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Fuego. En fuego su corazón se prendió con su sola mirada. En el agua de sus manantiales, el fruto del amor del pasado. A fuego lento, la destrucción del amor más puro que ella pudo darle. Y a cenizas, sus recuerdos fueron reducidos. Un año después desde todo ese amor dado, un año desde que la primer tragedia en su vida marcó el antes y el después. Con los ojos vacíos y el corazón lleno de recuerdos, Jade despertó después de un año. En el vientre compartido, el surgimiento de la traición. No siempre se recuerda; la sangre es más espesa que el agua. Entonces siete plagas antes de la eternidad; la división de sus bienes, el reencuentro con un pasado, el accidente que en coma la dejó, los recuerdos en cenizas, la historia mal contada, el regreso del abogado del diablo y finalmente, el precio de la eternidad. De la serie "Solo tú" La historia continúa.
Congelada. Podía sentir sus propias sensaciones más vivas que nunca, podía sentir la ausencia del cálido corazón del único hombre que ha sido para ella, incluso en ese abismo en el que parecía caer sin llegar a hacerlo.
El frío la abrazó como cada noche desde que la cama de hospital se convirtió en el vicio del sueño. Un túnel sin salida, un túnel en el que no podía ver nada donde sin más, fue forzada a soltar su mano.
Y quizá, él nunca iba a saber todo lo que pasaba sin pasar frente a los ojos cerrados del jade que permanecía así, dulcemente dormida. Quizá él nunca sabría que ella pudo entender cada una de sus palabras por más que los estudios dijeran que no aseguraban el entendimiento de esas en el estado en el que se encontraba. Quizá él nunca dibujaría todo eso que Jade miraba sin ver.
Siendo unas mañanas más dolorosas que otras, siendo unas tardes más pesadas que otras, las lágrimas de Jade resbalaron de sus ojos cerrados.
Su corazón latía.
Su corazón se aferraba a la mano que tomaba la suya en cada atardecer.
Su corazón insistía en hacerle saber al único hombre en su mundo que no se diera por vencido.
Su corazón necesitaba prepararse para la guerra que se avecinaba porque era solo él quien veía emerger una mente peligrosa por cada recuerdo que Jade perdía.
Tenía que despertar. Su corazón se aferraba a hacerla vivir, vivir por esas cosas que nunca antes fueron dichas pero fueron sentidas en el alma.
Una guerra sin fin hasta el día que sus ojos se abrieran.
¿Por cuánto más su corazón le pediría verse en el espejo de su misericordia? Ese espejo que se aferraba a ella mientras se hincaba a su lado, ese espejo que derramaba una y mil lágrimas más al recordarla viva, ese espejo que apretaba su mano entre las suyas mientras rezaba, ese espejo que rogaba por la misericordia de un Dios que parecía haberlo perdido de vista. Ese espejo llamado Fernando Montalvo.
¿Hasta cuándo su alma volvería a su cuerpo?, ¿hasta cuándo el sol alcanzaría su corazón de nuevo?, ¿dejarla ir como ella lo estaba dejando ir en cada recuerdo que se obligaba a perder? A diferencia de ella, él no estaba listo.
Despertar para sostenerla entre sus brazos.
Despertar para cambiar el deseo.
Despertar para decirle todo eso que no pudo.
Y como veneno, el último dolor provocado que su mente seguía recordando junto con su corazón, corrió por sus venas obligándola a caer en el abismo en el que aún no caía.
Y aun así, seguía necesitando del mismo ser que sembró solo dolor en ella.
Congelada. La primavera llegó y se fue de la misma manera.
Congelada. Ni la mañana más cálida de verano descongeló su prisión.
Congelada. Del cielo, los diamantes cayeron sobre ella sin hacerla despertar.
Congelada. Invierno y ella. No eran tan diferentes.
Dentro de su ser, entre más perdía, más una mente peligrosa anunciaba su llegada al mundo del único que construyó su paraíso. Paraíso que pasaba a ser infierno de mil demonios.
Mirando a través del cristal que enterró una y otra vez en su corazón creyendo que así, el dolor desaparecería de una vez por todas, logró ver esa batalla. Una guerra sin fin anunciaba su venida.
Destinos que cambian rumbos.
Nuevos caminos que se abren.
Cinco trompetas anunciaban la guerra sin fin.
La primera; el asesino de la misericordia.
La segunda; los recuerdos enterrados.
La tercera; la muerte del olvido.
La cuarta; la tempestad en su mirar.
Y la quinta; el precio de la eternidad.
La tierra partida en dos bajo su dolor.
Santos espíritus negados.
Demonios invocados.
No todos los santos son puramente buenos ni todos los demonios son enteramente malos.
Entonces, la tercera trompeta sonó; la muerte del olvido.
Sus manos se movieron ligeramente sobre la cama de hospital que llevaba usando por más de un año. La habitación fue consumida por los mil y un infiernos que despertaron con el odio de su corazón. Ligeramente, sentía pesar sus párpados.
El príncipe de este mundo sintió su venida sin entender en qué momento su corazón se ancló al de ella.
Temblorosamente, pestañas largas y negras como la noche de su alma, adornaron un par de ojos que abrían sus ventanas al mundo por segunda vez en veintiocho años.
Ni el peor de los dolores, ni la estaca más filosa, ni el desangrar de su corazón fueron suficientes para saciar el capricho más injusto de la vida. Quebrarla hasta quebrar su respiración.
En sus ojos vacíos, el techo de la habitación.
Sus manos se aferraron a la sábana blanca que había sido su prisión por más de un año.
Como arena entre las manos en una tarde de viento, los recuerdos se desvanecieron.
Y sin saber por qué, su corazón dolió.
No había más compasión en sus ojos recién abiertos.
No más dolor.
No más amor.
Ella no recordaba más.
Frente a ella, la puerta de la habitación se abrió.
La baja mirada de la mujer de blanco fue elevada finalmente.
Un par de ojos dilatados.
Un par de piernas que se preparaban para correr.
Y una voz que anunciaba el regreso de Jade Savedra.
Descongelada. Su alma y su cuerpo habían sido descongelados.
Los recuerdos fueron enterrados.
Solo había frío en esa habitación.
Porque si el príncipe de este mundo fue ángel, ¿por qué no el amor más genuino puede ser odio, el odio más oscuro jamás antes conocido?
Y como el Ying Yang..., complemento uno de otro.
En el amor, odio.
En la muerte, reencarnación.
En el olvido, muerte.
Pero había algo que no cambiaba y eso era él.
Sin sus recuerdos, sin su sentir, sin esos sentimientos que fueron solo para él, con ese infierno en su paraíso...
Aun debía ser él.
Solo él.
El invierno había llegado, los copos de nieve cayeron sobre mí haciéndome ver lo cerca que estaba del fuego. No había compasión en él cuando la luna reinaba en el oscuro firmamento, solo había dolor y odio. Seguí las señales, había respuestas a preguntas no antes hechas, debía correr, debía ocultarme de él y aún así, escogí quedarme donde no debía. El amanecer llegó, la oscuridad de su alma fue alumbrada por los primeros rayos de sol. Entonces vi su verdad, la verdad enterrada en su ser desde siempre, en sus ojos estaban las preguntas a las respuestas que ya tenía. Había dos personas habitando un mismo cuerpo, ellos eran diferentes, compartían un cuerpo pero jamás un corazón. Incluso si el cielo y el inframundo estaban en él, me quedaría porque mi corazón se había entregado a su oscuridad. "Sé que pronto lo revelarás. Lo descubrí, está en tus ojos. Personalidad múltiple, lo llaman. Yo lo llamo muerte y eternidad, blanco y negro, tú y él"
Y aunque sabíamos que éramos diferentes, no evitamos enamorarnos como solo dos almas genuinas harían, y aunque sabíamos que nunca íbamos a estar juntos, nos mirábamos como si toda la vida fuéramos a estarlo. Yo, una estrella más en su cielo y él, la única en mi cielo nocturno. Nosotros éramos demasiado jóvenes, de manera que solo un adiós trajo lágrimas a nuestros ojos día y noche. Sin embargo, ahora los recuerdos me abrazan con suave calidez. El gracias que no fue dicho en ese momento aún perdura en mi corazón bajo el árbol de cerezo donde solíamos estar. Y a pesar de que nuestros mundos era tan diferentes aún siento vibrar mi corazón cada vez que él canta esa canción, la canción que escribió para mí.
Y aunque sabíamos que éramos diferentes, no evitamos enamorarnos como solo dos almas genuinas harían, y aunque sabíamos que nunca íbamos a estar juntos, nos mirábamos como si toda la vida fuéramos a estarlo. Yo, una estrella más en su cielo y él, la única en mi cielo nocturno. Nosotros éramos demasiado jóvenes, de manera que solo un adiós trajo lágrimas a nuestros ojos día y noche. Sin embargo, ahora los recuerdos me abrazan con suave calidez. El gracias que no fue dicho en ese momento aún perdura en mi corazón bajo el árbol de cerezo donde solíamos estar. Y a pesar de que nuestros mundos era tan diferentes aún siento vibrar mi corazón cada vez que él canta esa canción, la canción que escribió para mí.
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