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Tras años de esfuerzo, Alejandro Ferrer, un visionario empresario, construyó un imperio junto a su esposa, Isabela Montenegro. Pero su mundo se desmorona cuando ella lo traiciona y, con la ayuda de abogados sin escrúpulos, lo despoja de la mitad de su empresa y lo expulsa del consejo directivo. Humillado y arruinado, Alejandro desaparece del mundo empresarial... hasta que regresa más fuerte que nunca. Con una nueva identidad y una fortuna aún mayor, Alejandro pone en marcha su venganza definitiva: comprar la compañía que una vez fue suya y llevar a Isabela a la ruina. Pero a medida que el plan avanza, descubre que la traición de Isabela esconde secretos aún más oscuros, y que su deseo de venganza podría consumirlo por completo. Entre el poder, la ambición y la sed de justicia, Alejandro deberá decidir: ¿destruir a Isabela o descubrir la verdad detrás de su traición?
El amanecer pintaba de dorado los rascacielos de la ciudad, reflejándose en las imponentes ventanas de Ferrer Corp, un coloso del mundo empresarial que representaba la cúspide del éxito. Desde su oficina en el último piso, Alejandro Ferrer observaba la vista con la serenidad de quien ha conquistado su destino. A sus cuarenta años, no solo era uno de los hombres más poderosos del país, sino que había construido su fortuna desde los cimientos, escalando con esfuerzo, sacrificio y visión.
A su lado, en cada decisión clave, había estado su esposa, Isabela Montenegro, una mujer brillante y calculadora, cuya inteligencia y ambición igualaban a las de Alejandro. Juntos, habían convertido a Ferrer Corp en un gigante imparable, y ahora estaban a punto de cerrar un acuerdo que consolidaría su dominio en el mercado: la fusión con Valverde Industries, un movimiento que elevaría su compañía a un nivel sin precedentes.
El sonido de tacones resonó en la oficina antes de que la puerta se abriera sin previo aviso. Isabela, como de costumbre, irrumpió con la confianza de quien sabía que pertenecía a ese lugar. Su figura impecable, su cabello oscuro recogido en un moño perfecto y su atuendo elegante eran el reflejo de su personalidad: precisión y control.
-Alejandro, la junta comienza en quince minutos -anunció con tono firme, dejando sobre el escritorio un dossier encuadernado en cuero negro.
Él sonrió, dejando su taza de café sobre la mesa de mármol.
-Siempre tan puntual. ¿Qué haría sin ti?
-No lo sé. -Isabela esbozó una media sonrisa, pero sus ojos tenían un brillo difícil de descifrar-. Afortunadamente, no tienes que averiguarlo.
Alejandro le sostuvo la mirada un instante más de lo necesario. Habían construido juntos un imperio, y su matrimonio, aunque sólido, se basaba más en estrategias y poder que en amor verdadero. Pero eso nunca había sido un problema. Eran la pareja perfecta, en apariencia inquebrantables.
-¿Todo listo para la fusión? -preguntó él, acomodándose la corbata.
-Casi. Los abogados revisaron los últimos detalles, pero todo avanza según lo planeado. Para mañana, Ferrer Corp será aún más poderosa.
-Excelente.
El tono de su esposa sonó tan seguro como siempre, pero Alejandro percibió algo distinto en su actitud. No supo si era la tensión del acuerdo o algo más profundo, pero desechó el pensamiento de inmediato. En los negocios, la intuición era clave, pero la paranoia podía ser un enemigo aún peor.
Un golpe en la puerta los interrumpió. La asistente de Alejandro apareció con discreción.
-Señor Ferrer, los accionistas lo esperan en la sala de juntas.
-Vamos -dijo él, tomando el dossier.
Isabela caminó a su lado por los pasillos de Ferrer Corp, un reflejo de poder y estatus. No había empleado en la empresa que no los admirara o, en su defecto, les temiera. Su presencia imponía respeto, y juntos formaban un frente imbatible.
Cuando entraron a la sala de juntas, las miradas de los directivos se posaron en ellos. Alejandro tomó asiento en la cabecera de la mesa, e Isabela se ubicó a su derecha. El murmullo cesó en cuanto él abrió el expediente y comenzó la reunión.
La fusión con Valverde Industries era un paso crucial, un movimiento que aumentaría exponencialmente su influencia en el sector tecnológico. Cada cifra, cada cláusula y cada riesgo estaban perfectamente calculados. Isabela había supervisado cada detalle con su característico perfeccionismo.
-Damas y caballeros -dijo Alejandro, su tono seguro y dominante-, después de meses de negociaciones, estamos listos para dar el siguiente paso en la historia de Ferrer Corp. Mañana, cuando esta fusión se concrete, estaremos ante la mayor expansión de nuestra compañía.
Los accionistas asintieron con satisfacción. Todo parecía estar en orden. Todo marchaba según lo planeado.
Pero esa misma noche, mientras Alejandro revisaba documentos en su despacho privado en casa, una inquietud comenzó a asentarse en su mente. Algo no encajaba.
La fusión con Valverde Industries era impecable en papel, pero había ciertas cláusulas que no recordaba haber autorizado. Revisó los documentos con detenimiento, frunciendo el ceño al notar algunos cambios en los términos de propiedad y control.
-¿Por qué no vi esto antes? -murmuró para sí mismo.
La sospecha se instaló en su pecho como una punzada fría. Isabela había revisado personalmente esos detalles. ¿Había algo que ella no le había dicho?
Cerró la carpeta con un movimiento brusco. Quizás estaba imaginando cosas. Quizás era solo la presión del acuerdo. Pero algo en su interior le decía que no debía ignorar aquella sensación.
Lo que Alejandro no sabía era que, mientras él dudaba frente a sus documentos, Isabela ya había comenzado a ejecutar su plan.
El reloj marcaba la medianoche cuando Alejandro cerró el expediente y se dejó caer en el sillón de su oficina privada en casa. La inquietud persistía, envenenando sus pensamientos. Nunca había dudado de Isabela. Su matrimonio y sociedad se habían construido sobre la confianza y la ambición compartida. Pero en el mundo de los negocios, cualquier distracción podía significar la caída.
Se sirvió un whisky y repasó las cláusulas de la fusión con Valverde Industries una vez más. Los términos parecían correctos, pero había modificaciones sutiles en la estructura de control. Si se aprobaban tal como estaban, Ferrer Corp cedería más poder del que Alejandro había autorizado. No era una pérdida directa, pero ponía ciertas decisiones clave en manos de otros accionistas.
-No puede ser un error -murmuró, frotándose la sien.
El nombre de Isabela figuraba en cada revisión de los contratos. Ella había estado al frente de la negociación. ¿Acaso había cambiado los términos sin consultarlo? ¿O había algo más en juego?
Tomó su teléfono y marcó su número. Isabela respondió tras el segundo tono.
-¿Sigues despierto? -preguntó con su voz tranquila, como si no hubiera nada fuera de lugar.
-Sí, necesito que hablemos. ¿Puedes bajar a mi oficina?
Hubo un breve silencio antes de que ella respondiera:
-Ahora no, Alejandro. Mañana tenemos un día importante. ¿No puedes esperar?
-Prefiero discutirlo ahora. Es sobre la fusión.
Otro silencio, esta vez más largo.
-Bien, dame cinco minutos.
Alejandro colgó y fijó la mirada en los documentos sobre su escritorio. Su instinto le decía que esta conversación cambiaría algo en su relación con Isabela. Hasta ahora, habían sido un equipo perfecto. Pero si ella había tomado decisiones a sus espaldas, todo podía resquebrajarse.
Cinco minutos después, Isabela entró en la oficina. Se veía impecable, incluso a esa hora. Su bata de seda caía con elegancia sobre su figura, y sus ojos lo estudiaron con la misma frialdad de siempre.
-¿Qué ocurre? -preguntó, cruzando los brazos.
Alejandro deslizó el documento hacia ella.
-Estos cambios en la fusión. No los aprobé.
Isabela apenas miró el papel antes de responder.
-Son ajustes estratégicos. Lo discutimos en la última reunión.
-No, no lo hicimos -replicó Alejandro, su voz firme-. ¿Por qué modificaste las cláusulas de control sin avisarme?
Isabela suspiró y se sentó frente a él.
-Porque confío en que es lo mejor para la empresa. No podemos retener tanto poder si queremos que Valverde Industries acepte el trato sin reservas.
-Eso lo decidimos juntos, Isabela. No puedes tomar decisiones unilaterales en algo tan grande.
-¿Por qué tanta desconfianza, Alejandro? -su tono era calmado, casi condescendiente-. Hemos trabajado juntos durante más de una década. ¿Acaso crees que te estoy traicionando?
Él la miró fijamente. Había algo en su expresión, en la forma en que lo retaba con la mirada, que lo hizo dudar. No era miedo. No era culpa. Era certeza.
-Solo quiero saber si hay algo que no me has dicho -respondió, midiendo sus palabras.
Isabela se inclinó hacia él, apoyando los codos en el escritorio.
-Confía en mí, Alejandro. Siempre he tomado las mejores decisiones para nosotros.
Él no respondió de inmediato. Sabía que no conseguiría más de ella esa noche. Pero la duda ya estaba sembrada.
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