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Hace dos años, un despiadado CEO, Alexander Cain, ejecutó un plan maestro para destruir a la tercera familia más poderosa de la ciudad, los Valtieri, asegurándose de eliminar toda competencia y consolidar su dominio empresarial. En el proceso, solo una persona sobrevivió: Isabela Valtieri, la hija menor del patriarca. Sin recuerdos claros de lo sucedido y desconociendo la identidad del responsable, Isabela lucha por reconstruir su vida. Sin embargo, Alexander no dejó cabos sueltos. Desde las sombras, designó a un leal subordinado para vigilar cada paso de Isabela, asegurándose de que nunca descubra la verdad. Ahora, dos años después, Isabela se postula para un puesto de secretaria en la imponente corporación de Alexander Cain. Atraído por su determinación y su astucia, Alexander acepta contratarla, sin revelar que él fue quien destruyó su mundo. Pero con cada interacción, su fachada de frialdad comienza a resquebrajarse, mientras Isabela siente que algo oscuro conecta a su nuevo jefe con su trágico pasado. Una historia de secretos, poder y emociones prohibidas, donde las líneas entre el bien y el mal se desdibujan, y el destino de ambos podría cambiar para siempre.
La imponente ciudad de Velmont brillaba bajo el manto de la noche, con sus rascacielos iluminados y el constante murmullo de autos que nunca cesaba. En lo alto de uno de los edificios más altos, en una oficina de paredes de vidrio y decorada con un minimalismo impecable, Alexander Cain observaba la ciudad con una copa de whisky en la mano. Para muchos, era un hombre admirable: un visionario, un líder incuestionable. Pero quienes lo conocían de cerca sabían que su ascenso no había sido limpio.
El sonido de la puerta de su oficina deslizándose lo sacó de sus pensamientos. Era Dominic Graves, su mano derecha y único hombre en quien Alexander confiaba plenamente.
-Todo está listo, señor Cain -anunció Dominic, con la eficiencia de alguien que sabía que cada palabra debía justificar su existencia.
Alexander se giró lentamente, dejando su copa sobre el escritorio de vidrio.
-¿Qué me dices de los Valtieri? -preguntó, su voz grave y calculada.
Dominic asintió.
-Están en la posición que usted esperaba. La reunión de accionistas es mañana. El patriarca, Massimo Valtieri, no sospecha nada.
Alexander sonrió, un gesto frío y contenido. Había planeado ese momento durante años, estudiando cada debilidad de los Valtieri, anticipándose a cada movimiento. Los Valtieri eran una de las familias más poderosas de la ciudad, pero habían cometido el error de subestimarlo. Y Alexander no perdonaba errores.
-Perfecto -dijo, tomando asiento en su silla de cuero negro-. Quiero que todo parezca una casualidad. Una combinación de malas decisiones financieras, inversiones riesgosas y una pérdida de confianza en el mercado. No quiero que nadie pueda rastrear esto hasta mí.
Dominic inclinó la cabeza.
-Entendido, señor.
Pero justo cuando Dominic se disponía a salir, Alexander lo detuvo.
-Espera. -Se recostó en su silla, entrelazando los dedos-. ¿Qué sabemos de la hija menor?
El rostro de Dominic se endureció.
-Isabela Valtieri. Veintitrés años, acaba de graduarse en Administración de Empresas. No parece involucrada en las operaciones familiares. Según nuestras investigaciones, su relación con su padre es distante.
Alexander asintió, pensativo.
-Quiero que alguien la vigile. Si las cosas se complican, no quiero que sea un problema.
Dominic dudó por un instante.
-¿No sería más sencillo... eliminarla también?
Alexander lo miró con una mezcla de irritación y firmeza.
-No. -Hizo una pausa, su tono glacial-. No eliminamos a inocentes, Dominic. Eso nos hace descuidados.
Dominic no discutió. Era una regla tácita en los métodos de Alexander: eliminar competencia, no peones.
Cuando Dominic salió, Alexander volvió a mirar por la ventana. En el horizonte, las luces de la mansión Valtieri parpadeaban. En menos de veinticuatro horas, esa familia sería historia, y él se consolidaría como el rey indiscutible del tablero empresarial.
Al otro lado de la ciudad, en la mansión Valtieri, el ambiente era completamente distinto. Una fiesta privada estaba en pleno apogeo. Massimo Valtieri, con su imponente figura y su sonrisa de dientes perfectos, estrechaba manos y compartía risas con sus invitados.
Isabela, en cambio, estaba lejos de la acción, sentada en la terraza con una copa de vino en la mano. Había aprendido desde muy joven que su papel en las reuniones familiares era ser vista, no escuchada. A diferencia de sus hermanos mayores, no tenía un lugar en las operaciones de la familia. Su padre la veía como una niña, alguien demasiado ingenua para entender el mundo despiadado de los negocios.
-¿Otra vez huyendo de la fiesta? -preguntó una voz familiar.
Isabela se giró y sonrió al ver a su hermano Luca acercándose con una botella de champán.
-Alguien tiene que mantener la cordura -respondió, levantando su copa.
Luca se sentó a su lado, sirviendo un poco más de champán en su vaso. Era el único de sus hermanos con quien se sentía realmente conectada.
-Papá te va a buscar en cualquier momento. Ya sabes cómo le gusta alardear de su "familia perfecta".
Isabela suspiró.
-Familia perfecta... Si tan solo supiera que apenas nos soportamos.
Luca soltó una carcajada, pero no respondió. Sabía que tenía razón. La familia Valtieri era un castillo de naipes, sostenido por apariencias y un código de lealtad que, en realidad, no existía.
-¿Sabes qué es lo peor? -dijo Isabela, mirando al horizonte-. No quiero esto. No quiero ser parte de todo este mundo.
-Entonces no lo seas -dijo Luca, encogiéndose de hombros-. Haz algo por ti.
Isabela lo miró, sorprendida. Luca nunca había sido tan directo con ella.
-¿Y dejar que papá me desherede? -bromeó.
-Tal vez sería lo mejor que te podría pasar.
Las palabras de Luca la dejaron pensando. Pero antes de que pudiera responder, una explosión de risas y aplausos desde el interior interrumpió el momento. Luca se levantó, colocó una mano en su hombro y le sonrió.
-Haz lo que tengas que hacer, Isa. Yo siempre voy a estar aquí para ti.
La mañana siguiente, el caos estalló.
Los titulares en los periódicos hablaban de una caída estrepitosa en el mercado, vinculada a las empresas de los Valtieri. Inversionistas clave habían retirado su apoyo, y una serie de auditorías sorpresa revelaron irregularidades en los estados financieros de la familia.
Massimo Valtieri entró en su oficina como una tormenta, lanzando papeles y gritando órdenes. Pero era inútil. Todo estaba perdido.
En cuestión de horas, las autoridades confiscaron propiedades, congelaron cuentas y arrestaron a varios ejecutivos cercanos al patriarca. Luca, quien había intentado intervenir en nombre de la familia, fue encontrado muerto en circunstancias sospechosas.
Isabela se quedó sola.
Desde la ventana de su oficina, Alexander observó cómo todo se desarrollaba según lo planeado. Dominic entró nuevamente, esta vez con una expresión más seria.
-Todo está hecho, señor. Los Valtieri están acabados.
Alexander asintió, pero no mostró satisfacción. Para él, esto no era una victoria personal, sino un movimiento necesario en su tablero de ajedrez.
-¿Y la hija? -preguntó, su voz tranquila pero firme.
Dominic vaciló un segundo.
-Está devastada. Se mudó a un pequeño apartamento en la periferia. Hemos asignado a alguien para vigilarla, como pidió.
Alexander se permitió un pequeño suspiro.
-Bien. Asegúrate de que no se convierta en un problema.
Mientras Dominic salía, Alexander tomó un documento de su escritorio. Era una foto de Isabela, tomada en algún evento familiar. En sus ojos se veía una mezcla de tristeza y fuerza.
Por primera vez en años, Alexander sintió una punzada de duda. Pero la apartó rápidamente. No había espacio para la debilidad en su mundo.
Esta era su jugada maestra, y nadie la iba a arruinar.
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