ra la responsable del destrozo. La pobre se tragó la mentira a cucharadas y lloró tanto que casi se deshidrata. Cada año se presentaba al Concurso de Jardines con la esperanza de obt
e amenazaba con contar mis peripecias a la policía si me atrevía a traspasar los límites de su propiedad. Razones les sobraban para
a floristería, debía explorar los alrededores del poblado. Con ese fin, t
zo al aparato y enviado a freír tusas, pero me arrastré por encima del colchón de mi cama y caí
un sorbo de café. Aún tenía los ojos pegados y un lad
í Superman. Me coloqué una capucha negra y zapatillas para correr,
por un malévolo nigromante. De vez en vez, una lechuza revoloteaba bajo las luces de ne
estar loco o enamorado, que es casi lo mismo, pues me alejé de mi casa sin volt
ico y lo perceptible. Estaba convencido de que un extraterrestre me seguía los pasos
con la linterna. El monstruoso ser que amenazaba mi vida no era otro que Cuco, un perro callejero con quien solía compartir mis hamburguesas.
sas azucenas y rosas matizadas. Era un paraíso para un ladronzuelo idiota, y
eaba probar, en sus ojazos almendrados, en sus manos suaves y, sobre todo, en el par de pechos firmes que me impedía pegar un ojo po
n una mano. Avancé y estiré
ja me habían entrenado bien. Estaba equivocado. Pronto, me
que acontecía, solo precisaba una mezcla
. He recopilado más de mil razones para explicarles por qué,
tón de yerba contra ladronzuelos de poca monta. Yo supe la respuesta en cuanto el pito se me incrustó en
oda una década el premio otorgado por el Ayuntamiento al mejor floricultor. Su propiedad era un recinto fort
ntizo que volaría las distancias a la velocidad de Usain Bolt con tal de alejarme de la rabia del oficial. Según las viejas del ba
ndo tres pastores alem
mejor amigo del hombre, olvi
tes. Por mucho que intenté, me resultó difícil sacar de mi mente su imagen ha
iba, en cada uno de nosotros deja un sello inconfundible. En esa ocasión, una mano invisible
elo. El aliento de las fieras calentó mi cue
io del colegio. Me faltaba agilidad y astucia para encaramarme en lo a
eligente que yo. Al ver a mis enemigos, se esfumó de mi lado. Ni un mi
entierro? No dilataré esta narración con situaciones que nunca ocurrieron.
mis cachorros! -gruñó Gumersindo ab
los merecía, pero llamar cachorros
ibros no pueden estar equiv
ielo. No prometí peregrinar por el camino de Santiago, autoflagelarme o entregar mi alcancía a los pobres. Tampoco pedí
ndo la cabeza desde la ventana de la cocina-. Te advierto
ca neurona activa respondió las preguntas. Si los animales estuviesen libres, siquiera me rascaría e
char el tintineo de las cadenas. D
ra. Vengo a llevarme tu al
an tonto para us
es una cuestión que aún ronda por mi cerebro. Supongo que siempre había
e camino, arranqué una mata de gladiolo
ado está desbaratando los can
or la nariz y los ojos. Afloraba
elo y se jaló los moños. Sentí pena por su cabeza.
varon. Un torrencial aguacero me entripó la sudadera. Mi cuerpo
intentando controlar una situa
je del fantasma de la Ópera, que continué u
esas tenemos! Además de robarme y despedazar mis sembrados, me faltas el respeto. Ya no
licía y desprenderme en una carrera fue lo mismo. Salté sobre la cerca de una zancada. Dejé un trozo del pellejo en el buzón de la entrada y otro incrustado en
o tras mis espaldas. No encontraría escapatoria. A dondequiera que fue
dos op
ra, morir
ntarme a una tunda
nos de un minuto. Ya oía el jadeo de l
una esquina relamiendo un trozo de embutido. Considérenme la persona más desagradable del planeta, pero
o un perro horrible. Después de echarle un vistazo fugaz, cupo la posibilidad de que se tratase de un espantoso gato tartamudo con afec
a. Aunque Gumersindo siguiese mis huellas hasta
ladrón de gladiolos. ¿En qué sitio se habrá escondido? ¿Le encogió un