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Anne nunca imaginó que sentiría esa conexión tan fuerte con Angel. Aunque él era prohibido, su pasión desatará una turbulencia de emociones que los llevará a conocer sus más profundos secretos y perversos deseos.
Es una noche de Junio. Estoy allí, sentada, en aquella pequeña, pero ostentosa reunión para Alejandra, la hija de Carlos y Alicia.
Recientemente los conozco. Soy la vecina, más nueva en aquella urbanización. Vivo a pocos metros de su casa. Es sólo caminar unos cien metros y estoy allí.
Hay pocas personas, creo que soy la primera en llegar, claro, habitualmente suelo ser muy puntual; si me han dicho, 7:00pm, allí estaré sin falta. No sé si virtud o defecto. Uno de mis colegas suele decir que es absurdo llegar siempre de primero, porque nunca habrá alguien que pueda apreciarlo.
Mas, es algo a lo que me acostumbré desde muy joven, ser puntual y responsable.
Mi hija, Katrina, es casi de la misma edad de Alejandra; ambas son adolescentes. Ellas, junto a Javier, el hermano mayor de Alejandra, se divierten conversando, como suelen hacerlo la mayoría de los adolescentes. Alicia entretanto termina dentro, en la cocina, detalles de la comida y los pasapalos. Quizás pudiera entrar y ayudarla. La verdad, es que soy un poco introvertida y como dije, recién estamos conociéndonos. Pocas veces hemos hablado, apenas algunas cuestiones de la urbanización. Pero eso, no es garantía de tener mucha confianza.
Finalmente llega una mujer bastante joven y menor que yo, viene con sus dos niños. Una niña de tal vez, unos 7 años y el niño no alcanza tener los 4 años.
Se sienta a mi lado. Alicia nos presenta. La saludo de forma cordial. A los pocos minutos, inicia una conversación trivial. Me limitó sólo a contestar de forma amable para no ser descortés.
Ella, Bianca es algo parlanchina. Tanto que acabando de conocerme me muestra una foto de su hermana mayor y me cuenta que, se ha puesto silicone 38. Pienso "como que me importase para algo".
Yo sólo la oigo como mostrando interés por su banal conversación. Ella es comadre de Alicia, así que todos los que llegan, la saludan y yo sigo siendo la nueva vecina.
–Hola Bian, ¿cómo estás? ¿Y Angel dónde anda? ¿Lo dejaste castigado en casa?– comenta uno de los invitados, mientras ríe con su jocosa pregunta.
–No jajaja– ríe– ya viene en camino. Estaba trabajando– agrega.
Me detengo a pensar, mientras sonrío, "acaso puede una mujer someter a un hombre a tal punto o sólo era un chiste de aquel hombre"
Transcurren lentamente las horas. Carlos se encarga de llevarme cada cierto tiempo, mejor dicho, cada corto tiempo, una cerveza. Con unas cervezas de más, ya el panorama se torna más agradable y desinhibido para mí.
Llega aquel hombre, de tez blanca, lentes, ojos verdes y gran sonrisa. Todos los saludan, todos, excepto yo, que no lo conozco.
Él entra camina hacia donde estamos sentada. Los dos niños de Bianca, Camila y Andrés, corren a su encuentro y lo abrazan con extrema confianza, por lo que deduzco debe ser su padre. Se acerca hasta donde estoy, saluda a Bianca. Ella me lo presenta:
–Ella es Anne, la vecina de Alicia y Carlos.
Él me observa fijamente. Mientras extiende su mano y estrecha la mía.
No sé si han oído algo sobre la electricidad entre dos personas, pero estoy segura que nunca antes sentí aquella sensación de estremecimiento en mi interior, como en aquel momento que su mano rozó la mía; sus dedos se deslizaron con tal suavidad, que sentí mi piel erizada completamente.
–Hola Anne, soy Ángel–dice mientras sonríe.
Su voz es grave y a la vez, suave.
–Hola–contesto risueña. Confirmo mi sospecha de que él, es el hombre que es "sometido" por su mujer.
Él se sienta del otro lado donde está Carlos, beben y ahora es él, el encargado de llevarnos las cervezas a su mujer y a mí.
Carlos, me invita a bailar. Adoro el ritmo de la bachata. Acepto la propuesta. Me levantó. Él me toma por la cintura y comenzamos a bailar. A cada giro que damos, mi mirada se encuentra con la de Ángel, quien no deja de mirarme. Termina la canción y regreso a mi asiento.
Él se levanta y me lleva otra cerveza. Cada vez que la entrega, su mano roza la mía. Esta vez soy yo, quien desliza los dedos por los suyos. Necesito saber el porqué de esa extraña, pero a la vez excitante sensación se produce dentro de mí con su presencia.
Una y otra vez, persiste esa emoción y perturbación dentro de mí; me hace ir más allá de los límites de mi racionalidad. Sé que le atraigo, no deja de mirarme cada vez que puede. Mas, conversar es difícil, considerando que allí está Bianca.
Sólo hablan las miradas, algunas sonrisas picaras y los roces de nuestros dedos, cuando me entrega alguna cerveza. Como siempre ocurre, cuando más quieres disfrutar de algo o de alguien, el tiempo pasa como un ave en picada.
Pronto es más de media noche. La mayoría de los invitados se han ido. Sólo quedamos él y sus hijos, quienes ya están algo cansados, Bianca, Luis, mi hija y yo. Ella le sugiere que es hora de irse. Carlos siempre perspicaz, comenta:
–El compadre como que no quiere irse hoy.
–Mañana también hay que trabajar y los niños tienen escuela–responde ella.
–Pero vaya comadre, Luis, los lleva. Y el compadre se va luego– insiste Carlos.
–¿Te vas a quedar?–pregunta ella, algo molesta.
–Mejor, nos vemos mañana–contesta él.
Se levanta, se despiden. Suben al auto de Luis; se van.
Yo, sigo conversando con Carlos, mientras Katrina, ayuda a Alejandra a recoger algunas cosas y Alicia se da un descanso luego de todo el trajín de la noche.
Carlos insiste:
–El compadre, no se quería ir.
–Sí, pero ya sabes como es Bianca. Además es tarde– responde Alicia al comentario de Carlos.
Asumo que es hora de irnos. Llamo a Katrina y me levanto para despedirme. Al fin y al cabo, ya él se había ido; se notaba el cansancio y la tensión que había entre Carlos y Alicia.
–Vecina, tómese otra conmigo– me pide Carlos.
–Esta última, yo también debo trabajar mañana– respondo.
Carlos es buen conversador, siempre tiene un tema interesante de que hablar. Así que comienza a explicarme sobre los ciclos lunares y los estados emocionales y reproductivos de las mujeres. Puedo ver que Alicia, está un poco incómoda.
Nuevamente me despido y regreso a casa con mi hija. Mi mente no deja de pensar en Ángel. Siento aún la suavidad de sus manos y su voz resonando en mi cabeza como una de mis melodías preferidas, de Arjona. Me seduce, me perturba, me estremece.
–¿Quién eres Ángel? ¿Por qué vienes a estremecer mi mundo?– me pregunto a mí misma, mientras me desvisto e imagino sus dedos deslizarse por mi piel . Suspiro y una sonrisa invade mi rostro. Vaya emoción tan intensa. Nunca antes me sentí así.
Me quedo dormida. Suena el despertador. Katrina tiene el día libre. Yo en cambio, debo ir a trabajar.
Entro al baño, me miro al espejo. Hay algo diferente en mi rostro. Cierta belleza que antes no percibí. Me meto en la ducha, me doy un baño rápido, me seco con la toalla; abro el ropero y descuelgo un jeans y suéter marrón, me alisto. Voy hasta la cocina y preparo un café bien tinto para terminar de despertarme. Bebo una taza, recojo mi carpeta y cartera de la mesa. Entro a la habitación de Katrina, la beso, ella aún duerme y salgo al liceo.
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