le conocía de memoria. Eran las 8:37 de la mañana, y el edificio de vidrio y acero que albergaba las oficinas
que se atreviera a cuestionarlo. Era joven, sí, pero su reputación lo precedía. Había tomado las riendas de la empresa famil
jo Camila, su asistente, sin l
pondió él si
n los inversores italianos a la una, y cena con el ministro
rar en su despacho. Cerró la puerta
una vista privilegiada de la ciudad, pero él apenas la miraba. Se sentó tras el es
imagen impecable,
teligente, ambiciosa. Habían sido la pareja perfecta en papel... hasta que los silencios se hicieron
enfocó en lo único que po
ese vacío se notaba más cuando el día terminaba y las luces d
de los bares más exclusivos de la ciudad. No era raro que lo vieran allí. Sabía perfectamente q
isky sol
ro él no hablaba con na
n joyas, sin acompañantes. El cabello recogido en u
mostró interés. No le sonrió. No lo estudió c
eguntó, acercán
y por un segundo,
sconocidos -dijo
Le encantaba
e presentarme.
Y eso debería
mucho tiempo, él no
a -dijo, acomodándose fren
tipo típico -replicó
da. No le dijo dónde trabajaba, ni qué hacía. Solo su nombre: Luna. Su risa era ligera,
í? -preguntó ella, a
sí
eras el due
a por un segundo, a
burlón-. Pero esta noche no
por un momento, él sintió qu
oco se besaron. Ella le dio su número en una servilleta -algo tan f
la luz de la calle, v
acuerdos firmados, en el poder tangible. Pero esa noche, mientr
s, alguien lo había dejado co
hombre como él,