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Peter Wang, el ex soldado de las fuerzas especiales, tenía la tarea de servir como guardaespaldas de Bella Song, la hermosa dueña de una de las empresas más grandes de la ciudad. Como luchador que sobrevivió a la agotadora vida en el ejército, pensaba que el trabajo era simple. Sin embargo, descubrió que estaba totalmente equivocado. En el corazón de una ciudad aparentemente tranquila, Peter se encontró con pandillas y gánsteres atroces mientras se ganaba el amor de varias mujeres hermosas en el camino: la esquiva Bella, la dulce Elaine, la joven Shelly, la gentil Lisa y más. ¿Quién podrá vencer a nuestro Rey de Soldados? Venga y descúbralo por sí mismos.
Peter Wang salió de la oficina de Recursos Humanos sintiéndose triste y abatido.
Le costaba aceptar cómo habían resultado las cosas. De donde venía, todas las pandillas le temían e, incluso, lo apodaban el "Señor Poderoso de los Soldados". Sin embargo, allí en la ciudad, ni siquiera podía hallar un trabajo decente porque no tenía un título universitario. De repente, su teléfono sonó. Al notarlo, atendió de inmediato.
"Peter", habló la voz del otro lado de la línea. Era su novia, "Esto se acabó, voy a romper contigo. Te fuiste hace mucho tiempo, y yo necesito un novio, no un amigo por teléfono".
"Cariño, te lo ruego", trató de convencerla Peter: "Sé que no he estado cerca, pero ya regresé. A partir de ahora, siempre estaré contigo".
"¿Ah, sí? Bueno, ¿qué cosas puedes regalarme? Porque una persona lavando platos en el extranjero gana mucho más dinero que tú. ¿Qué es exactamente lo que puedes darme, eh?", lo desafió. "¿Tienes ahorros después de haber trabajado todos estos años? ¿Has encontrado un solo trabajo estable desde que regresaste? ¿Serás capaz de darme las cosas que quiero?".
"¡Podré hacerlo, te lo prometo! ¡Te compraré la casa que desees, la más grande! Cariño, siento mucho haberme ido. También lamento que estemos pasando por un mal momento. Estoy teniendo problemas para encontrar un trabajo en la ciudad, pero te prometo que todo mejorará pronto. Las cosas se arreglarán, y cuando lo hagan...".
"¿Y cómo harás eso?", lo interrumpió la chica: "¿Cómo se arreglarán las cosas, Peter? ¿Alguna vez me comprarás un auto BMW? ¿Me regalarás, en algún momento, un bolso Louis Vuitton? ¿Zapatos Ferragamo? ¿Trajes de Chanel? ¡Ja! Ni siquiera puedes darte el lujo de darme una casa de cien metros cuadrados, por el amor de Dios".
Peter guardó silencio.
"No tienes que decir nada, Peter", le dijo ella, tras un suspiro. "Estoy cansada, y ya no puedo seguir lidiando con esto. Adiós, Peter", se despidió mientras colgaba.
Atónito, el hombre apretó con fuerza el teléfono. A pesar de que su viejo Nokia había amortiguado la voz de la chica, el mensaje había sido tan claro como un día de sol.
"¡AHHHH! ¡Ayuda! ¡Alguien que me ayude! ¡Un ladrón, un ladrón! ¡Ese ladrón se robó mi bolso!". Peter escuchó que alguien gritaba desde el otro extremo de la calle.
Una mujer de traje estaba gritando, desesperada y con pánico. Corría tan rápido como le permitían sus zapatos de taco alto.
Un hombre de oscuras gafas de sol corría en dirección a una motocicleta, llevando un bolso Louis Vuitton en la mano.
"¡Muévanse de inmediato!", les gritó a las personas que observaban la escena, mientras se subía a su vehículo.
Tan pronto como estuvo montado, frunció el ceño, giró los manillares y aceleró.
Conmocionados, todos los que se encontraban en la acera se apretaron contra la pared, a la par que la motocicleta pasaba a toda velocidad. Ninguno se atrevió a bloquearle el camino.
Por esos días era arriesgado involucrarse en un robo, y nadie quería salir lastimado.
La mujer de traje vio, impotente, cómo se alejaba el ladrón.
Presenciar eso hizo que Peter se enfureciera.
Mientras la motocicleta se iba acercando, plantó los pies firmemente en el suelo, echó la pierna izquierda hacia atrás y, con todas sus fuerzas, dio una dura patada hacia el veloz vehículo apenas pasó frente a él.
La patada tomó al ladrón por sorpresa. ¡No podía creer lo que había pasado! La motocicleta cayó bruscamente, y comenzó a girar sobre el pavimento. El impacto arrojó al malhechor al otro extremo del camino, y lo obligó a soltar el bolso robado en el suelo.
"¡Ahhhhh!".
Los peatones gritaban y se llevaban las manos a la boca.
Peter, haciendo caso omiso a la conmoción, se acercó al ladrón. Con calma, tomó el bolso y se lo devolvió a la mujer. "Aquí está su bolso, señorita", le dijo.
"Gra... Gracias", logró articular ella, al percatarse de que él le estaba hablando. Seguía aturdida por lo que acababa de suceder.
Peter la observó por medio segundo y, luego, desvió la mirada.
"De nada, fue un placer", devolvió él.
El hombre se giró para marcharse.
Ella tenía el aspecto de ser una profesional que trabajaba en una empresa. Se la imaginó en una oficina con aire acondicionado, usando unas joyas exquisitas.
'Venimos de dos mundos diferentes', reflexionó Peter: 'Es inútil que piense en ella'.
"¡Espere un momento!". Peter sintió que una mano le tomó el codo por detrás. "Soy Elaine Dai. ¿Cuál es su nombre? Yo... solo quiero agradecerle por su ayuda", continuó. "¿Sería posible que almorzáramos juntos?".
La mujer lo miró, esperando su respuesta.
Peter tenía unos veinticinco años, y medía un metro ochenta. Su frente, sus mejillas y su mandíbula eran angulosas y bien definidas. No era la clase de hombre que destacaría entre una multitud, pero tampoco era feo.
"No fue nada, de verdad. No fue un problema para mí en absoluto. No necesita invitarme a almorzar. De todos modos, le agradezco la oferta", rechazó la invitación, mientras apartaba la mano de Elaine con suavidad: "Tengo que irme".
Aún seguía concentrado en su reciente ruptura: el amor de su vida se había alejado de él hacía menos de una hora. Aparte de eso, estaba en bancarrota y desempleado. No era un buen momento para aceptar una invitación a almorzar.
Elaine se quedó perpleja ante aquel rechazo inmediato.
Según la mayoría de las personas, ella era un espectáculo para los ojos. Tenía la piel clara y el cabello castaño, el cual realzaba sus brillantes ojos almendrados. Tenía a los hombres rendidos a sus pies, y cualquiera de ellos habría aceptado esa invitación en un abrir y cerrar de ojos.
Sin embargo, Peter la había rechazado sin dudarlo. '¿Habré perdido mi encanto?', pensó ella con tristeza. 'Ni siquiera me dijo su nombre', notó.
El hombre estaba a punto de alejarse cuando oyó una voz a sus espaldas.
"¡Detente!". ¡Era el tipo de la motocicleta! Se levantó del suelo y se dirigió hacia Peter, sosteniendo un afilado cuchillo plateado.
A pesar de la caída, el malhechor no había sufrido heridas graves. Como si fuera una bestia rabiosa, le lanzó una mirada feroz al otro hombre.
'Esto habría sido un robo fácil si no se hubiera metido en mi camino', pensó el ladrón. 'Es momento de darle una lección'.
"¿Me hablas a mí?", preguntó Peter, volviéndose hacia el otro hombre sin inmutarse.
Peter vaciló porque el tipo estaba bastante herido. Se quedó incrédulo ante la situación que se le presentaba.
"¿Qué planeas hacer?", demandó Peter. "¡DETÉNGASE!", chilló Elaine: "¡DETÉNGASE O LLAMARÉ A LA POLICÍA!". Rápidamente, la mujer se colocó frente a Peter, con el teléfono en la mano.
"¿Llamar a la policía?", preguntó el malhechor con un dejo de locura. "¡A la mierda con la policía! ¡Ambos estarán muertos para cuando ellos lleguen aquí!". El tipo se echó a correr en dirección a Elaine. El sol se reflejaba con intensidad en la superficie de su arma blanca. Los transeúntes estaban detrás, atontados como estatuas.
La mujer, que había palidecido, se puso a temblar. ¡No sabía qué hacer! Como se había criado en la ciudad, sin preocupación alguna, pensaba que esa clase de cosas solo sucedían en las películas.
Peter jadeó. '¿Qué demonios?', pensó. '¡Este hombre debe estar demente si intenta apuñalar a alguien a plena luz del día! ¡Parece que no ha aprendido la lección!'.
El ladrón estaba a punto de clavarle el cuchillo a Elaine, pero Peter reaccionó más rápido.
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Belinda pensó que, tras el divorcio, separarían sus caminos para siempre: él podría vivir su vida como quiera, mientras ella podría dedicarse a disfrutar el resto de la suya. Sin embargo, el destino tenía otros planes. "Cariño mío, estaba equivocado. ¿Podrías volver conmigo?". El hombre arrogante, al que una vez ella amó profundamente, bajó humildemente la cabeza. "Te ruego". Belinda apartó con frialdad el ramo de flores que él le había regalado y respondió fríamente: "Es demasiado tarde".
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