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Madison es una abogada muy dedicada y profesional, una joven que lucha por la justicia. No está acostumbrada a salir de su zona de confort, hasta que un dÃa conoce a un misterioso hombre que guarda un gran secreto. Enko Bogoloski, queda cautivado por el encanto de la pequeña chica hasta el punto de olvidar quién es; un asesino de élite. Cediendo ante la atractiva abogada finge ser el caballero romántico que cualquier mujer pudiera desear. Sin embargo, para los Bogoloskis no hay finales felices. Sufrirá traición y dolor por la misma dama que le mostró el amor. ¿Podrá Madison aceptar a su romántico asesino? ¿Le perdonará que la torture y ponga en riesgo su vida? Un arma creada para matar, jamás podrá ser más.
Justo en ese momento, Madison odió a su mejor amiga.
-Prometo que si nos dejan ir, jamás diremos nada. Lo juro, fue un completo error. Un juego de niñas. Le suplico, déjenos ir.
Jess suplicó, con una esperanza casi muerta pero aun asà lo intentó. Miró a su mejor amiga y ésta seguÃa en shock.
-¡Qué divertido! -rió el hombre desconocido-. De verdad, es muy divertido... Ver cómo todas las personas que atrapamos juran que sufrirán amnesia. -Volvió a reÃr burlonamente.
Dió un sorbo a su ron y se posó justo al lado de su hijo.
-¿Qué dices, hijo? ¿Jugamos con ellas un poco?
Presente
-¡Qué dÃa de mierda! -se quejó Madison al teléfono camino a la parada de autobuses -. Necesitamos tener una noche agradable de chicas, Jess.
-¿Contratamos strippers? -bromeó.
-No es mala idea -continúo la broma-, pero justo ahora, no tengo apetito de hombres. Solo tú y yo haciendo cosas cursis tipo pelÃcula cliché de amigas, eso necesito -dijo cruzando la calle a trotes.
-Estoy de acuerdo contigo, aunque mi jefa es mujer, también se comporta como una perra. Te espero en casa cariño. ¡Pediré pizza!
-Genial, ya estoy en la estación de autobús, nos vemos en un rato colega -colgó.
La estación de autobuses estaba vacÃa, al parecer, a la media noche no hay muchos autobuses circulando. Solo ella y un chico llamativo esperaban por un autobús. Sin poder evitarlo se fijó en este chico, estaba vestido de negro, con las piernas largas cruzadas, llevaba puesta una gorra. Aunque en la parada habÃa muchos faros de luz, no alcanzó a ver su rostro pues, este chico por alguna razón fingÃa estar leyendo un libro y su rostro estaba oculto tras él.
-¡Mierda! -susurró Enko. «¿Qué demonios hace una chica a solas a esta hora aqu�» Se preguntó.
Luego de mucho tiempo, empezó a sentirse nervioso. El sujeto estaba tardando demasiado. Treinta minutos de retraso no parecÃa casualidad. Solo querÃa volver a casa, la paliza del dÃa anterior aún ardÃa en su cuerpo, estaba agotado y deseoso de terminar su trabajo para volver a casa y sumergirse en una bañera con hielo y que el dolor desapareciera con el entumecimiento del frÃo.
Por el rabillo del ojo vió que la chica que habÃa llegado hace un momento estaba caminando en su dirección.
-Disculpa, hola -llamó Madison con una sonrisa amable. El chico por fin alzó la mirada pero no quitó el libro frente a su cara-, lamento molestarte. QuerÃa preguntarte, ¿tienes mucho tiempo esperando el autobús?
Enko la miró de arriba abajo. La chica llevaba un traje ejecutivo para dama y unos tacones no muy altos, todo del maravilloso color blanco. Era de altura promedio, su cabellos era castaño oscuro, casi negro y estaba recogido en una elegante cola de caballo. Sus rasgos eran delicados y sus pómulos regordetes, y poseÃa unos hermosos ojos café.
-Eh -Madison llamó su atención de nuevo.
Echó un vistazo al edificio frente a él y no habÃa movimiento en absoluto. Con disimulo bajó el libro sobre su regazo y metió la mano en el bolsillo de su chaqueta Armani hecho a medida.
Sin el libro como obstáculo, Madison notó que el chico llevaba lentes, y descubrió unos ojos preciosos cristales. Literalmente parecÃa cristal. No azules, no verdes, no grises, no cafés, sus ojos eran preciosos.
-Lo siento, no te escuché.
«Por supuesto que me escuchaste, estoy a un metro de distancia». Pensó Madison.
-Pregunté si llevas mucho tiempo esperando el autobús. Nunca he estado aquà a esta hora y me pregunto si realmente llegará.
-Creo que el último autobús salió hace una hora.
-Oh, ¿de verdad? Pensé que tú también esperabas el transporte -dijo tomando asiento junto a Enko, el cual se puso tenso de inmediato.
-No, solo estoy esperando a un amigo hasta que salga de trabajar.
-Al parecer no soy la única con un jefe de mierda que te obliga a trabajar hasta tan tarde -bromeó y rio. El chico permaneció inmóvil, sin ninguna expresión. Si tenÃa alguna expresión, ésta era una clara demostración de molestia ante la presencia de Madison.
Madison notó que su compañero de espera no era muy animado, asà que dio por terminada la charla amistosa.
-Bueno, entonces creo que es mejor que llame a un taxi.
Rebuscó su teléfono en su bolso y torpemente lo dejó caer esparciendo todo su contenido en el piso.
-¡Oh, mierda que estúpida! -se maldijo asà misma por su auto-humillación. Se agachó a recogerlo y por fin, el chico decidió ayudarla un poco.
Lápiz labial, estuche de maquillaje, un sándwich a medio comer, un perfume barato, las llaves de su departamento y...
-No pierdas esto. -El desconocido habÃa recogido sus condones y se los ofrecÃa con lo que parecÃa ser una sonrisa.
Con mano temblorosa los tomó y terminó de arrojar todo nuevamente dentro del bolso. Se sentÃa avergonzada. Pero ¡vamos! Son dos adultos probablemente sexualmente activos. No habÃa nada de qué avergonzarse, las mujeres también deben estar precavidas. El lado positivo de esto es que habÃa descubierto que este chico no era por completo un emo, ¡si demostraba emoción! Bueno, Madison juró ver una sonrisa burlona.
De vuelta en el asiento, Madison llamó pronto a un taxi. Mientras esperaba, el silencio la estaba volviendo loca, y más luego del bochorno con los condones.
-¡La IlÃada! -mencionó de pronto.
-¿Disculpa?
-El libro que estás leyendo. -dijo mirando a su regazo.
-Oh, sÃ. -se limitó a decir y volvió su vista al edificio.
«Vaya, el chico no es muy hablador» pensó Madison.
-¿Qué tal está? La verdad siempre lo quise leer.
-Está bien.
«Ok, deja de intentarlo, claramente no quiere hablar contigo». Pensó Madison dejando de buscar conversación con él.
Para su alivio, el taxi no tardó mucho en llegar.
-Bueno, ese es mi taxi. Fue agradable esperar contigo, que tengas buena noche -se despidió poniéndose de pie y alisando su traje.
-Oye -antes de subir al taxi, el chico la llamó-, siéntate detrás del chófer, si intenta secuestrarte, ahórcalo desde allà -dijo guiñando un ojo-. Oh bueno, quien sabe... tal vez puedas usar esos condones antes de que caduquen -no se resistió a bromear.
-Ja, ja, eres comediante. Pero gracias por el dato, iré por la opción de sentarme detrás del chófer -le guiñó un ojo de vuelta y él por fin sonrÃo dejando una hermosa dentadura a la vista.
Sin más, se fue a casa.
«Que hermosa y atrevida». Pensó Enko.
¿Cuándo en su vida habÃa visto a una mujer asÃ? Tal vez nunca. Esta mujer gritaba respeto y elegancia por cada uno de sus perfectos poros. Sintió celos del hombre que pudiera usar esos condones.
-Déjate de estupideces. -se regañó asà mismo. Estaba en una misión, tenÃa que centrarse.
Al cabo de unos minutos, por fin habÃa movimiento dentro del edificio, el ascensor estaba bajando. Retomó su posición inicial, con el arma oculta detrás del libro, disparó.
Alguien llamó a la puerta de Enko. Se levantó de la cama e indicó que pasaran.
-¿Cómo fue todo, hijo mÃo? -preguntó su padre quedándose en el umbral de la puerta.
-Objetivo cerrado.
-Escuché que hubo retrasos.
-SÃ, tardó más en salir de lo que nos habÃan informado. Pero al final, el resultado fue el mismo.
-SabÃa que tú eras el adecuado para este trabajo. Solo tú eres capaz de disparar a esa distancia a un ascensor en movimiento sin fallar.
Enko no dijo nada, los halagos de su padre ya no significaban nada para él. Toda una vida complaciendo a ese hombre y ya no significaba nada, estaba cansado de ser su tÃtere.
-Bueno, has cumplido con éxito todas tus misiones. Te demostraré mi amor dejándote una semana libre. Espero los disfrutes y descanses. Salió de su habitación.
Las visitas de su padre siempre le incomodaba, pero al menos esta vez le habÃa concedido un merecido descanso. Una semana completa solo para él. Él y sus pensamientos que ahora se desarrollaban con la imagen de aquella hermosa mujer. Tomó el libro de su mesa y lo abrió.
La pÃcara y distraÃda mujer habÃa dejado su identificación olvidada debajo del asiento, seguramente perdida cuando dejó caer su bolso.
-Madison de Freites. -saboreó su nombre en sus labios. ¿Quién era esta mujer?
Sin poder resistirlo, tomó su computador portátil y tecleó su nombre. Veintiocho años de edad, abogada, sin historial delictivo, calificaciones admirables, huérfana a la edad de diecisiete años.
De pronto sintió que un hilo tiró de él, querÃa conocerla. Tan opuestos y parecidos a la vez. Él tenÃa treinta años, sin historial delictivo registrado, calificaciones inalcanzables en su campo, huérfano a la edad de un año.
SÃ, tenÃa que conocerla. El programa de su computador le daba toda la información que necesitaba de ella; dirección de habitación y trabajo. Y en su favor, la excusa perfecta para buscarla, su identificación perdida.
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