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De tintes eróticos, narra la historia de Clarita, una niña que se enamora de un hombre 20 años mayor, con el que vivirá años después, un tórrido romance. Hace un recorrido por las imposiciones sociales y religiosas en torno a la sexualidad, existentes en una comunidad rural en el contexto de los años 90'.
Yo solía esperar en aquel puente por las tardes. Subía los peldaños y entraba en su arqueado camino. Andaba de un lado a otro, inquieta, esperando, unas veces detenida en el pórtico, otras veces escondida en un pilar. A través de la espesa niebla que flotaba sobre el río, intentaba distinguir su silueta en el valle verde y empedrado. Me preguntaba si vendría. Aún ahora, acodada en el puente una vez más, me pregunto si en verdad llegó. Voy incluso más allá, donde los recuerdos me trasladan y un suave y lánguido sonido se empieza a despertar. Lo escucho.
Es el fluir de un arroyo tranquilo que avanza en la parte baja de la montaña. Va por ahí, sobrepasando obstáculos, esquivándolos, en un fluir lento y constante como la vida misma. Y en la orilla, mi reflejo. El reflejo de una niña de 12 años que mira vívidamente el agua y remueve renacuajos con una rama, y que escucha al fondo, las risas de los niños unidas en un coro algo más infernal que celestial. La recuerdo, la recuerdo bien...
-Son asquerosos -dijo Yule, refiriéndose a los renacuajos y se agachó en la orilla donde me encontraba acurrucada.
-Sííí -afirmé-. ¡Quién diría que cuando se conviertan en ranas seguirán siendo igual de repugnantes!
-Por aquí las niñas no serán exactamente reinas de belleza, pero ninguna se parece tanto a un renacuajo como usted, Clarita -dijo Alex, bordeando el arroyo como si caminara en la cuerda floja.
-¡Es tan fea que parece un renacuajo! -gritó Dennis, y de un brinco demencial y burlón se plantó muy cerca de nosotras, salpicándonos de agua fría-. ¡Renacuajo, renacuajo!
Lo miré agraviada y avergonzada a la vez, incapaz de expresar mis sentimientos, de decirle lo cansada que estaba de que se burlaran de mí. Disimuladamente, examiné mi reflejo en el agua y me pregunté si tendrían razón. Si acaso había visto en mi vida a dos personas similares a mí, con la piel, los ojos y el cabello de distintas tonalidades doradas. Mi cabello, el más oscuro, la piel de un dorado claro y los ojos brillantes de color miel. Examiné también mis rasgos finos y mi delgadez. Era una cosa terrible: la cara tostada, los cabellos de alambre y el cuerpo como de rama. Literalmente no sería un renacuajo, pero algún tipo de espantajo sí.
-Clarita no es un renacuajo -replicó Yule con tono odioso, clavándole una mirada a Dennis y balanceando la cabeza de un lado a otro-. Más le vale que mida sus palabras, ¡renacuajo!
-¿Ah sí? ¡Pues aquí tiene su renacuajo! -exclamó Dennis, levantando la pelvis y sujetando ostentosamente su... "cosa" por encima del pantalón-. ¡Venga y dígame si esto le parece asqueroso! -insistió, pavoneándose, y mientras lo hacía, Alex se acercó por detrás y le bajó el pantalón, dejándolo en calzoncillos.
-¡Desgraciado hijo de perra! -gritaba Dennis.
-¡A ver si se atreve a mostrárselas! -vociferó Alex, corriendo hacia unos troncos cercanos.
-¡Se va a acordar de esto, montón de mierda!
Yule y yo mirábamos con grandes ojos cómo Dennis intentaba subirse el pantalón. Alex lloraba de risa y en seguida, se escuchó el alarido escandalizado de dos niñas que echaron a correr montaña arriba, dejando atrás el arroyo. Nuestras sandalias desgastadas se llenaron de tierra y barro mientras corríamos agitadas y despavoridas. Los vestidos remendados pasaron a toda velocidad entre las matas de naranja y limón, los cabellos de alambre, esponjados, los caminos trazados por las lágrimas que corrían por nuestras mejillas sucias y polvorientas. "Ese Dennis es un gusano" increpó Yule, mientras ascendiendo una empinada cuesta, parecíamos estar a salvo.
Cuando tenía 12 años, aquella escena representó el terror en su más pura y máxima expresión. Aún ahora cuando la recuerdo, ahogando una risa embarazosa, me es posible asimilar lo crueles que podían ser los niños de mi aldea. Yo era una niña absolutamente tímida e insegura y los niños sabían muy bien cómo aprovecharse de ello. Casi siempre andaban haciendo insinuaciones y atemorizando a las niñas con eso que tenían entre las piernas. Hablo de su pene. Decirlo ahora podría resultar fácil y natural, pero en aquella época, el año 1992, decir "pene" sin que se me trabara la lengua y se me saliera el alma, era imposible.
Desde muy pequeña fui instruida en una especie de contrato social, donde la palabra "pene" había sido desterrada para siempre del vocabulario local. Cuenta la leyenda que aquella pecaminosa palabra, fue sustituida en algún tipo de convención liderada por un grupo de mujeres altamente recatadas y juiciosas, derivando en el término "cosa", término eufemístico con el cual podíamos referirnos al pene sin ningún tipo de vergüenza o culpabilidad, y con la plena seguridad de no arder en el infierno por pronunciarla o siquiera pensarla. Fue el trauma que heredé de la pequeña aldea rural en que nací, donde ser católico y devoto era la regla general.
Todos los domingos, en una solemne procesión, nos dirigíamos a la iglesia de la plaza central, encarnando provisionalmente a un ser diferente quien durante la semana no hacía más que blasfemar y cometer actos malvados en contra de su familia y vecinos. Pero ese día, los domingos, debíamos envestirnos de una transitoria castidad y amor a la humanidad. Era el día de la rectitud, de las buenas costumbres y la moral. El sermón dominical debía tener la fuerza suficiente para durar toda la semana, y evitar que los habitantes de la aldea cayeran en la tentación de atentar contra la palabra de Dios. Sí, todos salían puros de la iglesia, pero después, durante la semana –y me atrevo a decir que ese mismo día– se volvían a transformar en los seres terribles y salvajes que siempre habían sido: hombres borrachos que malgastaban el dinero o golpeaban a sus esposas, mujeres chismosas que se metían en la vida ajena, brujas que hacían daño y maleficios al prójimo, ladrones que se escondían en los potreros, violadores que aguardaban en el monte o en sus propias casas, vagos, blasfemos y nosotros, los jóvenes, quienes estábamos bombardeados por una verdadera guerra hormonal.
Se escuchaban historias increíbles y rumores escandalosos en el mundo secreto de los jóvenes. Todo lo desenfrenado y lo carnal regía sus acciones. Allí, en las esquinas, en la cancha, en el receso de la escuela, en el monte; se hablaba y se actuaba diferente. Besos furtivos, toqueteos indiscretos y hasta... Dios mío, no me atrevería a escribirlo. Por ejemplo, mis primos, quienes después del colegio, cuando los papás trabajaban en el campo o las madres contaban historias vergonzosas sobre los tíos o sobrinos; se encerraban en una habitación mientras otros cuidaban la puerta y sucedían, quien sabe qué cosas allí. A veces, me sentía atraída por aquel mundo salvaje y lleno de misterio, donde los perdidos de mis primos parecían divertirse bastante al salir con sus caras extrañas de aquellos encuentros. Me precipitaba a una ventana y los contemplaba cortejarse estúpidamente y me juraba a mí misma que jamás me gustaría un hombre. ¡Qué alivio era saber que no me gustaban los hombres!
En el contexto de un Sistema autoritario y criminal, una estudiante de literatura, Carena Weisz, se involucra en un culto secreto, místico y revolucionario, impulsada por el amor obsesivo que sentía por John Martell, un antropólogo integrante de esta sociedad.
Charles tenía novias diferentes cada día del año, nunca salía con la misma chica. Su nombre había sido vinculado a innumerables mujeres. Autumn, por su parte, se vio obligada a casarse con Charles sustituyendo a su hermana, quien se había escapado. Su único deseo era divorciarse después de un año. Ninguno de los dos había esperado que se enamoraran el uno del otro. Tampoco esperaban que el mundo entero los desafiara. Una ex novia quien causa problemas cada dos por tres. Una hermana fugitiva quien regresa con la intención de recuperar a Charles. Una suegra que siempre se entromete en sus momentos íntimos. ¿Te gustaría leer más? ¡No dudes! ¡Vamos allá!
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Todos se sorprendieron cuando estalló la noticia del compromiso de Rupert Benton. Fue sorprendente porque se decía que la novia afortunada era una chica normal, que creció en el campo y no tenía nada a su nombre. Una noche, ella apareció en un banquete, lo cual causó una sensación a todos los presentes. "¡Cielos, ella es tan hermosa!". Todos los hombres babeaban y las mujeres se pusieron celosas. Lo que no sabían era que esta supuesta pueblerina era en realidad una heredera de una fortuna de mil millones de dólares. No pasó mucho tiempo antes de que sus secretos salieran a la luz uno tras otro. Las élites no podían dejar de hablar de ella. "¡Dios mío! Entonces, ¿su padre es el hombre más rico del mundo?". "¡También es esa excelente pero misteriosa diseñadora que mucha gente adora! ¿Quién lo hubiera adivinado?". Sin embargo, un montón de gente no creía que Rupert pudiera enamorarse de ella. Pero les cayó otra bomba. Rupert silenció a todos los detractores emitiendo un comunicado. "Estoy muy enamorado de mi hermosa prometida. Nos casaremos pronto". Dos preguntas estaban en la mente de todos: "¿Por qué la chica ha ocultado su identidad? Y ¿por qué Rupert estaba enamorado de ella de repente?".