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Minett Biancheri. -¿Qué estás haciendo? -espeto girando el monitor-. Lee bien el documento, dice Bianchi. Me enfrenta levantando el mentón. -Es un simple error, ¿pero quién era? -formula ante mi evidente molestia. -Es la chica que, en contra de sus instintos, no logró evitar mi muerte
Minett Bianchi.
La noche de luna llena cae sobre mí. Seguido me veo atrapada por los diversos aromas mezclándose con la humedad; es una inyección de felicidad. En la primera esquina que cruzo, el único farol alumbra la entrada de la panadería favorita de mi madre. Una sonrisa tira de mis comisuras al pensar en las donas de chocolate que mamá tanto adora. Aparco y me adentro al establecimiento, un denso olor azucarado golpea mi nariz.
Mientras me aproximo hacia el mostrador comparto una mirada cómplice con Linda, una mujer de cincuenta años, dueña del lugar y experta en la preparación de un sinfín de postre.
-Tres donas de chocolate, Marina -le ordena a su hija para que busque mi pedido frecuente-. ¿Cómo has estado, Minnie? No es sano que madrugues los fines de semana -me recrimina, una tarea que se ha tomado muy en serio este último año que he trabajado como repartidora.
-Estropea mi horario de sueño, ya me lo has dicho -contesto recibiendo la bolsa de papel que me extiende-. Gracias, la semana que viene a la misma hora -concluyo cerrando la puerta tras de mí.
Vuelvo a la motocicleta retomando mi camino. Desde hace un año hago entregas para distintas empresas, mi propósito es mantener el estilo de vida tranquilo que llevamos mi madre y yo. La salud deteriorada de la abuela Pennyna prácticamente la enfermó, dejándonos una pila de deudas hospitalarias. Es duro estar a la buena de Dios todas las madrugadas los fines de semana; todo sea por la seguridad de Ellie.
Bajo de la moto divisando el edificio. A ella no le agrada verme llegar en un artilugio que pueda matarme, frecuentemente se me escapa un bufido para evitar cualquier posible disputa. Hundo una mano en mi bolsillo trasero y consigo un cigarrillo junto al encendedor. Toso cuando el humo circula por mis pulmones. Exhalo lentamente. Miro mi alrededor cerciorándome de que nadie haya visto mi escena.
Juego con las llaves adornadas por un pin de la promoción. Lleno de aire mis pulmones antes de subir nueve pisos por las escaleras. Me planto justo en la puerta, mi pecho sube y baja intentando estabilizar los latidos de mi corazón. Ya más calmada introduzco la llave y entro al departamento. Avanzo en dirección al refrigerador para guardar las donas, además, necesito un buen trago de agua.
Entorno los ojos sacando la cabeza de la nevera, la echo hacia atrás y mis piernas flaquean en respuesta a la energía que me proporciona el preciado líquido. Limpio mi boca con la manga de mi suéter. Emprendo viaje a mi habitación, quiero descansar y no despertar jamás. Detengo mis pasos a la mitad de la sala, el silencio que circula estremece mis extremidades. En contadas ocasiones la casa ha estado sumida en esta peculiar pesadez, y la más reciente fue durante la muerte de la abuela Penny. Sentimiento de repetición. Moriría si las alarmas en mi cabeza llegasen a cumplirse.
«Aleja los malos presagios ligados a tazas llenas de café, Minett Antonieta». Froto mis manos en busca de un poco de calor, el frío nocturno las ha entumecido. Saco el dinero de la semana y cuento billete por billete. Son más de cien, ahí va la luz y el agua. Como odio los gastos.
-Sí... -celebro levantando los brazos con desanimo.
La vibración de mi celular me alerta, lo extraigo de mi bolsillo y automáticamente la pantalla ofusca mis ojos. Escucho las notas de voz en el grupo que comparto con mis amigos. No sé qué haría sin ellos, aún no consiguen apaciguar mi dolor, pero aprecio la intención.
Hago una mueca de asco. Un correo aparece en la pantalla, tiene el título de siempre, que consiste en: Minett Bianchi, asista a clases, apruebe sus asignaturas y ¡No vuelva!
Son unos amargados los del comité educativo.
-Entiendan, nací para otra cosa que no es...-soy interrumpida por el grito proveniente del dormitorio de mi madre.
«Maldición, que no sea Led de nuevo, te lo ruego».
Antes de llegar a su habitación detengo la carrera en el umbral. Una sensación está impidiéndome avanzar, ni siquiera puedo tocar la manija. Gruño y golpeo la puerta desinteresadamente en si sorprendo o no a alguien en paños menores. Abro los ojos hasta al límite, mamá sostiene su pecho y entrecorta potentes bocanadas de aire. Tanto que su pecho sube y baja estrepitosamente.
-¡Mamá! -La mirada que clava en mí no la había visto jamás, está cargada de repulsión.
-¡Aléjate de mí, sucio animal! -el agujero en mi pecho desbloquea las lágrimas y las despacha en mis ojos.
-Por favor, no hagas esto de nuevo -suplico. Durante un instante el reflejo de Penny flota frente a mamá.
Pretende salir de la cama y soltar las sábanas, consigue caer y darse en la nuca. Ignoro la evidente advertencia acercándome lo suficiente para entender la situación. Oculto mi pretensión de tomarla de brazos antes de que colapse. En una acción tardía vocifera tan fuerte que tengo que cubrirme los oídos.
Esa es mi señal, debo llamar a emergencias. Marco lo más rápido que me permiten los nervios. Ellos no preguntan por mi madre, solamente les doy la dirección.
Mi corazón martillea en mi pecho. Reacia a dejarla sola, corro a abrir la puerta. Las expresiones que se cargan no dicen nada bueno. Con una camilla y su respectivo bolso que hace ver a la chica como una tortuga, pasan a su habitación. Administran cosas raras, lo único que logro identificar es la intravenosa.
-Está coagulada, hay que ir ya al hospital.
Su compañero obedece y yo voy detrás de ellos cual perro buscando comida. La ambulancia huele a metal y alcohol. Ellie sigue gritando, gritándome majaderías. Lo frenética que está nos obliga a atarla. Reconozco un botecito de calmante fluir por la jeringa y salirse un poco, creo que es procedimiento de rutina.
-Desaparece, Minett, no te pido más -me jala por las solapas mi camisa-. Penny te hizo alguien mejor, te quitó el peligro de encima, pero -tose sangre sobre mí, en mi cara se lee un mohín-Ella ya no está con nosotros y ahora sufriremos las consecuencias de no haberte cortado el oxígeno a las tres semanas.
Oigo un desagradable crujido a mi izquierda, bajo la cabeza y noto un alambre sobresalir por la tela. «Rompió el aro del sujetador».
-Mamá, cálmate, estaremos bien -murmuro. Mi cerebro me ayuda haciéndome tomar el celular y teclear "ayuda, hospital central" en el grupo.
Mis amigos no tardan en responder, sin embargo, no les doy la debida atención. Mamá no me puede hacer esto de nuevo, no quiero rogarle al cielo y terminar como una tonta desilusionada.
Los camilleros no me ven cuando abren las puertas de la ambulancia y se la llevan. Pestañeo unas diez veces. Reacciono saltando de ahí y flexionando las piernas en la caída. Acelero el paso. Juraría que las miradas de absolutamente todos caen en mí, luego agachan la cabeza temerosamente.
Trago saliva. Ya no la escucho, el pitido me tira al suelo,
-¡No! - digo acercándome, ella aún suspira, aunque suena muy forzado.
-Minnie, tú no merecías a la abuela -así, sin más, me escupe y el aparato suena en un penetrante sonido plano.
Me aparto porque... Demonios, esto no está sucediendo, Ellie Biancheri no acaba de morir, la mujer que modificó mi apellido con la intención de mantenerme a salvo me insultó hasta su último aliento.
-Cariño, aquí estamos, no estás sola -susurra en mi oído Aleka.
No sabía que me estaba sosteniente y el resto de ellos nos rodea en un abrazo lúgubre.
-Te ayudaremos con los trámites -afirma Sadisha.
-Pero hay malas noticias -Hungría se muerde la lengua-. Nos iremos.
Fantástico, el infierno no termina. Las palabras de Aleka dejan de consolarme. Salgo de su agarre y escondo el rostro entre mis manos.
-¿Y si digo que no? ¿¡Qué pasaría!?
Maldigo a quien deba. A quien haya roto mi corazón por la muerte de mi madre, a ellos por huir después de tanto, por sus ansias de dejarme aquí.
Tredway Langdon. Padre millonario de buen corazón. Cuyo hijo vivió siempre alejado del ojo público. Aunque un día quisieron asesinar al pequeño. Habían intentado incendiar el colegio donde estudiaba. Y Diandra apareció. Una maestra de gran vocación que le tendió la mano a Ian, el hijo de Langdon. Las cosas empeoraron cuando Ian tuvo que irse al interior del país para sobrevivir. Diandra lo acompañó, dispuesta a dar su vida por él. El problema nació cuando Tredway Langdon no dio señales de estar vivo. Ian ya había crecido, y no soportaba la idea de que su padre lo hubiese olvidado. Y, justo aquí, con un gran obstáculo por desvelarse, Ian y Diandra emprenden su travesía. Una que irá más allá del amor.
La vida era un lecho de rosas para Debra, la hija del Alfa, hasta que tuvo una aventura de una noche con Caleb. Estaba segura de que él era su pareja designada por la Diosa de la Luna. Pero este hombre odioso se negó a aceptarla. Pasaron semanas antes de que Debra descubriera que estaba embarazada. Su embarazo fue una vergüenza para ella y para todos los que amaba. No sólo ella fue expulsada, sino que su padre también fue perseguido por los usurpadores. Afortunadamente, sobrevivió con la ayuda de la misteriosa Manada Espina. Pasaron cinco años y Debra no supo nada de Caleb. Un día sus caminos se volvieron a cruzar. Ambos estaban en la misma misión: llevar a cabo investigaciones secretas en el peligroso pueblo de Roz por la seguridad y la posteridad de sus respectivas manadas. Caleb todavía se mostraba frío con ella. Pero con el paso del tiempo, se enamoró perdidamente de ella. Intentó compensar el abandono de Debra, pero la chica ya no lo quería. Estaba empeñada en ocultarle que tenían una hija y también en hacer una ruptura limpia. ¿Qué les deparaba el futuro a los dos mientras viajaban por el pueblo de Roz? ¿Qué tipo de secretos encontrarían? ¿Caleb se ganaría el corazón de Debra y conocería a su adorable hija? ¡Descúbralo!
Rena se acostó con Waylen una noche cuando estaba borracha. Y como ella necesitaba su ayuda mientras él se sentía atraído por su belleza juvenil, lo que se suponía que sería una aventura de una noche se convirtió en algo más. Todo iba bien hasta que Rena descubrió que el corazón de Waylen pertenecía a otra mujer. Cuando esa mujer regresó, dejó de volver a casa, dejándola sola por muchas noches. Finalmente, un día, la pobre chica recibió un cheque y unas palabras de despedida. Para sorpresa de Waylen, Rena solo sonrió y dijo: "Fue divertido mientras estuvimos juntos, Waylen. Pero espero que no nos volvamos a ver nunca más. Que tengas una buena vida". Sin embargo, por voluntad del destino, los dos se volvieron a encontrar. Al ver que Rena tenía a otro hombre a su lado, los ojos de Waylen ardieron de celos y gritó: "¿Cómo diablos lograste seguir adelante? ¡Pensé que solo me amabas a mí!". "¡Es pasado!", Rena se burló, "hay demasiados hombres en este mundo, Waylen. Además, tú fuiste quien pidió la ruptura. Ahora, si quieres salir conmigo, tendrás que hacer cola". Al día siguiente, Rena recibió un anillo de diamantes y un mensaje del banco de que alguien había transferido miles de millones a su cuenta. Waylen apareció, se arrodilló frente a ella y dijo: "¿Puedo saltarme la fila, Rena? Todavía te quiero".
Era una doctora talentosa de fama mundial, CEO de una empresa que cotiza en bolsa, la mercenaria más formidable y un genio de la tecnología de primer nivel. Marissa, una magnate con una plétora de identidades secretas, había ocultado su verdadera identidad para casarse con un joven aparentemente empobrecido. Sin embargo, en vísperas de su boda, su prometido, que en realidad era el heredero perdido de una familia adinerada, canceló el compromiso, incluso la humilló y se burló de ella. Cuando las identidades ocultas de la chica salieron a la luz, su exprometido se quedó atónito y le suplicó desesperadamente que lo perdonara. De pie, protector ante Marissa, un magnate increíblemente influyente y temible declaró: "Esta es mi esposa. ¿Quién se atrevería a quitármela?".
A veces el amor aparece de la manera más inesperada y en la forma de la persona menos pensada. Para Daniel, la vida a sus 40 años es una rutina entre sus tres hijos y su cargo de CEO de la empresa familiar. El fallecimiento de su esposa lo deja inmerso en la tristeza; creando, con el correr de los años, una coraza fría a su alrededor. Deanna tiene una vida normal, trabaja medio tiempo y estudia en la Universidad de Artes porque quiere lograr su sueño: cantar en la ópera. Solo le falta un año para terminar su carrera cuando su amigo Harry le pide ayuda desesperado. Una antigua regla familiar le impide casarse con su novia, la cual está embarazada. Para hacerlo, Daniel, su hermano, debe casarse primero. Para ayudarlo con su problema Daniel y Deanna acceden a fingir una relación y un matrimonio. Son tan opuestos que la atracción es inevitable. Él encuentra en ella la calidez que faltaba en su vida y Deanna el amor luego de una ruptura desastrosa. Finalmente, Daniel puede volver a tener una familia. Pero hay muchos intereses ocultos que buscan separarlos y alejarlos. El viaje es difícil, deben enfrentarse no solo a terceros que les complicaran las cosas, sino también a sus propios miedos e inseguridades. No es sencillo equilibrar 15 años de diferencia. Pero el corazón tiene razones que la misma razón nunca entenderá.
Ethan siempre consideró a Nyla una mentirosa, mientras que ella lo veía a él distante e insensible. Nyla había acariciado la idea de que Ethan la quería, pero se sintió fríamente rechazada cuando se dio cuenta de que su lugar en el corazón de él era insignificante. Como ya no podía soportar su frialdad, dio un paso atrás, solo para que él cambiara inesperadamente de actitud. Ella le desafió: "Si confías tan poco en mí, ¿por qué me tienes cerca?". Ethan, que antes se había comportado con orgullo, ahora estaba ante ella y le suplicó desesperado: "Nyla, he cometido errores. Por favor, no te alejes de mí".
En su borrachera, Miranda se acercó audazmente a Leland, sólo para encontrarse con su mirada fría. La inmovilizó contra la pared y le advirtió: "No me provoques. Dudo que puedas soportarlo". Poco después, su compromiso se canceló, dejándola en la indigencia. Sin otras opciones, Miranda buscó refugio con Leland. Con el tiempo, asumió el papel de madrastra, cuidando a su hijo. Llegó a comprender que la decisión de Leland de casarse con ella no se debía solo a que ella era obediente y fácilmente controlada, sino también porque se parecía a alguien que él apreciaba. Ante la solicitud de divorcio de Miranda, Leland respondió con un abrazo desesperado y una súplica para que reconsiderara su decisión. Miranda, impasible, respondió con una sonrisa de complicidad, insinuando un cambio en su dinámica. El señor Adams, que siempre fue el controlador, ahora parecía ser el atrapado.