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Cuando William Ashford recibe la noticia de la muerte de su hermano Henry, su mundo se tambalea. Henry había dejado la granja familiar para estudiar en Cambridge, pero detrás de su aparente éxito se escondían deudas, apuestas y una familia al borde del abismo. Ahora, William debe viajar para recuperar su cuerpo y enfrentarse a la esposa e hijos que su hermano dejó atrás. Lo que comienza como un deber pronto se convierte en una decisión que cambiará su vida para siempre. ¿Podrá cargar con un legado que nunca fue suyo?
William Ashford se despierta antes de que el sol se alce, al igual que siempre lava su rostro y dientes para después prepararse un café cargado. El frío de la mañana le golpeo el rostro cuando salió a la granja, todo está cubierto de rocío, y como todos los días el trabajo sigue: Alimentar a los animales, revisar las cercas y asegurarse de que la cosecha estuviera bien.
No necesitaba pensar demasiado para saber qué debía hacer. Su vida era simple y predecible, un ritmo constante que nunca cambiaba. Aunque había veces que añoraba los tiempos pasados, cuando salía a trabajar con su difunto padre, mientras su madre hacía las tareas del hogar y ayudaba con los animales y su hermano yendo a estudiar o jugar, pero nunca ayudar en la granja, lo que causaba discusiones.
El sol no se había levantado completamente cuando escuchó como su fiel compañera Lassie ladra avisando que alguien se aproxima, ve como se acerca un hombre montando a caballo bastante apresurado. Es su vecino Arthur, quien se supone que no estaría en el pueblo por unos días.
-¡William! -Grita preocupado, provocando que William deje su calma de lado y centre su atención en él, ansioso por saber qué ha pasado. -Que bueno que te encuentro despierto. -William puede notar el rostro pálido de su vecino y sus ojos llenos de preocupación.
William frunció el ceño, un leve atisbo de inquietud cruzó por su mente. Arthur nunca parecía tan nervioso, tan agitado.
-¿Qué pasa? -preguntó William, poniendo las manos en las caderas, intentando mantener la calma. Aún tenía trabajo que hacer, no había tiempo para alarmas innecesarias.
-William... -dijo Arthur, con voz temblorosa-. Hay algo que necesitas saber.
Arthur se detuvo frente a él, respirando con dificultad. La noticia era difícil de dar, William lo sabía por su expresión. Sin embargo, nada lo preparó para lo que estaba por escuchar.
-Es Henry... -dijo Arthur con voz quebrada.
-¿Ha muerto? -Pregunta sin pensar.
-Si mi querido amigo, ha muerto.
La palabra cayó en el aire como un peso insoportable, y William sintió que el suelo bajo sus pies desaparecía. Su hermano menor, su único hermano, Henry, yacía muerto. No es algo que William pueda creer, para el hombre su hermano ahora debe estar con su esposa e hijos listo para irse a la universidad y estudiar para ser un buen abogado. Al menos es eso lo que decía siempre las cartas que recibía, las cuales no eran nada seguidas, pero siempre pensó que se encontraba bien, que nada tan grave podría ocurrirle.
Arthur, quien ha estado presento en la muerte de los padres de William, la pelea e ida de su hermano Henry, ahora una vez más es quien de nuevo se convierte en el pilar de apoyo para su amigo, quien otra vez ha quedado solo.
-Lo lamento William. -Arthur puede ver el dolor en la mirada de su amigo, aunque es alguien casi inexpresivo, sus ojos hablan mucho.
-¿Cómo? -preguntó William, aunque ni siquiera estaba seguro de querer escuchar la respuesta, ya que al saberlo lo estaría perdiendo de verdad.
Arthur dudó un momento, tragando saliva antes de hablar nuevamente.
-Al parecer tenía más deudas de las que podía manejar. No pudo con ellas, según su esposa estuvo metido en problemas reiteradas veces. Al final, todo lo alcanzo, el dinero que pidió prestado y las apuestas.... Todo eso lo llevo a esta tragedia.
Un nudo se formó en el estómago de William. Nunca tuvo conocimiento de aquellos problemas económicos de su hermano, algo que no le sorprende de Henry, puesto al igual que él, no les gusta sentir que necesita de otros para sobrevivir. Jamás pensó que lo perdería de esta manera, la ira, el dolor y la tristeza se mezclaron en su pecho, y se encontró a sí mismo mirando a lo lejos, buscando algún tipo de explicación que simplemente no existía.
-¿Cuándo? -preguntó, finalmente, su voz, apenas un susurro, como si temiera que la respuesta fuera más dolorosa que lo que ya sentía.
-Lo encontraron anoche -respondió Arthur, mirando al suelo. No quería ver el dolor en los ojos de William.
Hubo un largo silencio. La noticia parecía imposible de procesar, como un sueño del que no podía despertar. Su hermano, el que había compartido tantas cosas con él, el que había dejado la granja para perseguir algo más grande, ahora estaba muerto. ¿Y qué quedaba de todo eso? El vacío.
William no sabía qué hacer, cómo reaccionar. Siempre había sido el hermano mayor, el protector y el que siempre solucionaba todo.
-¿Charlotte? -preguntó de repente, recordando aquella joven de mejillas sonrojadas, cabello castaño largo y ondulado, con unos ojos llenos de brillo y esperanza por una vida mejor al lado de su hermano. Nunca hablaron aparte de saludos formales, siempre se miraron desde lejos y mantuvieron el respeto ¿Cómo estaba ella? ¿Qué haría ahora?
-Está devastada. No sabe qué hacer. Y los niños... -dijo Arthur, sin necesidad de completar la frase. William ya lo entendía.
Él había perdido a su hermano, pero aquellos dos pequeños acababan de perder a su padre. Tom y Lucy... eran demasiado pequeños para comprender lo que significaba perder a su padre. Él mismo no podía creerlo. Todo había cambiado en un instante para ellos.
William asintió lentamente, la tristeza envolviendo cada rincón de su ser. No podía quedarse allí, parado, mirando el horizonte sin hacer nada. Debía hacer algo. Era lo que Henry hubiera esperado de él.
-Voy a ir. -dijo finalmente, tomando una decisión firme. -Me haré cargo de traer el cuerpo de mi hermano y que reciba una sepultura digna.
Arthur lo miró, una sombra de alivio cruzando por su rostro.
-¿Quieres que avise al pueblo?
William negó con la cabeza. No necesitaba el alboroto del pueblo, ni las palabras vacías de consuelo.
-En ese caso no te sorprendas tanto de lo que encontraras allá, están bastante mal.
William asintió, aunque ya tenía una idea de cómo sería la situación en la casa de su hermano. La pena que sentía por Charlotte y los niños le llenaba el corazón de un dolor que no podía identificar completamente. Siempre había sido el que mantenía la calma, el que resolvía las cosas sin mostrar demasiada emoción, pero en ese momento, algo en él quebró.
Miró hacia la granja que había sido el centro de su vida durante tanto tiempo. El campo, la tierra, los animales... Todo parecía seguir en su curso, ajeno a la tragedia que se estaba desmoronando en su familia. Era imposible concebir que la vida de Henry, tan llena de sueños y promesas, había llegado a este fin tan abrupto.
-¿Sabes si Charlotte ha recibido algún tipo de apoyo? -preguntó William, su voz ahora más suave, un intento de entender el caos en el que se encontraba su cuñada.
Arthur negó lentamente con la cabeza.
-Ella está sola en esto, William. No hay nadie más allí que pueda ayudarla como tú.
La responsabilidad que pesaba sobre William era grande, pero no sentía temor; sentía que debía hacer lo que su hermano ya no podía hacer. Debía ser el pilar para los niños, para Charlotte, y para sí mismo. Siempre había creído que su hermano, aunque distante y diferente a él, llevaría una vida más estable. En su mente, la universidad, los estudios de derecho, la posibilidad de ser alguien importante... nunca pensó que eso se desmoronaría por completo.
-Voy a ir a verlos -repitió William, con voz firme.
Arthur asintió, antes de girar su caballo y marcharse rápidamente, dejando atrás a William, que se quedó mirando el sendero por el que había llegado. La tierra estaba empapada por el rocío matutino, y el aire frío de la mañana parecía cortar la piel, pero no sentía el frío. Solo el vacío.
Con el corazón apesadumbrado, William dio un largo suspiro y entró a la granja para asegurarse de que todo estuviera en orden antes de irse y avisarle al joven que trabaja para el que no estaría por unos días. Aun cuando su mente estaba llena de preguntas sin respuestas, sabía que debía cumplir con su deber como hermano, como tío y como hombre. A lo largo de su vida, había aprendido a ser pragmático, a hacer lo que tenía que hacer sin demasiados cuestionamientos. Esta vez, no sería diferente. La muerte de Henry, tan repentina, tan incontrolable, lo había dejado sin palabras, pero el trabajo no podía esperar.
-Charles. -llama William entrando al establo donde ve al joven durmiendo con los caballos.
-¿Sí, señor? -El chico de 16 año se levanta apresurado y asustado.
-¿Otra vez no fuiste a tu casa?
-Si fui a casa, pero... -Guardo silencio.
William suspiro cansado, ahora no tiene tiempo de para lidiar otra vez con Charles.
-Lo dejaré pasar por esta vez, ahora debes acompañarme a Leeds. Ensilla los caballos.
El joven no hizo preguntas y en poco tiempo, se subieron a los caballos y comenzó el largo viaje hacia el hogar de su hermano, quien vive bastante lejos. Mientras avanzaba, los recuerdos de la infancia llegaron a su mente: la risa de Henry, las tardes de verano cuando todo parecía tan simple, los juegos con su hermano pequeño, incluso las discusiones sobre la granja. William se obligó a apartar esos pensamientos. No tenía tiempo para la nostalgia, ni para la ira que empezaba a crecer en su pecho.
-¿A qué iremos a Leeds, señor Ashford?
-A ver a mi hermano y a su familia.
-Pensé que su hermano vivía en Londres. -Dice desde la inocencia.
-Iré a Londres, necesito ir a Leeds para abordar el tren y te llevo para que te traigas el caballo de regreso. Ahora apresura el paso.
El joven asintió, sin atreverse, a hacer más preguntas. William no tenía ánimo para explicaciones ni detalles. Tenía la mente completamente absorbida en lo que debía hacer. El viento frío del amanecer golpeaba sus mejillas mientras cabalgaban hacia el oeste. La distancia entre su pueblo y Leeds era considerable, pero eso no le importaba; tenía que llegar lo más rápido posible.
Mientras avanzaban, el camino se volvía cada vez más vacío, rodeado de campos y granjas solitarias. El silencio solo se interrumpía por el sonido de los cascos de los caballos resonando en el suelo, una melodía constante que parecía recordar a William que la vida no se detendría por su dolor.
Leeds estaba a unas pocas horas de viaje, pero las horas parecían alargarse cada vez más. Las horas de cabalgar sin descanso, la tensión en su cuerpo, los recuerdos de un hermano perdido y las preguntas sin respuesta, lo agotaban. Pensaba en lo que había sido Henry: su hermano pequeño, lleno de sueños e ilusiones, que, sin embargo, terminó atrapado en las deudas y la desesperación. William había tratado de no pensar en ello, pero ahora era imposible evitarlo. La tragedia se había desbordado sobre ellos, sobre su familia. Su hermano ya no estaba, y ahora debía enfrentarse a la pérdida de una manera que nunca había imaginado.
Atravesando colinas y valles, en una travesía que parecía interminable. Cuando finalmente llegaron a Leeds, el sol ya se había elevado alto en el cielo, tiñendo de dorado los edificios de la ciudad. Al llegar, William se detuvo un momento y miró el bullicio de la ciudad, con el tren que lo llevaría a Cambridge esperando en la estación.
- Aquí es donde nos separamos -dijo William, con una mirada seria-. Tú regresas con el caballo y yo continuaré desde aquí.
El joven asintió con gratitud y se despidió rápidamente, sin muchas palabras. William se dirigió hacia la estación de tren, donde ya comenzaba a sentirse la presión de lo que estaba por venir.
El tren, con su inconfundible silbido, se acercaba, y William sintió como el peso de la muerte de su hermano se hacía más real en su pecho. Sabía que el dolor no desaparecería con el viaje, pero al menos podría cumplir con lo que le quedaba por hacer.
Mientras subía al tren, el paisaje cambiaba a través de la ventana, y la agitación interna de William solo aumentaba. Cambridge, el hogar de Henry, se acercaba. Lo que fuera que encontrara allí, tenía que enfrentarlo solo.
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