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Valentina Lombardi es una mujer imparable. Como CEO de una de las empresas más influyentes del país, su vida está meticulosamente organizada, su agenda repleta de reuniones y su corazón blindado contra cualquier distracción emocional. Para el mundo, es la imagen del éxito y la perfección. Pero todo cambia cuando, una tarde lluviosa, se cruza con Leo, un hombre que parece haberlo perdido todo... excepto su espíritu libre y su sonrisa desarmante. Vagabundo por elección, Leo ve la vida de una manera completamente diferente a Valentina. No mide el tiempo en cifras ni éxito en adquisiciones; para él, la riqueza está en los momentos, en la libertad y en las conexiones humanas. Lo que comienza como un simple acto de compasión -ofrecerle un techo por una noche- se convierte en un desafío inesperado para Valentina. Leo la obliga a mirar más allá de sus propias barreras, a cuestionarse si realmente lo tiene todo o si, en su mundo de lujo y poder, es ella quien más carece de algo esencial: amor. Pero su relación está destinada a ser un amor prohibido. La sociedad no los ve como iguales, su familia y colegas no entienden qué encuentra en él, y la presión por mantener su imagen corporativa la pone en una encrucijada. ¿Podrá Valentina arriesgar todo por la única persona que la ve más allá del título de CEO? ¿O el peso de su mundo terminará por separarlos? Un romance dulce y profundo que demuestra que el amor verdadero puede florecer en los lugares más inesperados, incluso bajo el mismo cielo, pero en mundos distintos.
La lluvia caía sin tregua sobre la ciudad, transformando las calles en un espejo de luces difusas y charcos traicioneros. Valentina Lombardi apretó los labios con fastidio mientras su chofer maniobraba con cautela entre el tráfico congestionado. Tenía una reunión importante en la mañana, un acuerdo millonario en juego, y lo último que necesitaba era un retraso.
-¿Cuánto falta? -preguntó sin apartar la vista de la pantalla de su teléfono.
-Diez minutos, señorita Lombardi. Pero con esta lluvia...
Un suspiro frustrado escapó de sus labios. Cerró los ojos por un instante, tratando de calmar la punzada de estrés que se aferraba a su sien. Sin embargo, cuando volvió a mirar por la ventanilla, algo atrapó su atención.
A un costado de la calle, justo al borde de un callejón, un hombre estaba sentado en el suelo, con la espalda apoyada contra la pared de un edificio antiguo. No llevaba paraguas ni impermeable, solo una chaqueta gastada y unos pantalones rotos que apenas protegían sus piernas del frío.
Pero lo que realmente la desconcertó fue la expresión en su rostro. No reflejaba desesperación ni derrota, como habría esperado. En su lugar, parecía... tranquilo. Incluso entretenido, como si la tormenta no fuera más que un espectáculo pasajero.
Sin pensarlo demasiado, tocó el hombro de su chofer.
-Detente aquí.
-¿Disculpe? -El hombre la miró sorprendido por el retrovisor.
-Solo hazlo.
El auto se detuvo y Valentina salió, sintiendo el impacto de la lluvia helada en su piel. Caminó hasta donde estaba el hombre, quien alzó la mirada con un destello de curiosidad en sus ojos verdes.
-No es la mejor noche para estar aquí afuera -dijo ella, cruzando los brazos.
Él sonrió, una sonrisa cálida y despreocupada, como si estuviera disfrutando de una conversación casual en una tarde soleada.
-Depende de cómo lo veas. A veces la lluvia es un buen recordatorio de que estamos vivos.
Valentina parpadeó. No era la respuesta que esperaba.
-¿Necesitas ayuda?
-¿Tú crees que la necesito? -preguntó él, inclinando ligeramente la cabeza.
Ella lo observó de arriba abajo, sus ropas desgastadas, el cabello mojado pegado a su frente. La respuesta era evidente.
-Tengo un lugar donde puedes pasar la noche -dijo finalmente, casi sorprendida por sus propias palabras.
El hombre la estudió por un momento antes de reír suavemente.
-No eres de las que suelen recoger extraños, ¿verdad?
-Definitivamente no.
Él se incorporó con calma, sacudiéndose un poco la chaqueta empapada.
-Entonces, ¿qué te hace cambiar de opinión esta vez?
Valentina no supo qué responder. Tal vez fue su mirada, llena de algo que no terminaba de comprender. Tal vez fue la absurda necesidad de desafiar las expectativas de su propia vida.
-Súbete al auto antes de que cambie de opinión -dijo, girándose sin esperar respuesta.
El hombre sonrió de nuevo y la siguió.
Esa noche, sin saberlo, Valentina Lombardi acababa de abrir la puerta a algo que cambiaría su mundo para siempre.
El interior del auto estaba cálido en comparación con la lluvia implacable del exterior. Valentina sintió cómo el agua se deslizaba desde su cabello hasta su cuello mientras tomaba asiento. Su invitado, en cambio, parecía completamente relajado, como si no acabara de ser rescatado de la calle por una desconocida.
El chofer miró a Valentina por el espejo retrovisor con evidente desconcierto, pero no hizo preguntas.
-¿A dónde, señorita Lombardi?
Ella se tomó un segundo para pensarlo. No podía llevarlo a su casa. Su residencia en la zona más exclusiva de la ciudad no era un refugio improvisado, y la sola idea de la reacción de su equipo de seguridad la hizo descartar esa opción de inmediato.
-Al hotel Aurum -decidió finalmente.
El hombre a su lado silbó suavemente.
-Vaya, todo un cinco estrellas. No me esperaba menos.
Valentina lo miró de reojo. Ahora que tenía la oportunidad de observarlo mejor, notó que, a pesar de su apariencia descuidada, su rostro tenía rasgos definidos, una mandíbula fuerte y unos ojos verdes vibrantes que parecían brillar incluso en la penumbra del auto. No era lo que ella habría imaginado si alguien le hubiese descrito a un vagabundo.
-¿Cómo te llamas? -preguntó ella, rompiendo el silencio.
Él la miró con una pequeña sonrisa, como si estuviera decidiendo si darle o no una respuesta sincera.
-Leo -respondió finalmente.
-¿Solo Leo?
-Por ahora.
Ella apretó los labios con molestia. Odiaba los enigmas. Estaba acostumbrada a respuestas directas y precisas, no a juegos de palabras.
-¿Siempre hablas en acertijos?
-Solo cuando me hacen preguntas innecesarias.
Valentina lo miró fijamente por unos segundos antes de suspirar.
-Está bien, Leo. Esta noche tendrás una habitación, una ducha caliente y algo de comer. Lo que hagas después, no es mi problema.
-Eres muy generosa -comentó él con un tono que no dejaba claro si hablaba en serio o con sarcasmo.
-No me malinterpretes. No estoy haciendo caridad, solo... -Se detuvo. Ni siquiera ella sabía exactamente por qué lo había hecho.
-Solo seguiste un impulso -completó Leo.
Valentina frunció el ceño. No le gustaba que la leyeran tan fácilmente.
El resto del viaje transcurrió en silencio. Cuando llegaron al hotel Aurum, la lluvia seguía golpeando las calles con fuerza. Valentina salió del auto primero y Leo la siguió con calma, sin parecer en lo más mínimo impresionado por la opulencia del lugar.
El vestíbulo estaba iluminado con candelabros de cristal, y un aroma a sándalo flotaba en el aire. El recepcionista, un hombre de traje impecable, arqueó una ceja al ver a Leo entrar detrás de Valentina.
-Señorita Lombardi, bienvenida. ¿Necesita su suite de siempre?
-No. Necesito una habitación para él -respondió con seguridad, señalando a Leo.
El recepcionista mantuvo su sonrisa profesional, pero su mirada traicionó su confusión.
-Por supuesto. ¿Por cuánto tiempo será la estancia?
Valentina dudó. Antes de que pudiera responder, Leo se adelantó.
-Una noche estará bien.
Ella lo miró con curiosidad, pero no discutió.
-Cárguelo a mi cuenta -dijo finalmente.
El recepcionista hizo una leve inclinación de cabeza y empezó a gestionar la reserva.
Leo giró la cabeza hacia Valentina con una expresión divertida.
-¿Siempre acostumbras a pagar habitaciones de hotel para extraños?
-No. No acostumbro a hablar con extraños en general.
-Entonces debo sentirme halagado.
Ella no respondió, solo cruzó los brazos, esperando a que el trámite terminara.
Minutos después, Leo tenía la llave de su habitación en la mano. La deslizó entre sus dedos antes de mirar a Valentina con una sonrisa enigmática.
-Gracias por la hospitalidad, jefa.
Valentina sintió un leve escalofrío cuando él la llamó así, pero se obligó a ignorarlo.
-Solo intenta no causar problemas.
Leo hizo un gesto de saludo despreocupado antes de dirigirse hacia el ascensor. Valentina lo observó marcharse con una extraña sensación en el pecho.
No entendía por qué lo había ayudado. No entendía por qué él no parecía sorprendido por su generosidad.
Y, lo más inquietante de todo, no entendía por qué sentía que este encuentro no había sido un simple acto impulsivo.
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