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Llevaba tres años casada con Alpha Ernesto. Sin embargo, nuestra relación cambió drásticamente tras la muerte de su hermano. Él prefirió a la viuda de su hermano, Maia, antes que a mí, su Luna verdadera. Y yo, opté por tolerar todo esto porque amaba a mi compañero y creía que estábamos destinados a estar juntos. Desafortunadamente, las cosas empeoraron cuando Maia me inculpó de su pérdida del niño. Pensé que Ernesto me creería; sin embargo se puso del lado de su cuñada. Con todo esto, decidí que era hora de terminar nuestra relación. "Por favor, Amelia, vuelve conmigo y sé mi Luna otra vez", me suplicó Ernesto. "Ni siquiera cumples los requisitos para ser mi Omega. ¿Qué te hace pensar que querría ser tu Luna?", me burlé.
"¡Auxilio!"
El grito de una mujer atrajo a los miembros de la manada que rodeaban la zona.
Se asustaron al ver a dos figuras que caían desde lo alto del acantilado. Identificaron a ambas personas: una de ellas era Maia, la pareja del antiguo alfa, y la otra era Amelia, la compañera del actual alfa.
Las dos cayeron por el acantilado. Amelia sintió el frío del mar envolviéndole el cuerpo y estuvo a punto de ahogarse tras tragar agua. Por suerte, los miembros de la manada empezaron a rescatarlas.
Ernesto, que se encontraba en los alrededores, también oyó los gritos. Se dirigió con rapidez al lugar y vio que Maia sangraba mucho.
"Sé que estás celosa de mi relación con Ernesto, pero lo cierto es que no hay nada entre nosotros. ¿Por qué me empujaste por el acantilado?", se oyó la débil voz de Maia antes de que se desmayara.
Al oír sus palabras, Ernesto se enfadó y miró con rabia a Amelia.
Amelia había resultado herida en la caída; las rocas del mar le habían arañado los brazos, causándole un largo corte, y también se había golpeado la frente con una pequeña roca, pero él no le dio importancia.
'¡Esa z*rra pedante! Cuéntales la verdad', gruñó Alexa, la loba de Amelia.
"Ernesto, te lo puedo explicar...", dijo Amelia con esfuerzo, ya que estaba adolorida por las heridas que tenía en el cuerpo.
Pero él le contentó sarcástico: "¿Explicar? Todos vieron lo que ha ocurrido y oyeron lo que dijo Maia".
"Pero ella me em...", intentó explicarle con desesperación lo que en realidad había sucedido.
"¡Basta ya! Si le pasa algo malo a ella y a su bebé, yo mismo te castigaré", la interrumpió y le habló con dureza mientras levantaba a Maia en brazos y corría hacia la enfermería de la manada.
Entonces, Amelia comprendió que decir la verdad era inútil. Nadie la iba a creer, ni siquiera su propio compañero.
Le dolía el corazón como si se lo clavaran con varios cuchillos, pero no podía hacer nada.
No era la primera vez que Maia y Celia, la hermana menor de Ernesto, le tendían una trampa. Y al igual que hoy, no le preguntó qué había pasado; siempre escuchó la falsa versión de los hechos y la culpó de todo.
Llevaba tres años casada con él, y siempre se esforzaba por hacerlas felices, pues sabía lo mucho que significaban para su pareja, pero ellas seguían tratándola como a una omega.
Otras veces incluso peor. Tenía que atenderlas todo el tiempo.
Amelia sabía por qué. Creían que era una loba huérfana y que no estaba a la altura de Ernesto, el implacable alfa de la tercera manada más grande, la Manada Garra Roja. Consideraban que no merecía ser luna debido a su procedencia.
Para ser su compañera, ella cortó los vínculos con su familia a propósito para asegurarse de que él no supiera su verdadera identidad. Lo único que quería era ser su pareja y servirle como una buena luna.
A veces pensaba, ¿cambiaría algo si supieran su verdadera procedencia? Pero ella no quería que se enteraran. Quería que él la amara por lo que era, no por ser la poderosa alfa de linaje.
Por eso, había soportado todos los insultos, humillaciones y abusos de Maia y Celia, y aun así les servía como una buena cuñada.
No le contó nada a su pareja, ya que eran su familia y siempre se mostraba humilde ante ellos.
Sin embargo, él se convirtió en el alfa de la Manada Garra Roja cuando su hermano murió, dejando a Maia viuda y embarazada.
Cuando lo conoció, Amelia se sintió fascinada y supo que era el amor de su vida. Pero, ¿quién iba a imaginar que Maia, la viuda del difunto hermano de Ernesto, sería más importante que ella?
Cuando Ernesto se casó con Amelia, casi nunca se preocupó por ella. En cambio, pasaba más tiempo con su cuñada. Incluso era más protector con ella.
Todo el mundo se daba cuenta de cómo la trataba a Maia, y se rumoreaba que él estaba enamorado de ella.
La mente de Amelia era un caos y tenía el cuerpo empapado; el brazo y la frente le sangraban.
Le costó un gran esfuerzo ponerse en pie.
Por suerte, Hugo, la beta de la manada, tuvo la gentileza de ayudar a Amelia. La llevó a la enfermería para que le curaran las heridas.
"Gracias, Hugo", dijo Amelia agradecida mientras caminaban lentamente hacia la enfermería.
Aunque Amelia no dejaba de pensar que si le hubiera contado a Ernesto su verdadera identidad, ¿le creería a ella en lugar de a su cuñada? ¿Debería decirle la verdad?
'Tienes que contarle la verdad', gruñó Alexa como recordatorio. Hasta su loba odiaba a Maia y Ernesto.
¿Pero le creería? Como dijo su pareja, había muchos testigos.
Cuando Maia saltó desde el acantilado, la agarró de la mano para arrastrarla. Sin embargo, para los espectadores, sucedió tal y como ella le dijo que sería.
La mano de Amelia estaba en el pecho de Maia, y sin duda daba la impresión de que estaba empujándola, y lo que hizo Maia después fue intentar no caerse cuando agarró la mano de Amelia, pero, por desgracia, fue arrastrada y las dos cayeron al mar.
Tuvo que admitir que Maia era una buena conspiradora.
Al recordar la sangre que brotaba de la parte inferior de su cuerpo, Amelia se dio cuenta de que había muchas posibilidades de que sufriera un aborto, y eso no sería bueno para ella.
«Yo mismo te castigaré», las duras palabras de Ernesto volvieron a resonar en la mente de Amelia.
'Aun así, tienes que explicar lo que pasó', gruñó Alexa.
'Quise explicárselo, pero no me escuchó', le dije.
'Inténtalo otra vez', gruñó.
Ella sabía que su loba estaba molesta por lo que había hecho Maia.
Con la esperanza de que su compañero le creyera, estaba algo indecisa.
Luego de caminar lentamente, con la ayuda de Hugo, al fin llegaron a la enfermería.
Antes de poder ser atendida por un médico para tratar sus heridas, su pareja la llamó a través de un enlace mental: "Ven enseguida a la sala de Maia".
Su fría voz le produjo escalofríos, pero no se atrevió a desobedecerlo.
Se dirigió lentamente al pabellón donde fue citada y, conforme se acercaba a su destino, tuvo una sensación inquietante.
Si todo este tiempo estuvo de parte de su cuñada, ¿en esta ocasión le creería? Le rezó a la Diosa Luna para que así fuera, al menos por esta vez.
Frente a la sala de Maia, Amelia respiró hondo antes de empujar la puerta y encontrarse con la fría mirada de Ernesto.
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