan lidia con los dilemas morales presentados por Lucius, los misterios de la mazmorra se profundizan. Las dimensiones interconectadas dentro de la mazmorra revelan secretos antiguos y una fuerza malévola que busca explotar las extraordinarias habilidades de sus habitantes. Lucius, un titiritero con una agenda oculta, guía a Ethan a través de una serie de pruebas destinadas a desbloquear el verdadero potencial dentro de él. Las relaciones entre Ethan, Arlene y Lucius se vuelven cada vez más complejas a medida que recorren los traicioneros caminos del laberinto sobrenatural. Las fuerzas oscuras en juego obligan a Ethan a cuestionar su propia humanidad y las líneas borrosas entre el bien y el mal. Arlene, una fiel compañera, se convierte a la vez en una fuente de consuelo y en un espejo que refleja las consecuencias de sus acciones. Mientras el trío enfrenta peligrosos desafíos, la verdadera naturaleza de la mazmorra comienza a desmoronarse, revelando una lucha cósmica que trasciende la comprensión mortal. El viaje de Ethan se convierte en una búsqueda de autodescubrimiento y redención, con mucho en juego de lo que jamás hubiera imaginado. A la sombra de revelaciones inminentes, el enigmático Lucius aprieta su control, manipulando los destinos como un titiritero malévolo. La mazmorra, que alguna vez fue un lugar de incertidumbre, se transforma en un campo de batalla donde los hilos del destino se tejen y desenredan. La historia profundiza en las complejidades de la identidad, el sacrificio y las consecuencias de ejercer poderes sobrenaturales. Mientras Ethan se enfrenta a la oscuridad siempre presente, deberá desenredar los hilos de su propio destino mientras se enfrenta a la inquietante realidad de que la verdadera prueba apenas ha comenzado.
En los últimos instantes de su vida, Ethan Stroud se vio envuelto en una danza vertiginosa. Mientras caía desde lo alto de un edificio, los recuerdos de su existencia parpadearon como luciérnagas en la oscuridad. La risa de su hermana, la mirada indiferente de su padre, y los desgarradores momentos compartidos con su madre se entrelazaron en un torbellino de emociones.
La sensación del viento despeinando su cabello y el eco distante de la ciudad abajo le recordaron que estaba sumido en un abismo sin retorno. En su mente resonaron palabras no dichas, promesas rotas y un anhelo profundo de algo más. La ira, que yacía oculta en las sombras de su ser, amenazaba con emerger como una tormenta a punto de desatarse. Mientras el suelo se acercaba inexorablemente, la vida de Ethan se desvanecía en una sinfonía de momentos que nunca podría olvidar.
En esos instantes finales, cuando el suelo se acercaba como un destino inevitable, un pensamiento de arrepentimiento se apoderó de Ethan. Entre la vertiginosa caída, lamentó no haber apreciado lo suficiente las pequeñas alegrías de la vida. "Ah... ya no podré probar la comida de mamá", murmuró en su interior, reconociendo la nostalgia de un hogar que nunca valoró completamente. Un suspiro melancólico se mezcló con el viento mientras el abismo se convertía en su última morada.
Ethan cerró sus ojos esperando el impacto inminente, pero en lugar de eso, experimentó una extraña sensación de ingravidez. La caída libre se transformó en una suave sensación de descenso, y el viento que silbaba en sus oídos desapareció. Cuando finalmente se atrevió a abrir los ojos, el desconcierto se apoderó de él.
Ante su sorpresa, no estaba cayendo hacia su perdición, sino que yacía en brazos de alguien, envuelto en una atmósfera diferente. El mundo que lo rodeaba no era el sombrío paisaje urbano del cual había caído, sino un lugar desconocido y etéreo. Ethan, ahora en una forma diminuta, miró hacia arriba y se encontró con los ojos de un ser desconocido que lo sostenía con delicadeza.
El desconcierto se reflejó en los ojos celestes de Ethan mientras intentaba comprender la situación. Su cuerpo, que alguna vez fue adulto, ahora era el de un bebé recién nacido. La confusión se manifestó en pequeños gestos y parpadeos, como si tratara de asimilar la realidad alterada en la que se encontraba. El entorno, ajeno y misterioso, se extendía ante él, invitándolo a explorar un nuevo capítulo de su existencia.
En los primeros instantes de su nueva existencia, la mente de Ethan era un torbellino de confusión y sorpresa. No entendía cómo había pasado de caer hacia su muerte a ser acunado en brazos en este extraño lugar. Su mirada, aún inocente e incapaz de comprender el mundo, vagaba por el entorno misterioso que lo rodeaba.
La persona que lo sostenía, su nueva madre en este renacer, emanaba una calidez que contrastaba con la desconcertante experiencia. Ella compartía los mismos ojos celestes que ahora adornaban el rostro infantil de Ethan y, en su cabello, se reflejaba la misma tonalidad rubia que podría haber sido heredada. La mujer lo miró con amor y ternura, revelando una conexión inexplicable que trascendía las leyes conocidas de la realidad.
Ethan, en su forma de bebé, buscó respuestas en los ojos de aquella que lo sostenía. Sus primeras reacciones eran puras expresiones de desconcierto, como si intentara descifrar los misterios de su nueva existencia. Sin palabras, la comunicación entre madre e hijo recién nacido se tejía a través de miradas y gestos, creando un vínculo que superaba la comprensión racional.
Arlene, observando la expresión de desconcierto en los ojos de Ethan, sonrió con amor y le habló con suavidad. "Eres mi pequeño milagro, Ethan. Aunque las circunstancias de tu llegada sean inusuales, eres parte de mi mundo, y te amaré sin reservas".
Ethan, a pesar de su incapacidad para comprender las palabras de su madre, captó la calidez en su tono. Las preguntas llenaron su pequeño corazón, pero por el momento, el lazo con Arlene proporcionaba consuelo y seguridad en este misterioso renacer.
La celda en la que Ethan y Arlene se encontraban era un lugar oscuro y sombrío. Las paredes desnudas y húmedas, apenas iluminadas por antorchas parpadeantes, lanzaban sombras danzantes que daban vida a la penumbra. El ambiente estaba impregnado de una sensación de confinamiento, como si el propio aire fuera pesado con el peso de la desesperación.
Los sonidos de lamentos y susurros de otras mujeres atrapadas en celdas vecinas se filtraban a través de los fríos barrotes de metal. Ethan, incluso en su estado de bebé, percibía la triste sinfonía que resonaba en aquel calabozo. Sus ojos celestes exploraban curiosos el entorno, captando la crudeza de la realidad que los envolvía.
Arlene, con un suspiro lleno de pesar, mecía suavemente a Ethan en sus brazos mientras intentaba distraerlo de la desolación que los rodeaba. "No te preocupes, mi pequeño. Aunque este lugar sea sombrío, siempre estaré aquí para protegerte", murmuró, como una promesa silenciosa en medio de la desesperanza.
Ethan, en su forma de bebé, buscó respuestas en los ojos de aquella que lo sostenía. Sus primeras reacciones eran puras expresiones de desconcierto, como si intentara descifrar los misterios de su nueva existencia. Sin palabras, la comunicación entre madre e hijo recién nacido se tejía a través de miradas y gestos, creando un vínculo que superaba la comprensión racional.
Observando nuevamente el entorno, Ethan notó que se encontraban en una celda apenas iluminada por antorchas titilantes. La sensación de estar atrapados en aquel lugar se acentuaba con la frialdad que se percibía en el ambiente. La presencia de Arlene, su madre en este renacer, era la única luz en medio de la oscuridad que los rodeaba.
La mente de Ethan, ahora en un cuerpo de bebé, se llenaba de preguntas. ¿Cómo había llegado a este extraño lugar? ¿Era acaso una prisionera que dio a luz en una cárcel? La surrealista situación lo hacía cuestionar la realidad de su existencia. "¿Realmente reencarné? ¿Es esto como en una novela?", se preguntaba mientras intentaba comprender su nueva realidad.
El asombro inicial de Ethan fue cediendo ante la aceptación de su entorno. Aunque la extrañeza persistía, una sensación de resignación se apoderó de él. ¿Era todo un sueño mientras su cuerpo moría en el abismo? La incertidumbre se convertía en un manto que envolvía al pequeño bebé y a su madre en esa celda enigmática.
La madre, con dulces palabras, expresaba sus sentimientos hacia el pequeño ser que tenía en brazos. "Eres mi mayor tesoro, mi pequeño regalo. Aunque estemos atrapados en este sombrío calabozo, siempre llevaré en mi corazón la luz que trajiste a nuestras vidas".
Ethan, en su forma más pura, absorbía estas palabras con su inocencia recién descubierta. La celda, aunque fría y oscura, parecía iluminarse con la conexión entre madre e hijo. La paleta de colores de unos ojos celestes reflejaba la pureza de ese momento especial, mientras intentaba comprender el lazo que estaba naciendo entre ellos en aquel sombrío rincón.
Las palabras de Arlene resonaban en la pequeña celda, creando un ambiente cálido y lleno de afecto. Ethan, ahora sin palabras, pero con sus ojos expresivos, absorbía cada sonido como si fuera una melodía especial. "Estas palabras dulces... nunca las había escuchado antes", pensó Ethan en su interior, inevitablemente comparando la expresión de amor de Arlene con las memorias distantes de su antigua madre. La conexión entre ellos crecía, aunque Ethan, ajeno al pasado, no pudiera comprender del todo la magnitud de ese vínculo especial.
Los pensamientos de Ethan vagaban entre dos mundos, divididos por la fina línea del tiempo y la percepción de la realidad. Mientras Arlene le expresaba su amor maternal, Ethan no pudo evitar reflexionar sobre su antigua madre. La imagen de ella quedó grabada en su memoria, una figura querida que ahora se desvanecía en el pasado. La preocupación por su bienestar lo atormentaba, preguntándose si ella estaría sola, si se reuniría con su hermana, o si, tal vez, enfrentaría la adversidad en soledad.
El peso de no continuar con su antigua madre, junto con la culpabilidad de compararla con esta nueva figura materna, comenzó a pesar en el corazón de Ethan. Mientras intentaba asimilar su renacimiento, la dualidad de sus emociones creaba un torbellino interno de nostalgia y deseo.
Los pensamientos de Ethan, inmerso en su nuevo y frágil cuerpo, oscilaban entre la esperanza y la desesperación. "Tal vez en este nuevo comienzo... pueda hacer las cosas diferentes. Aunque, viendo donde me encuentro, tal vez ni siquiera sobreviva mucho", reflexionó, cuestionando la viabilidad de su supervivencia en un entorno tan hostil.
A medida que observaba más detenidamente su entorno, Ethan notó que Arlene no era la única mujer en ese lugar que daba a luz. Sin embargo, la alegría que expresaba Arlene contrastaba con la falta de entusiasmo de las demás. ¿Era ella la excepción a la regla? Al enfocarse más, pudo captar sonidos desagradables, lamentos y señales de abuso provenientes de otras celdas ocupadas por mujeres. El lugar, despiadado y sombrío, parecía más un "granero" de sufrimiento que un refugio acogedor.
"Aunque tampoco es como si cualquier celda fuese acogedora... lo único reconfortante aquí es esta mujer que es mi nueva madre", pensó Ethan, aferrándose a la única fuente de consuelo que encontraba en medio de aquel sombrío rincón de su existencia.
En medio de sus primeros días como bebé, los pensamientos de Ethan reflejaban una mezcla de curiosidad y adaptación. Aunque su mente estaba en proceso de desarrollo, se podía percibir una inquietud latente. La limitación de su movilidad despertaba un deseo de independencia, incluso en su estado infantil.
La curiosidad innata de Ethan se manifestaba en sus ojos inquisitivos, explorando el entorno con un anhelo constante de comprender el mundo que lo rodeaba. A pesar de su limitada capacidad de expresión, los gestos y las miradas de asombro denotaban una mente inquisitiva en constante búsqueda de respuestas.
La dependencia de Arlene generaba una dualidad en sus pensamientos. Por un lado, encontraba consuelo y seguridad en los brazos de su nueva madre, pero por otro, crecía en él la determinación de superar las limitaciones de su actual estado. El deseo de movilidad y autonomía se entretejía con su naturaleza adaptable, creando un equilibrio delicado entre la necesidad de cuidado y la anhelada independencia.
Ethan, incluso en su forma de bebé, mostraba destellos de la voluntad fuerte que lo caracterizaba. Cada nueva experiencia, cada sensación táctil y cada sonido desconocido alimentaban su mente curiosa, creando un lienzo en blanco que esperaba ser llenado con las experiencias y aprendizajes que aguardaban en su camino.
"Observando estos días como bebé, he llegado a la conclusión de que mi nueva madre y yo estamos atrapados en lo que solo puedo describir como un criadero horripilante", reflexionó Ethan.
Durante ese tiempo, pudo presenciar el constante trasiego de personas que entraban y salían, inspeccionando meticulosamente ciertas celdas que albergaban mujeres. Notó cómo se llevaban a los recién nacidos y, en ocasiones, a niños ya más grandes, alcanzando una edad límite que logró percibir, fijada en los 5 años como tope máximo. La escena le resultaba desconcertante y planteaba más preguntas de las que podía responder en su estado actual.
"¿Acaso somos ganado en este extraño corral humano?", se preguntaba Ethan mientras observaba con ojos infantiles la dinámica del lugar. "Estas personas, tan mecánicas en sus acciones, como si estuvieran siguiendo un patrón preestablecido. ¿Somos simplemente recursos para ellos?"
La impotencia de no poder expresar sus preguntas en palabras reales frustraba a Ethan. Sin embargo, su mente inquisitiva no dejaba de buscar respuestas, y sus pequeños ojos celestes exploraban el entorno en busca de detalles que pudieran arrojar luz sobre el misterio que envolvía su nueva vida como bebé en este lugar siniestro.
A medida que Ethan observaba con atención, notó que los hombres que se llevaban a los recién nacidos no eran simples sirvientes o trabajadores comunes. Más bien, exhibían un aire de autoridad, vestían ropas lujosas y portaban símbolos que denotaban estatus y posición en la sociedad. La conclusión que empezaba a formarse en la mente de Ethan era clara: estos individuos debían pertenecer a la élite, a la nobleza o, al menos, a alguna clase privilegiada.
"¿Por qué se llevan a los bebés?", se preguntaba Ethan internamente. "¿Qué destino les aguarda fuera de estas celdas?". Las dudas empezaban a acumularse en su pequeño corazón, pero la incapacidad de articular palabras dificultaba la búsqueda de respuestas. Sin embargo, la astuta mirada de esos ojos celestes demostraba que, incluso en su forma más vulnerable, la mente de Ethan seguía activa y cuestionadora.
Los días pasaron y, entre arrullos y pañales, Ethan presenció una escena que ensombreció aún más su visión del mundo que lo rodeaba. Dos guardias, con expresiones indiferentes y una autoridad que imponía temor, se acercaron a la celda de una mujer que estaba justo en frente de la suya. Repetían su nombre en vano, buscando obtener alguna respuesta, pero ella permanecía en un silencio apático, como si el mundo ya no tuviera eco en su ser.
Ante la falta de colaboración, los guardias entraron a la celda. La mujer, apática y demacrada, no opuso resistencia. La rutina estaba clara: era el momento de la desolación, la pérdida de la última luz de esperanza. Ethan, desde su posición infantil, no entendía completamente lo que estaba sucediendo, pero la sensación de tristeza y desesperanza en el aire no pasó desapercibida.
"¡Eva, responde!", exigió uno de los guardias, sacudiendo el hombro de la mujer que permanecía inmóvil.
"Eva, por favor, debes seguir comiendo y cuidando de tu hijo. ¿No entiendes que es por su bien?", añadió el otro, con un tono más suave pero igualmente firme.
La mujer, aún sin responder, parecía haber alcanzado un punto de no retorno. La rutina de separación y desesperación la había sumido en una apatía que ni las palabras ni los intentos de persuasión lograban romper.
"Si no comerás, no podrás cuidar de tu bebé. Es una lástima que no puedas entenderlo de otra manera", sentenció uno de los guardias.
Sin más dilación, los guardias tomaron medidas drásticas. Aquella mujer, que había perdido la voluntad de seguir adelante, fue privada de su existencia. La crudeza de la escena dejó a Ethan con un nudo en la garganta, su mirada inocente reflejando la impactante realidad de aquel lugar. La insensibilidad y la indiferencia de quienes gobernaban ese oscuro rincón del mundo quedaron grabadas en su mente infantil, sembrando la semilla de la desconfianza y el temor.
El macabro espectáculo de la vida siendo arrebatada se desplegaba ante los ojos de Ethan mientras los guardias sacaban el cuerpo de Eva de la celda. El cruel destino de esa mujer, que yacía desprovista de toda vitalidad, resonaba como un eco de la brutal realidad del lugar.
"Es una lástima, ella lleva bastante tiempo aquí, dio luz tres veces y sus hijos nacieron con grandes habilidades mágicas", expresó uno de los guardias, dejando entrever un lamento por la pérdida de un recurso tan valioso.
"No puedes hacer nada más, ni agua quería tomar desde que fue separada de su cuarto bebé. Sigue el protocolo", respondió el otro guardia, reafirmando la necesidad de seguir un procedimiento insensible.
Aquellas palabras resonaron en los oídos de Ethan, y la revelación sobre el uso de las mujeres en ese sombrío calabozo para engendrar hijos con habilidades mágicas lo dejó en un estado de desconcierto. Las mujeres, aparentemente tratadas como meros instrumentos de reproducción, eran vistas como portadoras de potenciales talentos mágicos. La insensibilidad de aquellos que administraban ese lugar, considerando a las mujeres como simples recursos, sembró en Ethan una profunda desconfianza hacia los motivos y la moral de quienes detentaban el poder en ese oscuro rincón del mundo.
Arlene, con el bebé Ethan en brazos, notó el gesto inquisitivo de su pequeño observador. Con delicadeza, cambió la posición de Ethan, apartándolo de la vista de la cruel escena que se desarrollaba en la celda contigua. Mientras ajustaba la posición del bebé en sus brazos, Arlene le habló con suavidad, tratando de infundir calma en el pequeño.
"Tranquilo, mi pequeño regalo", murmuró Arlene con ternura, buscando consolar al bebé ajeno a los horrores que se sucedían en el lúgubre calabozo. "Estamos juntos, y aquí, nada malo te sucederá. Mamá estará siempre a tu lado para protegerte y amarte".
Sus palabras, llenas de afecto materno, intentaban formar un escudo invisible alrededor de Ethan, protegiéndolo de la crudeza del entorno. Sin embargo, incluso en esa atmósfera opresiva, la inocencia de un bebé aún desconocía las realidades más oscuras que se cernían sobre aquel lugar.
Mientras Arlene intentaba consolarlo, Ethan, en su forma de bebé, miraba a su alrededor con ojos curiosos y en cierta medida inocentes. Su mente, a pesar de estar confinada a la limitada comprensión de un bebé, comenzó a tejer pensamientos sobre el futuro incierto que le esperaba en ese lugar siniestro.
"¿Habrá más mujeres como esa que acaban de...?" se preguntó Ethan interiormente, sintiendo un escalofrío por la crueldad a la que estaba siendo testigo.
La preocupación por Arlene también se instaló en su mente. ¿Cuánto tiempo había estado ella en este lugar? ¿Cuántos bebés había dado a luz? La sombra de la incertidumbre se cernía sobre la relación que comenzaba a formarse entre madre e hijo.
No obstante, una determinación nacía en el corazón de Ethan. Aunque era solo un bebé, un fuego interno ardía en su ser, y se prometió a sí mismo, en la medida que su limitada existencia lo permitía, proteger a la mujer que ahora le brindaba amor maternal en medio de la desolación.
"Te protegeré, mamá. No permitiré que nada malo te suceda", pensó Ethan con la firmeza de un juramento silencioso, mientras Arlene continuaba intentando consolarlo ajena a los pensamientos del pequeño ser que sostenía entre sus brazos.
Los recuerdos de las comidas preparadas por su antigua madre invadieron la mente de Ethan, como destellos fugaces de un pasado que parecía tan distante. Recordó la calidez de la cocina, el aroma reconfortante que inundaba la casa y el sabor único de cada platillo que ella creaba con amor. La nostalgia por aquellos momentos familiares le provocó un sentimiento agridulce.
"¿Podré volver a disfrutar de esa comida casera? ¿O todo eso se ha desvanecido en algún rincón lejano de la memoria?" se cuestionó Ethan, sintiendo una mezcla de añoranza y melancolía.
Aunque el ambiente en el que ahora se encontraba no ofrecía ninguna garantía de esa comodidad hogareña, la chispa de esperanza se mantenía viva en su interior. Mientras Arlene continuaba consolándolo, Ethan anhelaba, incluso en su forma de bebé, la posibilidad de recuperar aquellos momentos perdidos, buscando una conexión entre su oscuro presente y el brillante pasado que habitaba en su memoria.
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