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Piensa en una palabra fea, la más horrible que exista. Esa palabra aún es muy suave para describir la vida de Yosanna Drumond. Vivían de la peor forma siendo humillada por su madrastra y media hermana. Estaba muy lejos de vivir el cuento de hadas que soñaba de niña. Patrick Ferrari a su tan temprana edad, se convierte en uno de los directores de la empresa más codiciada por el mundo entero. Su único objetivo era mantener la empresa en la cima, y eso lo hacía muy bien, pero, Patrick no contó que para seguir en la cima del mundo, precisaba casarse y tener un o más herederos. Y eso para Patrick era un gran problema, no era un hombre para contraer matrimonio. Solo que una noche todo cambia para Yosanna, y encontrar al hombre más hermoso visto jamás, pero ese hombre sangraba... sangraba por Yosanna.
Siempre pensé que un día debería tener cincuenta y ocho horas, o al menos el mío las tenía.
En ese momento, sin embargo, las conjeturas se convirtieron en certeza. Desde el vergonzoso momento en que abrí los ojos esa mañana, fui bombardeado con todos los problemas comerciales y asuntos internos imaginables.
En cada momento aparecían más y me perseguían como un enjambre de abejas. Era imposible deshacerse de todos ellos antes de la hora de bajar al salón, como un príncipe desencantado en busca de su princesa.
La boda oscura fue la razón principal de mi estado de ánimo extremadamente irritable. Muy pronto, tendría que vincularme con una mujer que, hasta ese momento, no tenía idea de quién era. Todo para que la sangre de los Ferrari durara al menos una generación más.
En el pequeño salón que me habían acondicionado en la azotea del edificio donde se realizaba el evento, mis ojos vagaban sin mucho entusiasmo por el catálogo de modelos que Moni insistía en enviarme por correo electrónico.
Todas eran indiscutiblemente hermosas, y me las habría comido con todo el placer del mundo, pero ninguna de ellas se parecía a la mujer que imaginé para la madre de mis hijos.
No me gustaba la idea de procrear con una chica vanidosa y egoísta. Si eso sucediera, mis herederos tendría una alta probabilidad de heredar sus rasgos. La posibilidad me revolvió el estómago.
Envié un correo electrónico a Moni descartando todas las candidatas. Frustrado, me puse el traje negro y salí de la habitación.
En el momento en que puse un pie fuera de la oficina, algo me llamó la atención. Desde uno de los baños reservados para invitados selectos, se podía escuchar claramente una animada discusión. Dos voces femeninas profirieron amenazas, y una de ellas vomitó cuánto se sentía agraviada. Esta fue la voz que más me atrajo...
La persona sonaba profundamente herida, sin embargo, tenía un coraje y un espíritu escandaloso que no había visto en nadie en mucho tiempo.
Aunque no conocía su rostro, el simple hecho de escucharla hablar con tanto coraje me instigó. Era una actitud completamente diferente a lo que solía ver en las personas que asistían a ese tipo de festividades.
Las personas generalmente reprimían lo que sentían, en favor del entorno social en el que se encontraban.
Rompiendo cualquier regla de etiqueta, me atreví a acercarme a la habitación para escuchar con más claridad la conversación.
Acelerando mi arritmia cardíaca, la puerta se abrió de golpe y una mujer que aparentaba unos cuarenta y algunos años salió indignada, chocando contra mi hombro y dirigiéndose hacia el ascensor como un huracán.
Tambaleándome bajo el golpe vigoroso, y con un brazo dolorido, caminé unos pasos más hacia adelante, y fue entonces cuando un golpe más fuerte me aterrizó unas pocas pulgadas por encima del ojo.
Aturdido y magullado, me tomó un tiempo darme cuenta de que el objeto volador no identificado, al menos en ese momento, era en realidad un zapato de mujer extravagante. Este estaba tirado entre mis pies.
-¡Oh por Dios! - Con los ojos verdes bien abiertos y el rostro rojo, probablemente de vergüenza, una joven colorada se tapó la boca con las manos, al ver el daño que le causaba su zapato.
El lugar del golpe me dolió mucho, pero mi concentración estaba lejos de estar ligada al malestar físico. Estaba más preocupado por ella.
La mujer de tés muy blanca y cabello rojizo, que estaba desesperada frente a mi, me impresionó en todos los sentidos.
De la discusión que escuché, deduje que ella era audaz y valiente. Además, poseía una rara belleza, su rostro era sumamente delicado y sus magníficos ojos destilaban un afán de vivir que me dejó impresionado.
-¡Lo siento, lo siento mucho señor! Fue un accidente, te juro que no quise golpearlo, quise...
-¿Romperle el cráneo a esa dama?- sugerí, sintiéndome como un idiota por encontrar divertida la expresión consternada de la chica.
El rostro atractivo se sonrojó aún más.
-Bueno, sí, pero... Por Dios...- En un instante, avanzó hacia mí y se quedó mirando la herida que me había causado. -Estás sangrando, podría haberte cegado-. Pequeños dedos callosos tocaron cuidadosamente la herida, en un evidente intento de limpiar las gotas de sangre.
-Me alegro de que no lo hicieras. – Sin poder contenerme, recorrí su cuerpo de suaves curvas, modelado por un deslumbrante vestido amarillo bebé. -Me habría privado de una de las mejores vistas que he tenido en los últimos días-. Me atreví a decir.
Visiblemente sorprendida, se apartó de mí y bajó un poco la cara.
-Creo que ya me has perdonado-. Yo...- Ella respiró hondo. – Me tengo que ir ahora.
La bella dama se dio la vuelta rápidamente, pero un instinto primario me hizo agarrar su brazo, impidiéndole continuar su viaje.
-Lamento lo que voy a decir, excepto que era imposible no escuchar parte de la conversación que estaba teniendo con esa mujer. Me di cuenta de que estás pasando por problemas, tal vez incluso financieros. Así que tengo una propuesta para ti.
No pude detener las palabras que se derramaron de mis labios. Estaba cara a cara con la encarnación de la mujer que imaginaba como la progenitora de mis herederos, y simplemente no podía dejar pasar la oportunidad.
Cuando guardé silencio, imaginé que ella se sentiría ofendida y que tendría que luchar para persuadirla de participar en el plan orquestado por Ferrari. Pero para mi asombro, el rostro una vez asustado y enojado se suavizó, como por arte de magia.
-¿Quieres hacerme una oferta? ¿Quién eres tú? -Su voz tenía una mezcla de curiosidad y miedo.
-Patrick Ferrari y es un gran placer conocerte.
Sus ojos volvieron a crecer, y ella era aún más atractiva cuando lo hicieron. Parecía inocente, frágil y tal vez estaba equivocado.
-Ferrari... - Mi apellido sílaba a través de labios sutilmente teñidos y abiertamente besables. -Así que eres dueño de la famosa empresa automotriz de Ferrari.
Me froté la boca.
-De una parte de ella. Una porción generosa de hecho.
Se quedó en silencio unos segundos, parecía indecisa sobre lo que quería decir. Finalmente se decidió a hablar, aunque lo hizo con cierta dificultad.
-Dijiste que escuchaste la pelea, ¿no?. Se compadece de mí y quiere ofrecerme un trabajo.
Tal vez se sentiría decepcionada cuando supiera la verdad, pero no lo sabría entonces, después de una discusión tan acalorada, no se merecía otra sorpresa.
-Es un trabajo en cierto modo, pero antes que nada quiero que sepas que no te considero digna de lástima. Ten por seguro que la propuesta que quiero hacerte se debe precisamente a que la considero fuerte. - Deseé que se mostrara la sinceridad de mis palabras. - ¿Sabes dónde está la sede de Ferrari? -Cuestioné, tratando de hacer todo el asunto más contractual y menos personal.
-Me entero.
Hablaba tan rápido que era difícil entender las palabras. Cualquiera que sea la situación por la que estaba pasando, la desesperación por salir de ella era clara. La ayudaría, si ella me lo permitiera, con todo el gusto del mundo.
-¿Las 7:00 am, es un buen horario para ti?
-¡Claro! ¿Qué debo hacer para poder hablar contigo?
-¿Cómo se llama?
-Yosanna Drumond.
-Yosanna Drumond. - Su nombre sonaba tan bien a mis oídos y era igualmente bueno decirlo. - ¡Excelente! Cuando llegues a recepción solo di este nombre y te dejarán entrar.
Sin quitarle los ojos de encima, me arrodillé para recoger el zapato y se lo entregué a la dueña.
-Cuida mejor tu zapato la próxima vez, Yosanna-. Con mi mejor sonrisa y un amistoso asentimiento, me despedí de la hermosa joven.
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